12.07.2006

Caminar sobre las aguas

La Vida nos espera en Jesús y queremos ir hacia ella como Pedro: Señor, si eres tú, mándame ir donde ti... (Mt 14,28). Ilusionados por nuestros buenos deseos, se nos olvida que Él, que nuestra vida, nos espera, sí, pero caminando sobre las aguas en medio de una tempestad. Su orden, la orden de la vida que nos llama, es clara y fuerte: ¡Ven!, y damos uno o dos pasos sobre las aguas picadas, pero la “conciencia” del peligro en que nos encontramos termina imponiéndose y nos echa encima el lastre del miedo que nos empuja hacia el desastre. ¿Cómo sostener la confianza en ese instante precioso en que logramos ignorar la imposibilidad racional de hacer lo que en ese instante ya estamos haciendo: caminando sobre las aguas en dirección a Jesús? El gesto del cual somos responsables y que nos capacita para movernos hacia la Vida que nos llama, consiste en volver cada día y en cada situación concreta a colocar los pies sobre ese sostén invisible e irracional capaz de mantenernos a flote en medio de la tormenta y permitirnos llegar hasta Él... volver a nosotros mismos.

10.18.2006

Santidad


Si no nos diera (qué será: miedo? pudor?) tendríamos que afirmar abiertamente que cada vez creemos menos en las intervenciones humanas. Es decir, prácticamente ya no creemos para nada en las intervenciones humanas. Y da miedo porque al fin de cuentas dependemos de esas intervenciones para sostener nuestra vida y la ilusión de que nos hacemos inmunes al sufrimiento, pero sabemos que esa vida sostenida con miedo es apenas una «vidita» minúscula. La verdadera Vida nos espera más allá, en el descaro total de los que no defienden nada y lo aceptan todo. ¿Algún día sentiremos en el pecho el pálpito humano que quizá sientan los que lanzan su vida por esa pendiente y se atreven a correr los riesgos que semejante paso conlleva? Mejor dicho: ¿algún día sentiremos lo que sienten los santos? ¿O acaso los santos, aunque se atreven, sólo sienten lo que estamos sintiendo? ¿Cómo saberlo?

Santidad. El caso no es empeñarse en eliminar por completo nuestras basuras sino en aprender a convivir con ellas evitando al máximo la contaminación, aunque para ello sea necesario desarrollar un método profiláctico tan eficiente que permita no contaminarse aunque se tenga que revolcar uno todo el día entre inmundicias. Sin ser ilusos, lo sano (¿lo santo?), accesible para nosotros, es mantener un nivel de basuras que no nos desborden y dejarnos tocar sólo por un tipo de infecciones no mucho más fuertes que nuestras defensas naturales y que puedan ser por lo menos controladas con los medicamentos que tenemos a mano. Si logramos sostener ese equilibrio le daremos espacio a nuestras defensas naturales para que se fortalezcan y ganaremos fuerzas para incinerar un poco más de basuras cada día.

Santidad siglo XXI. Hay un Proyecto que en sí mismo no tiene un objetivo que cumplir sino que se ocupa exclusivamente de crear el espacio y las condiciones que hacen posible el cumplimiento y desarrollo de todos los demás proyectos. Lo que Hace no es ser eficaz en ningún sentido particular sino establecer vínculos, propiciar asociaciones, incitar desplazamientos. Es como el sistema operativo de un computador, que no es un programa con funciones específicas determinadas y delimitadas sino que está ahí como telón de fondo para permitir (haciendo todo lo que haga falta hacer de la manera más discreta y eficiente posible…) que los programas “corran” y cumplan cabalmente las funciones para las que fueron creados. Pónganle el nombre que quieran a ese proyecto: contemplativo, místico, artístico. Yo agregaría: Nazaret. Espiritualmente hablando no es momento de crear nuevos programas -estamos saturados de programas-, es momento de actualizar y agilizar el viejo y fatigado sistema operativo antes de que nuestra totalidad colapse en el caos interno generado por tantos programas queriendo correr desenfrenadamente al mismo tiempo. Cuestión de colocarle acentos a las prioridades.

10.16.2006

Señales


Ustedes me buscan, no porque han visto señales, sino porque han comido panes y se han saciado. Obren, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que les da el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre Dios ha marcado con su sello.

Cierto es que la tendencia humana más fuerte consiste en buscar aquello que llena el estómago, pero también cierto es que hay hombres y mujeres -quizá la mayoría- que no tienen oportunidad de ver señales porque no hay casi nadie que se dedique a ese oficio: generar señales. Y generar señales consiste en obrar, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que les da el Hijo del hombre. No importa que los seres humanos permanezcan encerrados en su tendencia desaforada a buscar solamente aquello que les llena el estómago “hasta saciarse”, por más que quieran no pueden arrancar de sus entrañas esa brújula interna que los hace desear, a favor de lo mejor de sí mismos, de su identidad divina, ver señales. Y cuando logran ver una señal les brotan de donde menos esperan, gestos, palabras y sentimientos de vida eterna. Ser cristiano, ser seguidor o seguidora de Jesús de Nazaret, es dedicarse al oficio de generar señales, no porque dejemos de responder a las necesidades del estómago, sino porque solamente quienes viven ya la vida eterna, quienes generan y reconocen las señales, pueden vivir una justicia divina, la única que multiplica el pan para todos y todas sin imponer ninguna forma de injusticia o de opresión a nadie. Quien genera señales provoca, quien provoca despierta, y quien despierta vive y hace posible que otros vivan la vida eterna.

9.22.2006

Monjes hoy

“Por monje, monachos, entiendo aquella persona que aspira alcanzar el fin último de la vida con todo su ser, renunciando a todo lo que no sea necesario para ello, es decir, concentrándose en este único y singular objetivo. Precisamente esta singularidad, o más bien la exclusividad del fin que rehúsa todos los demás fines subordinados, aunque legítimos, distingue al camino monástico de todos los demás caminos espirituales hacia la perfección o salvación. El monje se encuentra como mínimo en el deseo de ser liberado, y está tan concentrado en eso que renuncia a los frutos de su acción, distinguiendo lo real de lo que no lo es, y por eso está dispuesto a seguir la praxis necesaria. Si en cierto sentido se supone que todo el mundo aspira al fin último de la vida, el monje es el más radical y exclusivo en su cometido. Todo lo que no sea medio hacia ello es ignorado; todo lo que no sea el camino es marginado.”

“Mi hipótesis es que lo monacal, es decir, el arquetipo del cual el monje es una expresión, corresponde a una dimensión de lo humanum, de modo que todo ser humano tiene potencialmente la posibilidad de realizar esa dimensión. Lo monacal es una dimensión que tiene que ser integrada a otras dimensiones de la vida humana para conseguir lo humanum. No sólo de pan vive el hombre.”

“Me hago eco de la tradición que ve al monje como un ser solitario (no un aislado), viviendo quizá en una familia (espiritual), pero no como miembro de un mundo encerrado en sí mismo. La vocación monástica es esencialmente personal.”

“Creo que la tarea monástica más urgente hoy es buscar a Dios por los caminos de la política, la sociedad, la economía, la ciencia y la cultura, y no buscarlo perpetuando instituciones automarginadas y apolíticas, olímpicamente distanciadas de las cuestiones económicas, que rehúsan con aires de superioridad las disputas científicas, y se proclaman refinadamente supraculturales. Un Dios así sería una abstracción, no un Dios viviente ni ciertamente (en el ejemplo de la tradición judeo-cristiana-islámica) el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob”.

“Primero: necesidad de formación. El primer paso hacia la formación es una in-formación autentica. Las tradiciones monásticas, en general, no tienen suficiente conocimiento del estado del mundo, el cual empeora y se debilita de día en día. Con esto no quiero decir que deban ser informados, a través de los medios modernos de comunicación o periódicos, de la última noticia de lo que está ocurriendo en algún lugar, etc., que sólo serviría para distorsionar la visión y la perspectiva genuina de la aventura global de la realidad en su camino hacia el centro, hacia su destino como quiera que lo interpretemos. Pero hay una gran falta de información. Esta arrogante despreocupación o desinterés o indiferencia ante las cuestiones del mundo, actualmente sólo puede aparecer como la menos monástica de las virtudes, ya que fomenta la crueldad de la indiferencia, la insensibilidad y la ignorancia culpable. Muchos anacoretas de tiempos antiguos se hicieron cenobitas con el fin de ser medios de edificación para sus hermanos.

Quizá los nuevos monasterios deberían ser centros donde se estudie y se cultive la verdadera “construcción” del mundo.

Segundo: un estudio contemplativo o una aproximación profunda a estos problemas, de modo que no se consideren como simples cuestiones técnicas o como simples datos informativos, científicos o logísticos. Los dilemas globales de hoy no están sujetos a soluciones inmediatas o técnicas, así que todo lo que hemos estado diciendo aquí acerca de la contemplación debería tener un apoyo directo en el modo como abordamos los problemas humanos urgentes de la vida de cada día: sociedad, política, ciencia, cultura, etc.

Debería surgir una metodología sui generis que integre la actividad de la contemplación y la vida de acción contemplativa. No quisiera que se interpretasen mal mis palabras como si tal estudio se tuviese que reducir sólo a cuestiones sociológicas. Un conocimiento en profundidad de la propia tradición, por ejemplo, es igualmente imperativo. Además, ya no podemos conocernos a nosotros mismos correctamente sin conocer a nuestros vecinos, e incluso sus opiniones sobre nosotros. El conocimiento de otras tradiciones espirituales es también un imperativo monástico.

Tercero: una invitación a la acción. Para el monasticismo, invitar a la acción no significa activismo o un simple politiqueo.

(…)

El monasticismo tradicional convertía los monasterios en un politeuma (pertenencia al cuerpo social, unidad política), un modelo de comunidad en simbiosis con el mundo del entorno. Pero lo que una vez fue simbiosis puede convertirse en parasitismo si no se restablecen la comunicación y la comunión. Esta visión del monje se puede interpretar como idealista y utópica. Me reconfortó leer en el suplemento de la Nueva Enciclopedia Católica (1979) que el “instinto monástico es profético”. Sin querer identificar los dos carismas, no se puede negar que el nuevo monje ya no se siente satisfecho con una fuga mundi e intenta realizar una consecratio mundi de forma muy especial, una consagración de las estructuras espacio temporales: lo que he llamado secularidad sagrada.

Y aquí me siento impulsado a hacer una propuesta concreta a la luz de todo lo que hemos dicho. Va en contra de mi estilo, porque la historia demuestra que las cuestiones de este calibre no pueden ser resueltas organizando comisiones, sino más bien con el esfuerzo y la experiencia de unas pocas almas valientes. Quisiera transmitir la urgencia de construir una comisión o un grupo, o un simposio sobre la formación monástica en nuestro mundo contemporáneo. Esto podría quizá crear la atmósfera propicia para que se produzca un cambio más existencial. El tiempo no puede estar ya más maduro.

