5.20.2011

Monjes Somos Todos


San Basilio, uno de los padres de la Iglesia, es definido por los textos litúrgicos bizantinos como una «lumbrera de la Iglesia». Fue obispo en el siglo IV. Por él siente admiración tanto la Iglesia de Oriente como la de Occidente y es reconocido por su síntesis armoniosa de capacidades intelectuales y prácticas. En otras palabras por su equilibrio, por su armonía.

Para Basilio, que antes de ser obispo fue monje, todas las prácticas que comúnmente se consideran «monásticas», con la sola excepción del celibato, debían ser tenidas como patrimonio común de todos los cristianos. Y si, a la vista de tales exigencias, se quejan los cristianos y protestan aduciendo que se les quiere imponer cargas insoportables, responde simplemente que no se han tomado el Evangelio en serio. Persistió hasta el final en su negativa, de dar a los monjes otro nombre si no el de «cristianos».

San Juan Crisóstomo, contemporáneo de Basilio, va un poco más lejos y afirma por su parte que los vocablos monje y laico no se encuentran en la Biblia: «esta distinción se ha introducido por invención de los hombres. Las Escrituras nada saben de semejantes distingos, sino que quieren que todos vivan vida de monje, aun cuanto tengan mujeres».

Muchos hombres que tenían mujer y mujeres que tenían hombre se lo tomaban en serio. San Paulino de Ñola era miembro de una familia senatorial e inmensamente rica. Nació en Burdeos, donde recibió la educación correspondiente a un joven de su alcurnia. Siguió luego el cursus honorum: en 378 fue cónsul, y en 379 gobernador de Campania. En 385 se casó con la noble española Tarasia; pero al cabo de unos años de matrimonio, hacia el año 393, ambos esposos decidieron de común acuerdo vivir juntos una vida monjes.

La pareja organizó en Ñola una fraternitas monacha, es decir, según todas las apariencias, un monasterio un poco especial. El mismo dirigía a los monjes; Tarasia, a las monjas. En aquella doble comunidad no faltaban ni la soledad ni un cierto apartamiento del mundo; pero en determinadas épocas del año afluían los peregrinos y viajeros, y se establecían numerosos contactos con el mundo exterior.

Claro que por esas mismas fechas las críticas no se hacían esperar, algunas tan elocuentes que francamente da gusto leer. Rutilio Namaciano iba bordeando en una nave la costa italiana cuando, escribe: «he aquí que aparece Capria, isla repelente, llena de estos hombres que huyen de la luz. Ellos mismos se dan el nombre griego de monjes, pues quieren vivir solos, sin testigos. Temen los favores de la fortuna, al mismo tiempo que sus reveses. ¿Es posible hacerse voluntariamente infeliz por miedo de llegar a serlo? ¿Qué clase de rabia es la de esos cerebros al revés? ¡A fuerza de temer la desgracia no pueden tolerar la felicidad! Tal vez, verdaderos forzados, se inflijan ellos mismos el castigo que merecen por sus crímenes; tal vez su negro corazón esté hinchado de negra hiel».

Fernando Torres Pedroza en su libro «Monjes somos todos», acudiendo a dos «Padres» contemporáneos, Raimon Panikkar y Charles de Foucauld, se mete en el debate proponiendo que Olvidemos los monasterios y la imagen que tenemos de ellos y de la gente que los habita, y pensemos en que el Ser monje es una manera de desarrollar ciertas posibilidades humanas y espirituales que todos tenemos, independientemente de la forma concreta como cada uno escoja desarrollarlas. Pensemos que se puede Ser monje sin necesidad de vivir como nos imaginamos que viven los monjes tradicionales en sus monasterios.

Raimon Panikkar, en su libro Elogio de la Sencillez, se presenta así: «Desde mi primera juventud me he sentido siempre monje, pero monje sin monasterio, es decir, sin muros, salvo los del planeta entero. E incluso éstos –así me lo parecía– tenían que ser trascendidos –probablemente por inmanencia– sin llevar un hábito o, si acaso, con los vestidos comunes a todos los miembros de la familia humana. Y también esos vestidos debían ser descartados, porque todos los vestidos culturales no son más que revelaciones parciales de aquello que ocultan: la desnudez pura de la trascendencia total, visible solamente a la mirada simple de los limpios de corazón».