“La crisis de nuestro período contemporáneo y al mismo tiempo su más grande oportunidad y vocación es comprender que el microcosmos humano y el macrocosmos material no son dos mundos separados, sino una y la misma realidad cosmoteándrica, de la cual, precisamente, la tercera dimensión “divina” es el vínculo unificador entre las otras dos dimensiones de la realidad”.
(Raimon Panikar)

Es un hecho que hoy esas pocas almas valientes, donde estén, a pesar de la insipiencia de sus búsquedas y resultados, están llamadas a posponer de alguna manera su necesidad y deseo (eremítico) de soledad y aceptar un compromiso comunitario (cenobítico), poniendo todos sus esfuerzos y experiencia al servicio de la edificación de sus hermanos, intentando ser educadores-formadores de ese nuevo tipo de ser humano (monástico) capaz de realizar un verdadero estudio contemplativo de la realidad, generando espacios (“centros”) donde se cultive la verdadera «construcción» del mundo, y creando la atmósfera propicia para que se produzca un cambio más existencial. Sin embargo, esta aparente claridad no lo es tanto cuando se está en medio de la realidad y se intenta construir. Hace falta ciertamente renunciar a algo y atreverse a las comisiones, pero hacerlo de tal forma que no volvamos a caer en otros discursos que pretenden manipular desde afuera la realidad y no logran producir un cambio realmente existencial. Y no es fácil. Hace ya mucho tiempo que estamos estancados ahí, porque nosotros mismos, lo que somos, es la trampa. Lo que habría que hacer es dejar surgir una metodología sui generis que integre la actividad de la contemplación y la vida de acción contemplativa, que nos permita dejarnos llevar por la urgencia de construir una comisión o un grupo, o un simposio sobre la formación monástica en nuestro mundo contemporáneo, pero manteniendo por lo menos la mitad del ser fuera de ese movimiento, intentando sumar el propio esfuerzo y experiencia individuales al de las pocas almas valientes que se enfrentan, arriesgando cada día su propia identidad, al verdadero calibre de estas cuestiones. Y en este sentido, la forma un poco «clandestina» como Carlos de Foucauld vive su vocación monástica al interior de una opción radical por la construcción de Fraternidad, es un aporte muy pertinente -de mucho calibre- para encontrar respuestas eficaces y equilibradas. En la práctica, la espiritualidad de Nazaret consiste en entrar en comunión con el gesto amoroso de Dios en la Encarnación. Esta no es una exigencia teórica, o moralista, o voluntarista, o afectiva, o ideológica: es una exigencia de ritmo. Y es la manera de ser de Dios en Jesús de Nazaret la que nos enseña el ritmo propio de nuestra vocación. Llamamos ritmo a los movimientos que, con todo nuestro ser, debemos realizar para llegar a SER Eucaristía. Es la manera concreta de vivir nuestra vocación contemplativa eucarística. (Algunos sinónimos de la palabra ritmo que pueden ayudar a una comprensión mayor, son: sinfonía, simetría, regularidad, equilibrio, compás, acento, cadencia…) La Fraternidad de las Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld es una familia espiritual llamada a vivir en su interior una diversidad de parentescos espirituales. Para nosotros Nazaret, más que una forma, un estilo de vida determinado y establecido de antemano al cual haya que ser fieles de manera rígida y estricta, es un ritmo propio que cada persona está llamada a descubrir en y por sí misma, a través del cual puede realizar su vocación eucarística. Para nosotras y nosotros vivir Nazaret no es hacernos responsables de un estilo de vida universalmente establecido, supuestamente muy valioso, que se tendría que proteger y dispensar de una manera «correcta». Es más bien la invitación a dejarnos recrear, nacer de nuevo hoy, reconociendo en nuestras vidas la presencia y la acción misericordiosa de Dios, Señor de lo imposible, capaz de sanar todas las heridas (C. E.1). La aventura espiritual de Carlos de Foucauld, los frutos de su fidelidad al Espíritu más allá de sus propias limitaciones humanas, nos enseña que la espiritualidad de Nazaret está llamada a nutrirse con plena libertad de todo lo que le permita, según las circunstancias, desarrollar su eficacia espiritual. Sin esa libertad las intuiciones espirituales de Carlos de Foucauld pierden su fertilidad. Vivir Nazaret es establecer canales de comunicación para dejarse fecundar, para llegar a SER hombres y mujeres que acogen y celebran la riqueza de vida que gratuitamente se les da y afirmándose en ella, sin hacer ningún caso de sus propios límites y defectos humanos, la ofrecen a los demás, gritándola con toda su vida, para que ellos puedan también reconocerla y ser felices como el corazón de Dios desea que lo sean (C. E. 1). La apertura al deseo de Dios que quiere vivir en nuestros corazones los mismos sentimientos que vivó el Corazón de Jesús en Nazaret (C. E. 4), hace que nuestra vocación sea contemplativa, eucarística, y también monástica, porque El fruto que estamos llamados a dar no es una construcción exterior a nosotros mismos. Nuestra seguridad y felicidad nacen de saber que lo que está sucediendo en nuestras entrañas es YA el fruto (C. E. 15). Nuestro testimonio, nuestro Ser que busca adecuarse cada vez más al ritmo y a la manera como Dios construye, hace que sin salir del mundo no seamos del mundo y con nuestra presencia defendamos de la acción del maligno el corazón de todas las situaciones en las que debamos intervenir. Jn. 17, 14-15. (C. E. 26). El convencimiento de que lo que está sucediendo en nuestras entrañas es YA el fruto no nace de ninguna autosuficiencia humana: es un don que se nos hace. Es el tesoro de nuestra propia santidad al cual accedemos mediante la opción de SER eucaristía. Afirmados en ese don nos atrevemos a vivir los acontecimientos que la vida nos impone, como seres humanos “resucitados” que han empezado ya una vida nueva (C. E. 13). Desde luego, cuando decimos que Nazaret no es un estilo de vida preestablecido al cual debamos ajustarnos mecánica y rígidamente, no pretendemos afirmar que la espiritualidad de Nazaret se pueda vivir de cualquier manera. Como Fraternidad de Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld, estamos llamadas y llamados a vivir Nazaret dándole a nuestro SER un equilibrio humano y espiritual que surge principalmente de la utilización, o más bien del «cocimiento» propio y original -en cierta medida y proporción- de los ingredientes que la espiritualidad cristiana ha venido desarrollado a lo largo y ancho de su historia. Decimos que nuestra vocación es contemplativa, eucarística y monástica, para afirmar al mismo tiempo algo viejo y establecido y algo nuevo que todavía busca los lenguajes, las formas y estructuras que le permitan explicitar y afirmar su propia identidad. Con mucho gozo nos sentimos llamadas y llamados a alimentarnos de las riquezas contemplativas, eucarísticas y monásticas que la vida de la Iglesia ha acumulado en su interior. Nuestro punto de partida, más que pretender algún tipo de aporte original que pudiera sumarse a esa gran riqueza, es determinar en qué medida y de qué manera vamos a integrar en nuestro SER esos diferentes ingredientes para «cocinar» el alimento espiritual que nos dará la identidad vocacional a que estamos llamadas y llamados en el mundo y las circunstancias de hoy. Sin embargo, no podemos desconocer que el mundo y las circunstancias de hoy aportan a la construcción de lo humano y lo espiritual ingredientes novedosos que ningún otro momento de la historia ha conocido, y que hace parte de nuestra responsabilidad humana y espiritual, de nuestra «encarnación», integrar en nuestro SER esas novedades de la forma como en nosotras y nosotros quiera hacerlo el Espíritu. La mayoría de las notas con las cuales estamos llamadas y llamados a componer nuestra sinfonía espiritual son antiquísimas, pero parados, encarnados, en el mundo y las circunstancias de hoy, no podemos recaer en composiciones del pasado. Esa no sería vida sino muerte. Tenemos que ser capaces de intuir, en medio de la noche y de un aparente caos, los sonidos que responden a las búsquedas espirituales de los seres humanos que somos hoy; y tenemos también que ser capaces de integrar los sonidos tradicionales y los nuevos sonidos que desde ese hoy se nos ofrecen (o se nos imponen) como novedad radical, y hacer de nuestro propio SER, viviendo ya como resucitados, el lugar donde esa totalidad se ordena y se integra, dejando que el Espíritu le de forma que quiera a nuestra identidad nazarena. Es así como hoy estamos llamadas y llamados a ser contemplativos, eucarísticos y monásticos. El Espíritu no inventa: responde. Responde a través de las vocaciones que dispensa. Y al responder integra, reconcilia, corrige, restaura. Nuestra vocación es al mismo tiempo la explicitación y el reconocimiento de algo que ya vivimos de alguna manera quienes estamos siendo llamados a ella, por lo menos al nivel de nuestros deseos más profundos, y también es una respuesta que el Espíritu le da desde nuestro SER, desde el Ser que Él realiza en nosotras y nosotros, a las búsquedas más urgentes y esenciales de los seres humanos de hoy. La identidad contemplativa nos llama a vivir una unidad dentro de la cual nuestro SER y nuestro hacer son una misma cosa. Lo que somos es lo que hacemos. Pero la fidelidad a ese llamado nos obliga a aceptar la oscuridad de «no saber» cuáles son nuestras verdaderas consecuencias, «no saber» qué es lo que el Espíritu a través de nosotros le aporta a la construcción de lo humano a imagen y semejanza de Dios. Ese vacío, ese silencio, ese no saber, son gestos proféticos en medio de un mundo en el que las causas y los efectos, las ganancias y los beneficios, son lo primero que se calcula. Es así como somos hojas en blanco para que Dios escriba en ellas su historia sagrada. Ese abandono pudiera ser entendido a primera vista como un desentendimiento, como una falta de compromiso, o como una manera egoísta y narcisista de centrarnos en nosotros mismos. Sin embargo, sólo nuestra propia divinidad nos permite liberarnos de las falsas imágenes de lo humano a las que inevitablemente estamos sometidos mientras no nos atrevamos a dar un paso radical fuera de nosotros mismos. Todo compromiso humano que no pase antes por ese vacío, por ese silencio, por ese «no saber», no es más que una multiplicación cancerosa de nuestros talentos espirituales. Pero, irónicamente, inexplicablemente, la negación radical, dar realmente ese paso fuera de nosotros mismos, lo que hace es colocarnos en nuestro verdadero centro. Mientas permanecemos en nosotros mismos no somos nosotros mismos y no podemos actuar. Sólo cuando salimos ocupamos nuestro verdadero Ser y sólo ahí podemos afirmar que hemos hecho algo, aunque nuestro nivel de responsabilidad con respecto a ese algo se juega en un fondo que aunque lo «somos» no lo podemos alcanzar con nuestra sola humanidad. En términos de divinidad, de nuestra propia divinidad, no podemos hablar de narcisismo porque la plenitud lo abarca todo, no puede generar ninguna imagen de sí misma frente a la cual cuestionarse, simplemente ES.


9.18.2006

Monjes

Thomas Merton termina su introducción a un pequeño libro que recoge algunos “Dichos de los Padres del Desierto”, monjes del siglo IV, con estas palabras:

“Los hombres sencillos que vivieron sus vidas hasta una edad avanzada entre las rocas y la arena, lo hicieron sólo porque habían venido al desierto para ser ellos mismos, su ser ordinario, y para olvidar un mundo que los apartaba de sí mismos. No puede haber otra razón válida para buscar la soledad o para abandonar el mundo. Y así, abandonar el mundo es, de hecho, ayudar a salvarlo al salvarse uno mismo. Este es el punto decisivo, y es un punto importante. Los eremitas coptos, que dejaban el mundo como quien huye de un naufragio, no intentaban sólo salvarse ellos mismos. Sabían que no podían hacer nada por los demás mientras permaneciesen debatiéndose en el naufragio. Pero una vez que conseguían un punto de apoyo en terreno sólido, las cosas eran diferentes. Entonces tenían no sólo el poder sino incluso la obligación de tirar del mundo entero para ponerlo a salvo tras ellos.

Esta es su paradójica lección para nuestro tiempo. Tal vez fuese demasiado decir que el mundo necesita otro movimiento como el que condujo a estos hombres a los desiertos de Egipto y Palestina. El nuestro es ciertamente un tiempo para solitarios y eremitas. Pero la mera reproducción de la simplicidad, austeridad y plegaria de aquellas almas primitivas no es una respuesta completa o satisfactoria. Debemos trascenderlos, y trascender todos aquellos que, desde su tiempo, fueron más allá de los límites que ellos fijaron. Tenemos que liberarnos, a nuestra manera, de las implicaciones de un mundo que se precipita en el desasatre. Pero nuestro mundo es diferente al suyo. Nuestro compromiso con él es más completo. Nuestro peligro es mucho más desesperado. Nuestro tiempo es, quizá, más corto de lo que pensamos.

No podemos hacer exactamente lo mismo que ellos hicieron. Pero hemos de ser tan concienzudos e implacables en nuestra determinación de romper todas las cadenas espirituales, y desechar el dominio de coacciones ajenas, para encontrar nuestro verdadero ser, para descubrir y desarrollar nuestra inalienable libertad espiritual y emplearla en construir, en la tierra, el Reino de Dios. No es éste el lugar para especular lo que nuestra elevada y misteriosa vocación pueda traer consigo. Todavía se desconoce. Sea para mí suficiente decir que necesitamos aprender de estos hombres del siglo IV cómo ignorar prejuicios, desafiar coacciones y adentrarnos sin miedo en lo desconocido”.

9.07.2006

Hijos

Un hijo es siempre, de una o de otra manera, la consecuencia del tipo de relación que viven sus padres. No es el resultado de un aporte, por muy fuerte y grande que éste pueda ser, ni es la sumatoria más o menos mecánica de dos aportes: es el fruto de la relación establecida entre esos dos aportes. Más que los aportes en sí mismos pesa la relación que establecen. Es imposible dispensar a un hijo de las consecuencias de la relación que lo trajo al mundo. Por eso para ser buen padre o buena madre no hace falta tener muchos talentos, mucho que aportar, basta con saber relacionarse. De hecho, algo de lo peor que le puede suceder a un hijo es tener padres que pongan el acento en los talentos que ellos le pueden aportar (y que a él se le impone el deber de desarrollar) y no en la calidad de su relación de pareja. La calidad humana de un hijo no puede ser sino una añadidura, una consecuencia inevitable de la calidad de relación que viven sus padres. La única manera de por lo menos atenuar en los hijos las propias deformidades, es haciéndose a un lado y dejando que los otros sean también su padre y su madre. Obviamente, no en el sentido de renunciar a la propia responsabilidad, ni de abrir ingenuamente la puerta al primer aparecido. Esos otros son los otros con los que formo una comunidad, mi comunidad, mi verdadera familia. De hecho, la única que puede formar a un ser humano es una comunidad. El que asume la responsabilidad de educar tiene que hacer pasar lo que sea necesario que pase, pero sin estar ahí desde el principio.

8.23.2006

Hoja de Ruta

El Dios vivo que nos habita no cabe ya en las palabras en las cuales lo hemos encerrado y por eso llegamos a ser incapaces de pronunciarlo. Tenemos que ir a buscar en las parcelas inexploradas y relegadas de nosotros mismos, en esos rincones hasta donde la rigidez de las palabras no ha podido llegar: es allí donde nos espera. Pero para llegar necesitamos ser conducidos porque no reconocemos ese camino ni estamos entrenados para recorrerlo. No importa tanto el brillo como la densidad, ni vale tanto lo que se mueve y desarrolla como aquello que permanece y mantiene contacto con las raíces. No tiene sentido confiar en lo que sabemos porque ese saber lo único que logra hoy es ahondar el estancamiento, tenemos que acudir más bien al hecho de que por lo menos hay imágenes de Dios, custodias de su misterio (León Bloy). La puerta de entrada al lugar donde nos espera el Dios vivo está custodiada por imágenes y no por gruesísimos portones, y para atravesar esas imágenes de nada sirve comprenderlas, hacer fuerza, luchar con ellas, o supuestamente a favor de ellas: hay que contemplarlas. Pero para estar en la capacidad real, espiritual, de contemplar, de percibir lo vivo, es necesario romper todo compromiso con aquello que fija ante nuestros ojos lo petrificado y muerto, y concentrar la atención en las imágenes que custodian hoy el misterio. Si se tiene una venda sobre los ojos de nada sirve reemplazarla por otra venda o mover la cabeza en una u otra dirección: aunque se cambie de lugar siempre se estará viendo el mismo y monótono muro de tinieblas. Romper todo compromiso con aquello que fija ante nuestros ojos lo petrificado y muerto es un problema de disciplina, de ascesis; concentrar la mirada en las imágenes que custodian hoy el misterio es un problema de obediencia, de dejarse llevar en la dirección en la cual sopla hoy el Espíritu. Cada uno de nosotros y nosotras tiene que hallar las imágenes que le permitan contemplar la novedad y desarrollar una estrategia, darle a su vida una disciplina que le permita quitarse la venda de los ojos y mantenerse fiel, obedecer… contemplar esas imágenes. Hay que correr el riesgo, creer, dejarse arrastrar por esa corriente aunque según la lógica de nuestra actual ceguera sea un camino condenado al fracaso. Hay fuerzas muy poderosas que esperan las señales propicias para desencadenarse, fuerzas capaces de hacer posible un renacimiento, pero a menos que hayan hombres y mujeres entrenados y fieles al oficio de perforar las tinieblas hasta llegar a ellas, permanecerán para siempre cercenadas de nosotros mismos y no podrán inundarnos, fecundarnos. Los que pierdan su vida en este oficio son los únicos que la ganarán.

7.05.2006

Rigidez

Vamos de vuelta hacia la rigidez. Es evidente que si para enfrentar el clima contemporaneo no nos colocamos en una posición muy rígida, progresivamente llegaremos a ser insoportables… sobre todo para nosotros mismos. No se trata, claro, de la rigidez obtusa del que intenta negar o escamotear la complejidad de la realidad, sino de una rigidez que consiste en retraer los tentáculos de nuestro ser en un movimiento defensivo. Seguiermos siendo los mismos, seres llenos de brazos empeñados en extenderlos hacia todos los puntos cardinales, pero tendremos que concentrarnos (¿refugiarnos?) en nuestro centro durante un periodo que puede muy bien durar algunos siglos. Hemos ensuciado con excesivo movimiento las aguas que nos sostienen, el fondo arenoso sometido a corrientes permanentes no ha tenido tiempo ni posibilidades de decantarse, por eso flotamos en una turbulencia que no nos deja ver. Necesitamos transparencia y claridad para recuperar el sentido de nuestros movimientos, y la única forma de tenerlas es quedándonos quietos. El noventa por ciento de nuestros problemas actuales no tienen solución, y mientras más intentemos solucionarlos más se agrandarán. Quedarnos quietos, tener paciencia y esperar que se disuelvan en el aire: ése es el camino. Y es el camino (no un escape) porque el noventa por ciento de nuestros problemas no son realmete “nuestros”, no nos corresponden, no son más que distorsiones de una imagen reflejada y vuelta a reflejar, casi hasta el infinito, en ese callejón de espejos en el cual decidimos encerrarnos.

Siempre hay una forma de construir. Entre el “mansos como palomas” y el “astutos como serpientes” hay una variedad infinita de territorios, de posibilidades; los matices, las variaciones, las combinaciones, son inagotables. Diez por ciento de mansedumbre y noventa por ciento de astucia, o setenta y cinco por ciento de mansedumbre y venticinco por ciento de astucia, las proporciones se pueden multiplicar indefinidamente. La sutileza de los ingredientes y la cantidad invertida de cada uno son un abanico dispuesto en el que caben toda clase de acciones, de actitudes, de iniciativas... de silencios. Siempre hay una manera de construir visible o invisible, directa o indirecta, comprensible o misteriosa; los caminos parecen agotarse, los abismos cortan el paso en el momento y en el lugar más inesperado, pero, sin embargo, en las orillas, en los rincones, en las esquinas, hay un sendero que quizá no haya sido transitado nunca y que conduce sorpresivamente hasta el otro lado. A veces ni siquiera hay que buscarlo porque es él quien nos encuentra, suele suceder que lo estamos transitando ya sin darnos cuenta; afuera lo único que nuestra vista reconoce es un desierto, pero, sin saber cómo ni por qué nuestros pasos son conducidos misteriosamente, caminamos sobre el sendero adecuado aunque nos sintamos hundidos en la nada.

Un ser humano a lo largo de toda su existencia está llamado a moverse dos o tres veces, el resto consiste en obedecer. El problema es que tanta obediencia tiende a hacernos sumisos, borregos, lerdos, temerosos, y en eso también está la sabiduría, en saber sacudirse a tiempo, en correr los riesgos adecuados en el momento propicio.

El equilibrio entre lo que se nos da y que estamos llamados a obedecer y la propuesta que se espera de nosotros: un contrapunteo difícil de sostener porque según el lugar, las circunstancias, el tiempo, hay que acentuar uno u otro extremo para poder mantener una posición que nos permita caminar. Hoy por ejemplo estamos frente al hecho de que hemos embarrado tanto las fuentes de lo que se nos da, que por más esfuerzos que hagamos para discernir casi siempre terminamos empantanados en nuestra propia basura. Por eso es hora de proponer, aceptando que dado nuestro actual estado de inevitable ceguera, en algo o en mucho esas propuestas pueden no estar en comunión con aquello que se nos da, pero son el paso pertinente para poder continuar andando y no resignarse a ser idiotas útiles al servicio de lo viejo. No lo niego: sospecho que quizá haya en esto un cierto tinte suceptible de ser calificado como espíritu «sectario».

7.03.2006

Lo que falta

... me alegro de lo que sufro por ustedes, porque de esta manera voy completando, en mi propio cuerpo, lo que falta de los sufrimientos de Cristo por la Iglesia, que es su cuerpo (Col 1, 24). ¿De qué manera estamos llamados y llamadas a sufrir a comienzos del siglo XXI para completar en nuestro cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por la Iglesia? Para responder esta pregunta hay que tomar en serio el enfrentamiento de Jesús con María que está sentada a sus pies para escuchar lo que dice, y con Marta, que, atareada con muchos quehaceres, le recrimina: Señor, ¿no te preocupa nada que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude. He aquí su famosa respuesta: Marta, Marta, estás preocupada y te inquietas por demasiadas cosas, pero solo una cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte y nadie se la va a quitar. Cada día es más evidente que estamos siendo llamados y llamadas, cueste lo que nos cueste, a sentarnos a los pies de Jesús para «únicamente» escuchar lo que nos dice, abandonando, incluso irresponsablemente, los muchos afanes y quehaceres que nos empujan a hacer y hacer y hacer… Los inútiles sufrimientos que nos salgan al paso en ese camino, empezando por nuestra propia recriminación, son los que tienen la capacidad de completar hoy los sufrimientos de Cristo por la Iglesia, y son además, en términos prácticos, la única forma de hacer (aunque parezca puro fracaso y esterilidad) que no termina alimentando el caos de muerte en el que nos hemos hundido con nuestros muchos, bienintencionados y “cristianos” afanes. Las respuestas de Jesús, todas sus respuestas, van en la línea de la más radical eficacia. Ninguno de nosotros puede ser tan eficaz como lo es Él con sus aparentes fracasos y silencios, por eso el camino de nuestra eficacia pasa por dejar de inquietarnos por muchas cosas y sentarnos a sus pies para escuchar lo que dice. A Jesús no le preocupa que quienes estén atareados con sus muchos quehaceres y afanes se queden solos y sin ayuda, tal y como ellos mismos han decidido, porque quien no lo escucha permanece fuera de sí y no puede ser ayudado de ninguna manera por nadie. Preocuparse por ellos es algo que no tiene sentido porque es perfectamente ineficaz, incluso para ellos mismos. La providencia que mueve montañas, que hace que los hombres y las mujeres puedan caminar sobre las aguas, que conduce pueblos hacia la tierra prometida, está del lado de quienes optan por sentarse a sus pies para escuchar lo que dice, aceptando el tipo de sufrimientos que ese gesto les acarree. Estoy muy cansada desde hace algunos días, pero eso pasará como todo lo demás. Todo progresa siguiendo un ritmo profundo, un ritmo propio en cada uno de nosotros. Debería enseñarse a la gente a escuchar y respetar ese ritmo: es lo más importante que un ser humano puede aprender en esta vida. No lucho contigo, Dios mío. Mi vida no es más que un largo diálogo contigo. Es posible que no llegue a ser nunca la gran artista que quisiera ser, pues estoy demasiado bien resguardada en Ti, Dios mío. A veces quisiera grabar con un buril pequeños aforismos y pequeñas historias vibrantes de emoción. Pero la primera palabra que me viene a la mente, siempre la misma, es «Dios», que lo contiene todo y hace inútil todo lo demás… (Etty Hilessum.)

6.29.2006

Lo nuevo

Lo nuevo no parece nuevo. Ni se siente como nuevo mientras se vive porque ni siquiera quien lo vive sabe lo que es. Lo que alcanzamos a vislumbrar en medio de las tinieblas y que señalamos como nuevo, está contaminado por nuestro compromiso visceral con lo viejo, es en gran parte (¿cuánto?) un reflejo distorsionado de nuestra propia imagen. No tiene casi ningún sentido analizar, planear, organizar, lo nuevo en sí mismo es lo único que puede dar testimonio de sí mismo, somos nosotros quienes estamos en sus manos para ser utilizados. A lo más que podemos aspirar es a convertirnos en focos de infección; ofrecer lo que somos para que el tejido de lo nuevo contagie a los demás tejidos, pero sin hacernos la ilusión de que somos los dueños, de que podemos controlar el proceso desatado, porque es esa ilusión la parte más vieja y muerta de nuestra vieja y muerta estructura. Lo nuevo somos nosotros mismos a pesar de nosotros mismos; lo nuevo somos los viejos pero viviendo en posición de resucitados. Basta de tanto alboroto y palabrería estéril: quienes cambian el mundo no son quienes cambian el mundo, aunque efectivamente lo cambien, son quienes se cumplen a sí mismos hasta llegar a la posición de resucitados. A pesar de que ya somos hijos de Dios, no se ha manifestado todavía lo que seremos; pero sabemos que cuando Él aparezca en su gloria, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como es. Y si es esto lo que esperamos de Él, querremos ser santos como Él es santo… (1 Jn 3, 2-3)

6.28.2006

Veamos las cosas como son

Veamos las cosas como son, a la gran luz de la fe, que ilumina nuestros pensamientos con una claridad tan luminosa que nos hace ver las cosas con una visión diferente de la de las pobres almas del mundo. La costumbre de mirar las cosas a la luz de la fe nos eleva por encima de la niebla y el barro de este mundo y nos transporta a otra atmósfera, a pleno sol, a una calma serena, a una paz luminosa, por encima de la región de las nubes, los vientos y las tempestades, fuera de la zona del crepúsculo y de la noche.

“Hay en la Sagrada Escritura una palabra de la que, creo yo, hemos de acordarnos siempre, y es que Jeruralén fue reconstruida in angustia temporum (Daniel). Hay que contar con trabajar durante toda nuestra vida in angustia temporum. Las dificultades no son un estado pasajero que hay que dejar pasar como una borrasca, para volver al trabajo apenas se calma el tiempo. No. Son el estado normal. Hay que contar que toda nuestra vida, para todo lo bueno que queramos hacer, estaremos in angustia temporum…”Carlos de Foucauld

Carlos de Foucauld

Establecerse en la vida de una manera «ilógica» que le deje a Dios el cuidado de procurarnos los medios… ése es el establecimiento, la encarnación, que genera vida y que comunica, más allá de todas las apariencias forzadas y retóricas de convivencia y solidaridad; es el establecimiento que le da a nuestros actos una eficacia divina.
Evangelizar desde Nazaret es crear las condiciones, en todos los campos y niveles de las actividades humanas, que hagan posible la existencia de seres humanos capaces de establecerse en la vida de esta manera, capaces de gastar su vida en un oficio que además de mantenerlos en una angustia e incertidumbre constantes, no les promete prácticamente ninguna eficacia visible. Es atreverse a fundar sobre la nada estructuras invisibles que no florecerán antes de mucho tiempo; solamente así este mundo y los seres humanos que somos podremos ser salvados. Y además tenemos que ser capaces de anunciar esta forma «ilógica» de establecernos en la vida, pero divinamente eficaz, como lo que es en realidad: una Epifanía, una manifestación de Dios en medio del mundo y de los seres humanos tal como son hoy; tenemos que explicitar, primero ante nosotros mismos, que ésta es nuestra manera de aportar a la construcción de un mundo y de un ser humano nuevos, una manera que no por ser divinamente eficaz es humanamente ineficaz, sino todo lo contrario, que por ser divinamente eficaz es también la realización más plena posible de nuestro ser de hijos e hijas de Dios. ¿Cómo lo explicitamos? Mediante una fidelidad radical y terca a colocarnos en la vida de tal forma que si Dios no nos da los medios para continuar no podamos hacer nada.

6.20.2006

Cada día tiene su afán

No anden preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber? ¿con qué nos vamos a vestir?… Ya sabe su Padre celestial que tienen necesidad de todo eso. Busquen primero su Reino y su justicia y todas esas cosas se les darán por añadidura. No se preocupen por el mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su inquietud.

Mt 6, 31-34

¿Cómo esperar hoy, siendo nuestro hoy lo que es, y siendo los que somos hoy, un mañana mínimamente optimista? ¿Cómo alimentar una esperanza medianamente creíble de que haciendo algún tipo de esfuerzo vamos a poder orientar en una dirección diferente todas esas fuerzas desbocadas que nos arrastran hacia el caos? Nunca ha sido tan perfectamente inútil «preocuparse por el mañana». Es un hecho cada día más evidente que la especie humana está empeñada en el suicidio: quiere devorarse a si misma. Bueno, quizá no toda la especie humana esté implicada en semejante estupidez pero quienes detentan el poder lo manipulan de tal forma que queramos o no todos estamos siendo engullidos por esa espiral vertiginosa. El poder ha llegado a ser tan poderoso, tan sutil y omnipresente, que está a punto de lograr contaminar con su dinámica caótica todos los reductos de la especie humana; es de tal magnitud que ya no depende ni siquiera de quienes creen que lo detentan, es una entidad independiente capaz de metabolizar TODO lo que somos y transformarlo en alimento, destruyendo aquello que tendría la posibilidad de oponérsele: Nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas (Ef 6, 12).

6.12.2006

Contar con el otro

Llega un momento en la vida en que hay que tomar la opción de contar o no contar en Verdad con el otro. Suena tonto porque uno tiende a instalarse en la supuesta certeza que da una larga convivencia. No se dice así, pero se sobreentiende, que si vivo con otro, tengo hijos con otro, duermo con otro… etc, etc, el resultado final de esa sumatoria es que cuento con el otro y el otro cuenta conmigo. Error. Craso error. La opción de contar o no contar con alguien va más allá de toda posible sumatoria humana, es una opción que toca los niveles más profundos de nuestro ser espiritual. No podemos contar con el otro en el terreno de sus características y dimensiones humanas, es una ilusión, sólo podemos contar con el otro en el terreno de sus características y dimensiones divinas. Es en Dios donde una convivencia humana puede ir más allá de una simple sumatoria de actos humanos y transformarse en comunión espiritual. Y para que eso sea posible hay que pasar por el trago amargo de soltar, de soltarse completamente a uno mismo y de soltar completamente al otro. Es el suceder del otro en Dios el que me permite llegar hasta él, a través de mi propio suceder en Dios. No existe ninguna forma de convivencia humana, todos los caminos conducen a la castidad entendida como la entrega exclusiva al absoluto de Dios. No hay otra forma de permanecer en nosotros mismos, otra forma de SER. Optar por recorrer el camino que me conduce hasta otro consiste en optar por dedicarme exclusivamente a plenificar mi condición de hijo de Dios, y si en ese camino es voluntad de Dios que llegue hasta un otro que Él haya escogido para mi, voy a ser conducido hasta él. Para decirlo de una manera más práctica: no hay una mirada humana capaz de identificar cuáles son en Dios nuestra esposa y nuestros hijos; los parentescos espirituales, los que cuentan en Verdad, sólo podemos vivirlos al interior del misterio de la Comunión de los Santos. ¡Qué Dios nos de su gracia para transitar esos abismos! Estamos en sus manos (¡es en serio!), no hay de otra. Y la muerte es el paso porque es la única forma de soltarse completamente a uno mismo y de soltar completamente al otro.

Esa muerte que le da paso a la vida espiritual del otro implica inevitablemente una decepción. Es una muerte que se nutre de la aceptación de que es inútil esperar respuesta. Ningún ser humano es capaz de llenar el hueco que ocupa la sed de otro ser humano. Pero es a partir de esa decepción -tan dolorosa como grande sea la sed- que se puede empezar a transitar el camino hacia Dios en la espera de que el otro (el otro que si es capaz de llenar el hueco que ocupa nuestra sed) nos sea dado. Es la Gracia de Dios actuando en el otro la que a través de su realidad humana concreta y limitada me responde, por eso, de lo que tengo que apropiarme para no dejar escapar la respuesta, no es del otro, es de la Gracia que lo ha elegido a él para responderme. Una relación humana tiene sentido espiritual sólo si cada uno asume al otro como canal de respuesta de la Gracia de Dios a las aspiraciones Reales (es decir: divinas) de su SER.

6.07.2006

Carlos de Foucauld

Carlos de Foucauld es una voluntad de amar que termina transformándose en amor. Es alguien que realiza el amor a través de una fidelidad, que vive a fondo, muy a fondo, pero que no se detiene, no se instala, en ninguna de las realizaciones humanas parciales del amor absoluto que lo llama y por el cual opta con una decisión inquebrantable que no vacila jamás a pesar de no apoyarse casi nunca en nada que le corrobore la eficacia humana de su opción. No mira para atrás, se mueve directamente en línea recta hacia el centro. No es un místico poeta, es un místico explorador de territorios desérticos y peligrosos en los cuales cada movimiento debe realizarse de la manera más austera posible para que las fuerzas no se consuman inútilmente en gastos secundarios que a la larga pondrían en grave riesgo el éxito final de la aventura. Esa austeridad le permite mantenerse con vida en medio de condiciones terriblemente adversas. No da un solo rodeo, entre dos puntos siempre se dispara sobre la recta más corta posible. No tiene tiempo ni espacio para vacilaciones, sus decisiones son rápidas y cortantes y es consecuente con cada una de ellas hasta el final, es decir, hasta el momento en que una nueva decisión le impone un nuevo rumbo. Sabe para donde va y sabe que su opción de ir es absoluta, por eso nada parcial, nada secundario lo distrae o lo detiene. Visto desde afuera parece ser alguien empeñado en andar sobre el vacío en contra de vientos mucho más poderosos que cualquier voluntad humana, sin embargo, visto desde adentro es alguien que una vez que ha encontrado en sí mismo la manera de comulgar con el depósito de su propia divinidad, no vacila en afirmarse en él, renunciando a todas las previsiones y cuidados que sus solos recursos humanos le impondrían. Mientras más avanza más se hunde, mientras más crece menos se ve, más solo está. La consecuencia lógica y nítida de su camino espiritual es morir para dar fruto, y morir, es decir, dar fruto, para él consiste en encarnarse como Jesús en Nazaret. Parte de ese fruto somos nosotros, sus hijas e hijos espirituales a los que jamás vio y con los que muy seguramente no hubiera podido convivir durante mucho tiempo, el resto es una fecundidad oculta y silenciosa, muy difícil de describir, que desde su hundimiento en la tierra viene animando los tejidos profundos de la Iglesia que enfrenta los retos del mundo de hoy y se prepara para enfrentar los del mundo de mañana. La forma como vivió (no como la intentó describir…) su doble vertiente espiritual monástica y nazarena, da testimonio de una integración humana y espiritual compleja y difícil; integración que es la forma que toma hoy la Buena Noticia evangélica para responder a las necesidades espirituales del tipo de ser humano en que, para bien y para mal, nos hemos llegado a convertir. Si no recuperamos y asumimos nuestra doble vertiente monástica y nazarena, y si no somos capaces de tejer con esos dos hilos un tipo de ser humano que integre armónica y creativamente esas dos vertientes de riquezas complementarias, no podremos HOY volver al Evangelio. Hablar tiene mucho que ver con callarse, anunciar tiene mucho que ver con ocultarse, acoger tiene mucho que ver con cerrar ciertas puertas, dar tiene mucho que ver con dejarse tocar, la eficacia tiene mucho que ver con la muerte, ser libre tiene mucho que ver con el oficio de levantar y derribar muros de clausura, dialogar tiene mucho que ver con negarse uno mismo, construir tiene mucho que ver con no instalarse en ninguna parte, moverse hacia el corazón del mundo tiene mucho que ver con internarse en territorios desérticos y fronterizos, hacer que las distancias recorridas nos brinden el alimento y el sabor de sus densidades más recónditas tiene mucho que ver con la opción de moverse siempre en línea recta… son contrastes, sutilezas, si se quiere ironías espirituales que forman el relieve, luces y sombras, de las hijas y los hijos de Dios hoy. Son los elementos con los cuales nos corresponde vivir hoy nuestra sabiduría evangélica, una nueva evangelización, que aunque como las sabidurías evangélicas de todo tiempo es más un don que se nos da que un logro humano, no por eso deja de ser nuestra responsabilidad, tal como lo fue de nuestro Hermano Mayor Jesús de Nazaret. Es la obediencia la que hace posible que el don de Dios nos haga libres y de frutos en nosotros, no hay otro camino. Él no obliga, no pasa por encima: se encarna. Por eso, es la voluntad de amar y la obediencia a esa voluntad la que nos permite hacer de nuestra vida, tal y como es, con sus flores y su podredumbre, una experiencia espiritual, una realización de la eficacia eucarística. Es la voluntad de amar la que nos empuja a movernos en línea recta, superando esa infinidad de apariencias de amor que hemos elaborado afirmándonos en nosotros mismos y que nos llevan a la infelicidad y la muerte. Pero la voluntad de amar no nos lleva por el camino que queremos, que nos gusta. No es fácil liberarnos del deseo de darnos gusto a nosotros mismos para abrirnos a la experiencia de nuestro verdadero gusto, que no es humano sino divino. Estamos llamados a una felicidad tan grande y tan plena que ni siquiera somos capaces de imaginar, por eso el orden humano con el cual nos es posible enfrentarnos a ese absoluto que nos desborda implica que a la cabeza siempre marche la voluntad de amar, todas las demás potencialidades humanas son importantes pero secundarias porque jamás logran tener una consistencia suficiente que nos permita afirmarnos en ellas sin terminar hundidos en nuestros propios pantanos. Lo que nos enseña Carlos de Foucauld es que el ingrediente humano de nuestra propia santidad es la voluntad de amar, el resto es don de Dios que sabe conducirnos con una sabiduría y una generosidad que no alcanzamos a comprender. La adoración es la escuela donde se aprende la voluntad de amar, donde nos preparamos para recibir el don del amor. No amamos porque queramos amar o porque sepamos amar, amamos porque acogemos un don que se nos hace y del cual no somos dueños sino simples destinatarios. Cuando somos colocados dentro de ese don no nos queda otra salida que ser, porque nuestra única manera cierta y eficaz de hacer el bien a los demás es siendo en el amor. No buscando es como se nos da, no defendiendo es como podemos gozar de nuestra plenitud y la plenitud de los otros. No hay que salir de uno mismo, hay solamente que ser y saber esperar.

6.02.2006

Paternidad

Dios quiere probar a Abraham y le dice: Toma a tu hijo, al único que tienes y al que amas, Isaac, y vete a la región de Moriah. Allí me lo ofrecerás en holocausto, en un cerro que yo te indicaré. Abrahán sabe que lo mejor para su hijo se esconde no en las buenas intenciones de su propio amor, por grande y previsivo que sea, sino en la voluntad de Dios sobre él, por muy oscura y dolorosa que pueda parecerle, y no duda un solo segundo en hacer lo que se le dice. La obediencia inmediata a una orden tan “aparentemente” cruel e inhumana es la única forma que tiene él, el elegido, de evitar que la vida de su hijo sea destruida por las consecuencias de su propia relación con el absoluto. Para ser padre, sin dañar al hijo, hay que hacer voto de castidad...

5.30.2006

Hechos

No es cuestión de «hacer» sino de despertar, suscitar fuerzas, establecer vínculos, desatar dinamismos, catalizar las tensiones amorfas de la realidad de tal manera que lo que deba sudecer suceda, aunque no podamos ser reconocidos (ni siquiera por nosotros mismos) como responsables. Ese es el hacer que nos permitirá re-construirnos como seres humanos. El hacer del amor no es construcción, su construcción es añadirura. El amor hace despertando, suscitando, vinculando, dinamizando, catalizando, y la forma, la estructura que genera, no se puede discutir, es Verdadera y la única manera de no destruirla es acogiéndola... aunque nos lleve al fracaso humano total.

5.29.2006

Rito

“Nescivi! No supe ya nada”. Así dice la esposa de los Cantares, después de haber sido introducida en la cámara del misterioso vino; y tal me parece debe ser el estribillo de una «alabanza de gloria» en este primer día de retiro en que el Divino Maestro la hace bajar hasta el fondo del abismo sin fondo, para enseñarla a desempeñar el oficio que le ha de caber durante la eternidad, y en el cual debe ya ejercitarse en el tiempo, que es la eternidad comenzada, pero siempre adelantando. Nescivi. Ya no sé nada más; nada más quiero saber sino “conocer a Jesús, tener parte en sus sufrimientos y llevar el sello de la conformidad con su muerte”.

Quiere Nuestro Señor que yo me encamine a mi pasión con majestad de Reina.


Isabel de la Trinidad

El tiempo como la eternidad comenzada. Y el oficio humano como ir siempre adelantando en la eternidad. Para poder escribir lo que realmente deseamos y necesitamos escribir, tenemos que ser santos. Es la santidad la que nos devuelve la Palabra, el lenguaje. Por fuera de ella lo único que se puede hacer es garrapatear símbolos sin sentido. Todos los lenguajes humanos no pueden aspirar a nada distinto que ser manifestación de Dios, epifanía, alabanza de su gloria. Sólo puede ser Palabra aquello que es un paso de vuelta al silencio esencial que está en contacto y revela la Unidad de la cual brota todo.

En un mundo en que millones de seres humanos son obligados a vivir una agonía injusta, colgados en cruces que les repugnan y que quisieran evitar a toda costa, Dios le pide a una joven que se encamine a su pasión con majestad de Reina. Irónica manera de decirnos que Ahí, en lo más hondo del abismo de nuestra nada, de nuestra miseria, es donde se hallará frente a frente con el abismo de la misericordia, de la inmensidad, del todo de Dios; allí es donde hallaremos la fortaleza de morir a nosotros mismos, y perdiendo nuestras propias huellas, quedaremos trocados en amor. Perder nuestras propias huellas y quedar trocados en amor, ¿qué otra salida nos queda? La misericordia: desatar el mundo, desatarlo en nosotros mismos y dejar que sea el lugar santo que es en la voluntad, en la realidad de Dios. Imponer en nosotros la eternidad mediante la obediencia a un ritmo que explicite, que actualice, la santidad del presente. Esa es la única manera de actuar, de hacer algo. Vivir en el interior de un rito perpetuo. Como las mujeres y los hombres del mundo andino.

5.27.2006

Comunicación

"Estamos en un mundo que es menester pensar lo que pueden pensar de nosotros para que hagan efecto nuestras palabras."

Teresa de Jesús

¡Ay Teresa, qué cosas dices! Entonces hay que lograr que lo que puedan pensar de nosotros sea lo «necesario», según la situación y los interlocutores, para que hagan efecto nuestras palabras. Estoy de acuerdo en que quien convence primero es el Ser. En el imperio de los disfraces, de las manipulaciones mediáticas, no nos queda otra que ser capaces de pasar, con nuestro ser, por encima de los ropajes del otro, para establecer comunicación con su ser, porque sólo a ese nivel se puede dar un verdadero diálogo. Eso quiere decir que se puede dar perfectamente el caso de estar comunicándonos muy profundamente con otro que cree o piensa que no se está comunicando con nosotros, o incluso que somos sus enemigos. No sabemos en quién nuestras palabras harán efecto realmente, es decir, no serán sólo intercambio de ropajes, de apariencias, sino sacramento, comunión. Y muchos de quienes creen o piensan estarse comunicando porque usan entre ellos muchas palabras, pueden estar en realidad a años luz de encontrarse. Nunca se sabe con quien uno se está realmente comunicando. Por eso, cundo lo interpelan diciéndole: -Oye, tu madre y tus hermanos están ahí afuera y quieren hablar contigo, Él contestó: ¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque cualquiera que pone por obra el designio de mi Padre del cielo, ése es hermano mío y hermana y madre (Mat. 12, 47-50). Hacer la voluntad de Dios es lo que nos permite la manifestación real de nuestro ser. Por eso sólo quienes hacen la voluntad de Dios son dueños de su ser y pueden establecer comunicación, aunque en el plano de las apariencias humanas no den señales de estarse comunicando. Es a ese nivel que se desarrollan nuestros verdaderos parentescos, que hacemos parte de una familia. Por eso, a pesar de que en esa circunstancia concreta pareciera que la comunicación entre Jesús y su madre se cuestionara, incluso que se rompiera, nadie como ellos estaban en una más plena comunicación en el sentido de que ponían por obra, fielmente, el designio del Padre sobre cada uno. Son técnicas contemplativas de comunicación.

5.22.2006

Ceguera

¿Puede un ciego guiar a otro ciego? Ciertamente caerán ambos en algún hoyo… ¿Por qué te fijas en la pelusa que tiene tu hermano en un ojo, si no eres conciente de la viga que tienes en el tuyo? Saca primero la viga de tu propio ojo para que veas con claridad, y entonces sacarás la pelusa del ojo de tu hermano (Lc 6, 39). Ningún acto humano es inocente: Quiéralo o no, lo sepa o lo ignore, todo hombre se ve forzado, en cada instante de su vida, a dar testimonio de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Quien compra un pan anuncia la muerte de Cristo... (León Bloy). Al final, la manera de sacar la pelusa del ojo de mi hermano no puede consistir sino en la dedicación exclusiva a sacar la viga del propio ojo para ver con claridad. Para hacer otra cosa haría falta vivir más de doscientos años. La eficacia divina de cualquier acción depende de la claridad (santidad) sobre la que se afirme. No existen acciones humanas, existen sólo acciones divinas afirmadas en diferentes niveles de claridad. Incluso en los campos que pudiéramos considerar más exclusivamente humanos, la única manera de obtener una eficacia que no nos destruya es apelando a nuestra capacidad divina de acción. Algo se desarrolla delante de nosotros pero con nuestra visión oscurecida no podemos saber lo que realmente Es. Pensar, sentir y actuar en base a los datos que nos da nuestra sola visión no es más que profundizar el malentendido, descender a un piso más oscuro del hoyo. Habitar divinamente un lugar, ser eficaz en ese lugar, depende de la claridad a la que se sea vulnerable en él, porque cada lugar ofrece una manera original de sacar la viga del propio ojo. Percibir esa manera, aceptarla, obedecerla, es el camino para desarrollar, promover, liberar ese lugar, aunque nueve de diez veces quien anda por aquí parece no que interviene sino que se margina, que se pone a un lado.

5.19.2006

Sur/Norte

Con la tecnología genética actual, el norte tiene la capacidad de llegar hasta las periferias más extremas, hasta los seres humanos y los territorios más alejados de su ámbito de influencia -los menos contaminados por sus propios desechos-, y robar esas pequeñísimas partículas que mantienen escondidos secretos de vida que manipulados de la forma conveniente le pueden permitir correguir muchas de sus enfermedades y adquirir nuevas características que amplien o perfeccionen sus posibilidades de bienestar. Esa nueva expoliación está ya en movimiento con una intensidad que sólo en las próximas décadas mostrará explícitamente su cara. Es un hecho: la tecnología y su disfrute son privilegio del norte, pero la materia viva, el depósito de secretos que necesita conocer y manipular esa tecnología, son en su mayoría privilegio del sur. ¿Qué hacer? En el terreno tecnológico el sur está completamente derrotado, y en el campo “legal” la pelea por la defensa de su depósito de secretos tiene que darla en unas condiciones de inferioridad abismales; aunque patalie, su dependencia y las necesidades de supervivencia lo obligan a bajar la cabeza. Pero las opciones del norte, el costo humano que debe pagar por mantener su “paraiso”, hacen que haya un terreno en el cual el sur tenga cada día una superioridad más grande: el terreno de lo espiritual. En la misma orilla de la magnificencia artificial de la vida, hay una muerte que crece cada día a una velocidad vertiginosa, y es por ahí que el sur tiene que atacar. El problema es cómo. Porque la genética espiritual del sur no puede ser transformada en tecnología, éso sería tomar el mismo camino del norte, romper el equilibrio, la armonía, y optar por la manipulación, algo que, además de conducirla al degeneramiento de su ser, en los términos competitivos prácticos de la realidad actual sería imposible. Pero sin llegar a transformarse en tecnología, o por lo menos en tecnología según el punto de vista del norte, la vitalidad del sur necesita hallar una manera de transformarse en posibilidades prácticas de autosostenimiento y autoafirmación para poder romper la dependencia del norte. Esta encrucijada, gústenos o no, tenemos que enfrentarla sometidos al movimiento vertiginoso del ciclón globalizador. Una realidad que nos impone otra realidad: ni el norte ni el sur pueden pretender, en ningún campo, correguir por sí mismos sus desequilibrios, se necesitan el uno al otro y sólo si son capaces de construir juntos un nuevo proyecto que integre lo propio y lo mejor de cada uno, van a poder, cada uno en su terreno y juntos, manetener viva la esperanza. Pero es tan grande la prepotencia del norte, ha llegado a convertirse en algo tan constituvivo de su ser, que hoy, para los hombres y mujeres del norte, arrancar esa raíz, o por lo menos llegar a reconocerla en su real profundidad -para dialogar en condiciones de igualdad con el sur-, es una tarea prácticamente imposible. El norte permanece esclavizado, oprimido y aplastado por su prepotencia, y en este sentido, irónicamente, vive de alguna manera la misma limitación a que está sometido el sur, esclavizado, oprimido y aplastado por la dependencia. En extremos contrarios, ambos sufren la misma limitación para encontrarse y dialogar con el otro. La imágen superficial, el contraste entre el bienestar material del norte y del sur no puede hacernos olvidar esta “igualdad” de fondo. Si nos fuera dado medir en los dos platos de una balanza la calidad de vida humana, incluso de felicidad, que hay en la existencia dramática de muchos muertos de hambre y en la comodidad monótona de muchos saciados, nos llevaríamos seguramente más de una sorpresa. El sur, aunque tenga que pagar una cuota de sufrimiento inmenso, no se puede limitar a lamentar su pobreza material, tiene que ser capaz, en medio de su lucha dramática por la supervivencia, en medio de sus muertes, de levantar la cabeza, disfrutar y afirmar su superioridad espiritual. Este es el primer paso para la transformación de su vitalidad en posibilidades prácticas de autosostenimiento y autoafirmación, para beneficiarse materialmente de sus “secretos”, utilizando los medios que la realidad de hoy le ofrece y le impone. Si el sur no aprende a moverse, cuéstele lo que le cueste, a pesar de lo desquiciado que pueda parecerle y a pesar de lo ineficaz que pueda ser al principio, afirmando su propia fuerza y creyendo en su propio proyecto, lo único que hará, incluso en medio de los fragores de la guerra, será acatar las órdenes del norte.

El problema, desde el punto de vista personal para alguien del sur, es que aunque permanezca tan esclavizado de su dependencia como lo están sus compadres del norte de su prepotencia, es allí, inexorablemente, en medio de la destrucción que le impone la dependencia, donde tiene que aprender a vivir la afirmación desquiciada y en principio poco eficaz de su vitalidad propia. No dispone de otro punto de partida menos viciado y más propicio, ni tampoco dispone de otra forma de lucha que le ofrezca la posibilidad de triunfar. Si no es lo que es, está muerto. Tiene que vencer una doble tentación: someterse renunciando a su ser, entrando en una vivencia esquizofrénica y subterránea que le permita escasamente sobrevivir; o encerrarse en sí mismo intentando alguna forma de auto-afirmación que no pase por el diálogo y la confrontación con el otro que lo amenaza y lo niega. Cada uno de estos extremos lo conduce a la destrucción. A medida que la globalización avanza, los escenarios en que cada hombre y mujer del sur deben enfrentar esta doble tentación se hacen más complejos, y desgraciadamente la mayoría de veces están allí como actores inconcientes del drama que los convoca, ya sea porque son manipulados desde afuera, o porque no tienen los medios necesarios, o no están dispuestos a transitar el camino que puede convertirlos en los dueños y orientadores de sí mismos. Claro que no existe Un camino, existe la aceptación perpetua de la confrontación, la búsqueda permanente, el reto diario de utilizar la realidad para dar pasos en la dirección escogida: una dirección que casi siempre es insinuada apenas por brevísimos estallidos de luz en medio de las tinieblas. El ser humano del sur no es un técnico ni un científico, es un místico, y debe aceptar lúcidamente su vocación sabiendo que incluso en medio de su propia exhuberancia tendrá que enfrentarse otra vez con la nada, con la no-instalación, porque un místico no está capacitado para conformarse con lo parcial, con lo incompleto, y no deja de moverse hasta ser consumido por el fuego del milagro absoluto. Renunciar a su vocación no lo transforma en otro sino en un monstruo deforme, en una caricatura de sí mismo. No podemos ni siquiera imaginarnos lo que será el mundo cuando sean los místicos quienes estén a la cabeza, cuando quienes estén a la cabeza renuncien a toda forma de estar a la cabeza... sin eludir su responsabilidad. Pero ese día se está construyendo ya.

Guía para Turistas


Han dicho que no se sabe por qué este pueblo tomó la decisión de taponar las puertas de sus templos y partió dándole la espalda a la sabiduría acumulada durante siglos y siglos de paciente observación y medición de las estrellas. Corre todavía el rumor de que eran gentes muy poderosas que llegaron a controlar fuerzas secretas y misteriosas de la naturaleza. Los estudiosos no se han puesto de acuerdo pero la hipótesis más plausible es la de la gran hambruna: el clima cambió, las fuentes de agua se secaron y se vieron forzados a partir. Una vez abandonado el centro ceremonial, los clanes vagaron por montañas y desiertos buscando lugares propicios para nuevos asentamientos y al fragor de la lucha inexorable por la supervivencia cotidiana toda su sabiduría se perdió.

Hay sin embargo otra hipótesis a la que yo me atrevo. La que dice que su decisión no fue forzada por ningún elemento externo sino que fue -¡quién lo creyera!- precisamente el culmen más alto de su sabiduría, la forma más plena que llegó a conocer ese pueblo de controlar las fuerzas secretas y misteriosas de la naturaleza. Esta hipótesis implica no sólo un cálculo mental y abstracto de probabilidades antropológicas, sino abrirse a la consideración de que los seres humanos quizá somos radicalmente otros. El hecho de que en determinado momento de nuestra evolución nos hayamos podido parcializar en un sentido equis, no quiere decir que dejáramos de ser una unidad en la que al lado de lo que ahora nos parece perfectamente lógico, se mantienen latentes, querámoslo o no, veámoslo o no, posibilidades de movimiento en sentidos ye o zeta que vistas con la lente de nuestra actual lógica pueden incluso parecer inhumanas o desquiciadas. Abandonar voluntariamente la seguridad y el bienestar de cómodas y macizas construcciones de piedra para vagar por desiertos y montañas, acosados por el frio y el hambre, y vivir ese abandono, con todas sus consecuencias, como un gesto de plena sabiduría, es algo que los seres humanos que somos hoy rechazamos con repugnancia... pero quizá es también algo que ese radicalmente otro que no hemos dejado de ser anhela con una atracción irresistible, no porque sea tan estúpido que le guste vagar por desiertos y montañas pasando hambre y frío, sino porque la vida que lo habita necesita restablecer un equilibrio y una armonía sin los cuales la muerte le copa cada vez más espacios. Los pueblos y los seres humanos que pierden el contacto con la aventura esencial de su supervivencia van camino de la muerte. Así las cosas no resulta tan ilógico partir sin mirar atrás dándole la espalda a la sabiduría acumulada durante siglos y siglos de paciente observación y medición de las estrellas, vagando por montañas y desiertos, soportando hambre y frio buscando lugares propicios para nuevos asentamientos...

La tierra es dura, árida, reseca, las grietas se multiplican como cicatrices, como si el rostro del mundo hubiera sido herido una y otra vez a lo largo de siglos incontables, y como si esas heridas se hubieran ahondado poco a poco buscando a quién sabe qué profundidades ese lugar secreto y azul en el que permanece dormida la madre de las aguas. Pero los habitantes de ese gesto silencioso, los hombres y mujeres que cosechan su pan en esos surcos, los testigos pacientes del milagro, saben, como solamente pueden saber aquellos a quienes se les ha negado la palabra, es decir, con sus entrañas, que lo que sucede en realidad no es muerte sino vida. Sepan hombres y mujeres de estas tierras, que son ustedes parte de la vanguardia, la luz de nuestra raza extraviada...

• Frank Michel, en Le Monde Diplomatique:

En la bolsa de los turistas encontramos de todo. Hasta esos «reality tours» que consagran el éxito de un turismo políticamente correcto. De moda, sobre todo en Estados Unidos, comercian con la miseria. Como Global Exchange, una asociación de San Francisco que se ha especializado en los viajes a los lugares de explotación y de conflicto del planeta. Su catálogo propone, entre otras, una exploración californiana por los centros de detención de menores; otra en las llanuras del centro donde pueden encontrar trabajadores «que garantizan la cestita de fresas y se ven afectados por la toxicidad de los pesticidas. Las secuoyas del norte de California, y la deforestación que amenaza al ecosistema, son objeto de otra investigación». En cuanto al programa «Beyond Borders», se trata de «tres días en la frontera mexicana que, por 500 dólares, permiten contactos directos con la población local, los inmigrantes clandestinos, la patrulla de fronteras, las organizaciones de derechos humanos. Sin olvidar la visita a las maquiladoras, esos talleres de confección situados en la frontera, y sin dejar a un lado tampoco la evocación de los problemas de contaminación».

Turismo malsano en el que los más miserables no son quizá los que se piensa... Esto me recuerda las palabras de un norteamericano que conocí en Mexico en 1987. Mientras me encontraba en Chihuahua, se supo la muerte de varios mexicanos clandestinos asfixiados en un vagón de tren transfronterizo. Y un turista estadounidense, sentado a la mesa de un restaurante, dejó escapar: «No se viaja gratis. Yo he pagado mi billete de avión para llegar hasta aquí».

• El turista comete el error de hacer amargos los sabores exóticos con su presencia molesta. Circulando, transportándose, se ve acusado de banalizar el mundo y de mitigar el deseo de recorrerlo. Llegaría, según sus detractores, hasta asesinar el sentido profundo del viaje, a fuerza de desacralizarlo...

• La mayoría de los turistas-viajeros tiene sed de horizontes nómadas y llevan buenas intenciones. Aunque a veces no sepan nada de lo que hacen, ignoran las consecuencias dramáticas de sus actos y subestiman el impacto de las huellas que deja su breve paso por aquella aldea retirada del planeta.

5.17.2006

Evangelizar

Establecerse de una manera ilógica que le deje a Dios el cuidado de procurarnos los medios, es el establecimiento, la encarnación, que genera comunicación y vida más allá de todas las apariencias forzadas y retóricas de convivencia y solidaridad; es el establecimiento que le da a nuestros actos una eficacia divina. Evangelizar desde Nazaret es crear las condiciones, en todos los campos y niveles de las actividades humanas, que hagan posible la existencia de seres humanos capaces de establecerse en la vida de esta manera, capaces de gastar su vida en un oficio que además de mantenerlos en una angustia e incertidumbre constantes, no les promete prácticamente ninguna eficacia visible: Hay en la Sagrada Escritura una palabra de la que, creo yo, hemos de acordarnos siempre, y es que Jerusalén fue reconstruida in angustia temporum (Daniel). Hay que contar con trabajar durante toda nuestra vida in angustia temporum. Las dificultades no son un estado pasajero que hay que dejar pasar como una borrasca, para volver al trabajo apenas se calma el tiempo. No. Son el estado normal. Hay que contar que toda nuestra vida, para todo lo bueno que queramos hacer, estaremos in angustia temporum (Carlos de Foucauld). Es atreverse a fundar sobre la nada estructuras invisibles que no florecerán antes de mucho tiempo; solamente así este mundo y los seres humanos que somos podremos ser salvados.

Y además tenemos que ser capaces de anunciar esta forma ilógica de establecernos en la vida, pero divinamente eficaz, como lo que es en realidad: una Epifanía, una manifestación de Dios en medio del mundo y de los seres humanos tal como son hoy. Tenemos que explicitar, primero ante nosotros mismos, que ésta es nuestra forma de aportar a la construcción de un mundo y de un ser humano nuevos, una manera que no por ser divinamente eficaz es humanamente ineficaz, sino todo lo contrario, que por ser divinamente eficaz es también la realización más plena posible de nuestro ser de hijos e hijas de Dios. ¿Cómo lo explicitamos? Mediante una fidelidad radical y terca a colocarnos en la vida de tal forma que si Dios no nos da los medios para continuar no podamos hacer nada: Veamos las cosas como son, a la gran luz de la fe, que ilumina nuestros pensamientos con una claridad tan luminosa que nos hace ver las cosas con una visión diferente de la de las pobres almas del mundo. La costumbre de mirar las cosas a la luz de la fe nos eleva por encima de la niebla y el barro de este mundo y nos transporta a otra atmósfera, a pleno sol, a una calma serena, a una paz luminosa, por encima de la región de las nubes, los vientos y las tempestades, fuera de la zona del crepúsculo y de la noche (Carlos de Foucauld).

5.16.2006

Principiar...

"… en estos principios entiendo está todo el bien para lo de adelante; porque como hallan el camino, por él se van las de después."

Santa Teresa de Jesús

Desde un punto de vista objetivo, vivimos un tiempo y unas circunstancias en las que apenas si alcanzaremos a ocuparnos de (nuevamente) principiar. No somos gente que vaya a ver lo de adelante. El camino que seamos capaces de construir sólo lo notarán quienes vengan después. Es lo que una lectura mesurada y objetiva de los datos que se nos imponen nos dice que debemos esperar. Sin embargo, hacer camino, así sea uno que por ahora tenga mucho de invisible, implica tomar opciones concretas cada día, y en tiempos tan confusos es imposible predecir qué desarrollo y qué resonancia inmediata pueden tener esas opciones. Por ahí puede resultar que somos una generación destinada, en contra de todas sus evidencias, a ver el florecimiento de lo inesperado. Es objetivo, irónicamente objetivo, permanecer abiertos también a esa posibilidad. Traigo todo esto a cuenta porque me parece que es el pentagrama sobre el cual las Hermanas y Hermanos Laicos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld tenemos que ir colgando las notas de nuestro propio aporte, en comunión con el gran desplazamiento espiritual que vive la humanidad y siendo fieles a las opciones que definen nuestra identidad y vocación particular y que nos permitirán principiar como estamos llamadas y llamados a hacerlo. Tenemos que ir generando una familia espiritual muy amplia, capaz de darle abrigo y alimento a una gran diversidad, pero capaz también de realizar fielmente todos los desplazamientos que ese principio -que no nos inventamos nosotros sino que nos fue dado- nos señale como necesarios e innegociables. En la práctica significa ser blandos y rígidos al mismo tiempo. Lo que se nos ha dado y de lo cual somos responsables, es una semilla. Nadie ha visto todavía cuál será la forma que tendrá esa planta, por eso, después de haber sembrado nos toca estar muy atentos a todo lo que brote del terreno porque no sabemos cuáles son los cuidados necesarios para llegar hasta el fruto. A medida que crece tenemos que ir aprendiendo con ella, pero anticipándonos el mínimo suficiente y tomando previsiones para que los cambios inevitables del clima no la aplasten antes de que tenga un tamaño y una fuerza interna que le permitan defenderse sola. Quizá sea un tipo de planta que germina fácilmente pero de la cual sólo están llamados a sobrevivir los brotes más fuertes, o puede ser lo contrario, un tipo de cultivo destinado a producir rápido e intensivamente. No podemos instalarnos en nuestros propios gustos y expectativas porque nos haríamos muy lentos para acoger las sorpresas y novedades que nos salgan al paso, pero tampoco podemos olvidar que es en nuestro ser más profundo donde reside la respuesta que Dios espera de nosotros. No nos va a exigir lo que no somos, pero tampoco estamos seguros de saber lo que realmente somos.

5.09.2006

Grandeza

¿En qué consiste ser "grande"? Lo digo: en no distraerse. El problema son las distracciones. Si cada ser humano permaneciera en «su» lugar, si no cediera a la tentación de ocupar otros lugares que no le corresponden, reinarían el orden y la armonía. Cesaría la muerte. Nuestro paso obligado por la muerte es el camino hacia la toma de posesión de nuestro lugar. Cada uno de nosotros va a morir todas las veces que le hagan falta hasta cumplir ese objetivo. En eso consiste vivir. Lo único que existe es la vida, la muerte no es más que un síntoma de desorden. Cundo Jesús decide callarse y no toma el camino de la lucha, de la resistencia, lo que hace es permanecer en su lugar. Las consecuencias que los otros le obligan a cargar por ello, la cruz, son el resultado de su ignorancia: no saben lo que hacen. El que se deja manipular por la ignorancia de los demás, se distrae, parece que reacciona, que lucha, podría tener muchos argumentos para defenderse, pero en realidad lo que hace es ceder al desorden, permitir que la muerte suceda y le suceda. La medida de la fidelidad al propio lugar, es decir, la medida de la propia grandeza (de la propia santidad) es la que determina nuestra capacidad real de construir, de hacer vida. Ser «grandes» (ser santos) en un mundo habitado por seres que en su mayoría no saben lo que hacen, implica ser capaces de cargar con las consecuencias de un desencuentro permanente: cargar con la cruz. No es un asunto de coraje, es un asunto de lucidez, de fidelidad al propio lugar.

5.08.2006

Poder

«Pues creer que admite Dios a su amistad estrecha gente regalada y sin trabajos, es disbarate. Tengo por muy cierto que se los da Dios mucho mayores, y así como los lleva por camino barrancoso y áspero -y a las veces que les parece se pierden y han de comenzar de nuevo desde lo que han andado- que así ha menester el Señor darles mantenimiento, y no de agua, sino vino, para que, emborrachados, no entiendan lo que pasan y lo puedan sufrir; y así, pocos veo verdaderos contemplativos que no los vea animosos; y lo primero que hace el Señor, si son flacos, es ponerles ánimo y hacerlos que no teman trabajo que les pueda venir.»

«¿No es linda cosa que una pobre monja de San José pueda llegar a señorear toda la tierra y elementos? Y ¿qué mucho que los santos hiciesen de ellos lo que querían, con el favor de Dios? A San Martín el fuego y las aguas le obedecían; a San Francisco hasta las aves y los peces, y así a otros muchos santos. Se veía claro ser tan señores de todas las cosas del mundo, por haber bien trabajado en tenerles en poco y sujetándose de veras con todas sus fuerzas al Señor de él.»

Teresa de Jesús

Búsqueda carmelita del poder. Trabajar bien en tener en poco todas las cosas del mundo y sujetarse de veras con todas las fuerzas al Señor de él, es el método para que una pobre monja de San José pueda llegar a señorear toda la tierra y elementos. El mantenimiento que da el Señor para recorrer ese camino, no es agua sino vino, para que, emborrachadas, no entiendan lo que pasan y lo puedan sufrir. El ánimo del contemplativo para enfrentar todas las cosas del mundo nace del hecho de que todas las cosas del mundo le importan muy poco. Sabe que humanamente su ceguera es muy grande y prefiere vivir una relación directa y exclusiva con el Señor del mundo, el único que puede intervenir y relacionarse constructivamente con la realidad. Se deja usar simplemente, se abandona, no lucha ni se defiende. Es así como puede llegar a señorear toda la tierra y elementos. Su ánimo no es su ánimo, es un impulso mucho más grande que lo acoge y lo impulsa, es el ánimo, el Espíritu, del dueño del mundo, por eso no temen trabajo que les pueda venir. Hay sufrimiento, si, pero nada puede impedir la vida.

5.07.2006

contemplativos

En cada situación somos llamados a encontrar el rincón de la eficacia contemplativa, eucarística, colocarse allí y Ser. Los resultados humanos, que de todas maneras siempre se producirán, no se verán sino mucho después, cuando ya quizá nadie, ni siquiera el protagonista, guarde la memoria de la opción que vivió allí. El trabajo del contemplativo consiste en catalizar los vientos desatados que bosquejan la realidad y hacer que den a luz una forma divina.

5.05.2006

Hacer el bien


"Se hace el bien a los demás, no tanto por lo que se hace o se dice, sino por lo que se es." (Carlos de Foucauld)

Fraternidad universal: que cada uno sea y haga silencio. No perder el tiempo tratando de exponernos, de explicarnos. Es en el misterio, en nuestra inevitable medida de santidad, donde nos encontramos, donde nos comunicamos, donde somos Uno; es en el misterio donde los otros me esperan y podemos ser sin hacernos daño. Los otros son pasos obligados hacia el absoluto, pasos en los que de alguna manera, gracias a su Ser misterio, reside el absoluto. Es el misterio en ellos y el misterio en mí el que nos permite ir en el encuentro más allá de todas las posibles transacciones humanas que de una u otra manera, inevitablemente, siempre son un desequilibrio, una opresión, una dependencia.

5.04.2006

Insistencia


Bolivia quizá sea un país imposible. Pero quizá sea precisamente en los lugares imposibles donde es posible Hoy construir la vida. No la vida posible que, ya sabemos, nos empuja a la muerte, sino la vida imposible, la vida anticipada litúrgicamente, la utopía de una sociedad fraterna y justa. Insistir en lo imposible para que la vida sea. En lo imposible que ya Es en nosotros, aquí y ahora, por la efusión de la plenitud divina que no puede impedirse a sí misma de ninguna manera, aunque nuestros sentidos humanos no alcancen a verla. Asumir y hacer efectiva ya, hoy, aquí, nuestra plenitud divina (mediante el oficio de Ser Eucaristía) para que la Vida pueda continuar siendo Vida a pesar de la insoportable limitación humana. ¿Cómo debe ser esa insistencia? ¿Qué cualidades debe tener?

5.03.2006

Para recuperar la "buena fe"

Al mismo tiempo hay que, por un lado, ocuparse en el propio corazón de hacer las correcciones necesarias para restablecer la buena fe y, por otro, estar al servicio de lo que hay. Son la diástole y la sístole de un movimiento que en cada acto concreto tiene que ser unidad, integración, para que no sea solamente una prolongación más de nuestro torcido. Pero nos acostumbramos a escondernos en lo que hay, a usar la realidad para evitar el contacto doloroso con nuestro corazón herido, y esa trampa es doblemente cerrada porque nuestras urgencias inmediatas son extremas, inaplazables. Me atrevería a afirmar incluso que una de las causas mayores (instintivas) de nuestro poco desarrollo es que en el fondo no «deseamos» desarrollarnos porque ya no tendríamos disculpas para seguir escondiéndonos, y es más fuerte el miedo que el deseo de vivir mejor. Por eso terminamos siendo esclavos de una lucha canibalesca por sobrevivir, la vida se nos va en eso. En muchos casos, y cada vez más, las condiciones de supervivencia y la acción disolvente del sistema son tan duras que no podemos hacer otra cosa, pero aún aceptando eso es evidente que si no rompemos el círculo vicioso no podremos hacer jamás un camino propio que nos permita acceder a nuestro propio desarrollo. Estaremos condenados para siempre a disputarnos las migajas que caen de otras mesas. Nos toca, inexorablemente, desarrollar una forma de poder lo que no podemos, ampliarnos interior y exteriormente de tal manera que seamos capaces de responder a lo inmediato sin ser sus esclavos, sanando en el camino esa herida infectada que nos impide la reconciliación con nuestro propio corazón. Desde luego, pensar que este sea un proceso que transiten pueblos enteros es hoy una ingenuidad. A menos que ocurra un verdadero milagro de conversión espiritual masiva, la humanidad está condenada a pasar por la gran catástrofe. Es sólo cuestión de tiempo. Hablo aquí de ese pequeño resto que desde ya tiene que prepararse para sobrevivir y refundar después, si es que hay un después, la humanidad.

Atracción

Tenemos que llamar, atraer, si, pero por nuestra calidad, no por nuestra cantidad ni por el ruido que seamos capaces de hacer. ¿Cómo el espíritu les comunica a los otros nuestra calidad? Es imposible saberlo exactamente. Lo cierto es que nuestra desconfianza y temor nos empujan a afirmarnos primero en nuestra cantidad y en nuestros ruidos, porque al verlos y oírlos nos parecen reales, pero estamos llamadas y llamados a insistir en Ser, sobre todo en los momentos y lugares en que esa insistencia parece más estéril y vacía. Es allí donde mejor comulgamos con la aparente esterilidad y vacío de la eficacia eucarística de Jesús resucitado, que ya no hace nada por sí mismo sino que lo delega todo a su cuerpo místico. El contemplativo está llamado a delegarlo todo, mediante su Ser-Hacer eucarístico, de la misma manera que lo hace Cristo resucitado. Esa es su eficacia, su función en la Iglesia.

5.02.2006

La América

“No hay buena fe en América, ni entre los hombres, ni entre las naciones. Los tratados son papeles, las constituciones, libros; las elecciones, combates; la libertad, anarquía; y la vida, un tormento.”

“La América es ingobernable; los que han servido a la revolución han arado en el mar. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. Estos países caerán infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a las de tiranuelos imperceptibles, de todos colores y razas, devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, ese sería el último período de la América.”


Así habla Simón Bolívar al final de su vida citado por Alcides Arguedas en su libro Pueblo Enfermo. Y a continuación escribe: «Es el vidente que anuncia». Sobran los comentarios, es cierto, dolorosa y desesperantemente cierto: no hay buena fe en América. El dato, independiente a todo posible análisis o juicio, es que (hay que repetirlo) algo sigue torcido en nosotros; algo que seguramente surgió cuando nuestro propio y original desarrollo fue truncado violentamente por la barbarie de la conquista. No se trata de creer ingenuamente que antes si éramos rectos, vivíamos en el paraíso, sino de reconocer que por lo menos éramos «nosotros»: a pesar de todas nuestras limitaciones teníamos un camino propio y una forma propia de andar ese camino, podíamos aspirar a una forma propia de rectitud, pero después empezamos a ser un injerto extranjero sembrado de la peor manera en una raíz espiritual que aunque no pudo ser extinguida por completo terminó siendo, allá en el fondo de nosotros mismos, una especie de tumor indeseable. Ya. ¿Qué hacemos hoy con todo eso? ¿Cómo corregimos hoy, aquí, en las circunstancias que nos toca vivir, los genes espirituales -propios o injertados, eso ya no importa- que nos empujan a ser multitud desenfrenada, tiranuelos imperceptibles, masas devoradas por todos los crímenes y extinguidas por la ferocidad, caos primitivo? No es mucho lo que hemos avanzado desde que decidimos emanciparnos de Simón Bolívar. Su profecía se cumple cabalmente: vamos de vuelta al caos primitivo. Se puede afirmar al pie de la letra, punto por punto, que las constituciones son libros; las elecciones, combates; la libertad, anarquía; y la vida, un tormento. Son cientos los bolivianos que corroboran cada día, atravesando las fronteras, que La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. El mismo panorama con ingredientes y acentos particulares se repite en el resto de países de la América.

¿Cómo podemos recuperar nuestra buena fe?

Ayer, primero de mayo, el presidente Evo Morales nacionalizó la propiedad de los hidrocarburos. Las transnacionales dijeron que fue una medida "demasiado drástica".

4.30.2006

Eficacia

Tenemos que llamar, atraer, si, pero por nuestra calidad, no por nuestra cantidad ni por el ruido que seamos capaces de hacer. ¿Cómo el espíritu le comunica a los otros nuestra calidad? Es imposible saberlo exactamente. Lo cierto es que nuestra desconfianza y temor nos empujan a afirmarnos primero en nuestra cantidad y en nuestros ruidos, porque al verlos y oírlos nos parecen reales, pero estamos llamadas y llamados a insistir en Ser, sobre todo en los momentos y lugares en que esa insistencia parece más estéril y vacía. Es allí donde mejor comulgamos con la aparente esterilidad y vacío de la eficacia eucarística de Jesús resucitado, que ya no hace nada por sí mismo sino que lo delega todo a su cuerpo místico. El contemplativo está llamado a delegarlo todo, mediante su Ser-Hacer eucarístico, de la misma manera que lo hace Cristo resucitado. Esa es su eficacia, su función en la Iglesia.

4.29.2006

Sor Isabel de la Trinidad

Sor Isabel de la Trinidad me fue revelada en Potosí. Y pienso que también nos fue dada como acompañante del Camino Espiritual de las Hermanas y Hermanos Laicos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld.

«Que el peso de su amor nos arrastre hasta esa feliz enajenación de que hablaba el Apóstol cuando exclamaba: “Ya no soy yo quien vivo, sino que Cristo vive en mí”. Ese es el ensueño de mi alma de carmelita (...) Yo no ceso de rogar que lo realice plenamente en nosotros. Seamos para con Él una humanidad suplementaria en la cual pueda renovar plenamente su misterio. Le he pedido que venga a mí como Adorador, como Reparador, y como Salvador; no hallo palabras para expresar la paz que siente mi alma al pensar que Él suple a mis impotencias y que si caigo a cada paso, Él está a mi lado para levantarme y arrebatarme más allá, hasta Él, a lo más hondo de esa divina Esencia en la que moramos ya por la gracia y donde quisiera yo engolfarme en tales profundidades que nada sea capaz de sacarme de allí. Allí me estoy en silencio para adorar a Aquél que de modo tan divino nos amó.»

No saber cómo reaccionar ante la caída a cada paso en las propias impotencias, es lo que nos hace salir del camino. La ciencia está en aceptar la caída y reconocer que Él suple a mis impotencias... Él está a mi lado para levantarme y arrebatarme más allá, hasta Él, a lo más hondo de esa divina Esencia en la que moramos ya por la gracia. Y después, quedarse allí en silencio para adorar a Aquél que de modo tan divino nos amó. Hacerse literalmente a un lado para no ser ya nosotros quienes vivamos en esas impotencias, sino que Cristo viva allí, de manera eucarística, su Ser de Adorador, de Reparador y Salvador. Esa es la única manera de volver a ponernos de pie.

Las Hermanas y Hermanos Laicos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld, están llamadas y llamados a encontrar su lugar, su «Allí», y permanecer en silencio, ignorándose a si mismos, siendo para con Él una humanidad suplementaria en la cual pueda renovar plenamente su misterio.