Pues bien, alguien que desde su primera juventud se ha sentido monje sin monasterio, define así el Ser monje:

«Por monje, entiendo aquella persona que aspira alcanzar el fin último de la vida con todo su ser, renunciando a todo lo que no es necesario para ello, es decir, concentrándose en este único y singular objetivo. Precisamente esta singularidad, o más bien la exclusividad del fin que rehúsa todos los demás fines subordinados, aunque legítimos, distingue al camino monástico de todos los demás caminos espirituales hacia la perfección o salvación. El monje desea ser liberado, y está tan concentrado en eso que renuncia a los frutos de su acción, distinguiendo lo real de lo que no lo es, y por eso está dispuesto a seguir la praxis necesaria. Si en cierto sentido se supone que todo el mundo aspira al fin último de la vida, el monje es el más radical y exclusivo en su cometido. Todo lo que no sea medio hacia ello es ignorado; todo lo que no sea el camino es marginado».

«Pienso que el monje es la expresión de un arquetipo, arquetipo que constituye una dimensión constitutiva de la vida humana. Este arquetipo es en cada persona una cualidad única que a la vez necesita y rechaza la institucionalización. Esta concepción ha sido siempre una creencia básica de toda tradición. Los grandes monjes se han sentido siempre preocupados cuando el monje ha sido una fi gura reconocida por el mundo y ha recibido la bendición de la sociedad. El monje es una figura altamente personal. Por eso la tradición ha considerado al eremita –el idiorrítmico– como el monje perfecto.

«Mi hipótesis es que lo monacal, es decir, el arquetipo del cual el monje es una expresión, corresponde a una dimensión de lo humano, de modo que todo ser humano tiene potencialmente la posibilidad de realizar esa dimensión. Lo monacal es una dimensión que tiene que ser integrada a otras dimensiones de la vida humana para conseguir lo humano. No sólo de pan vive el hombre. Arquetipo, para mí, representa literalmente un «tipo fundamental», es decir, un constituyente básico o relativamente permanente de la vida humana. Puede también significar algo que está escondido en la naturaleza humana, porque es causa y efecto de nuestro comportamiento básico y nuestras convicciones».

Con relación a los hombres que tienen mujer y a las mujeres que tienen hombre, dice Panikkar: «Un problema que no quisiera ver excluido a priori es el de los monjes casados. La cuestión de los monjes casados debe ser considerada no solamente desde el punto de vista del monje, sino también con respecto al cambio que implica en la misma concepción del matrimonio. Los monjes casados cambiarán nuestra percepción del matrimonio, en la misma medida, por lo menos, en que ellos cambien nuestras nociones de monasticismo».

Y la mejor presentación de Charles de Foucauld a un extraño, la hizo su amigo y director espiritual, el Padre Huvelín: «Nada de raro ni de extraordinario encontrará usted en el padre De Foucauld, sino una fuerza irresistible que empuja, un instrumento duro para una ruda tarea (...) firmeza, deseo de ir hasta el final en el amor y en la entrega, de sacar todas las consecuencias, nunca desánimo, nunca (...) todas las objeciones que se le ocurren, ¡cuántas veces se me han ocurrido¡ Sólo me he rendido ante la experiencia, y tras largas pruebas (...) ¡Déjele ir y vea!»

Más allá de cualquier discurso o concepción religiosa, un monje no es más que un ser humano que aspira alcanzar el fin último de la vida con todo su ser. ¿Qué ser humano, independientemente de todos sus condicionamientos sociales, religiosos o culturales no desea alcanzar el fin último de la vida con todo su ser? Incluso los actos humanos más destructivos manifiestan también de alguna manera esa aspiración. No reconocer y aceptar nuestra irrevocable identidad y vocación monástica es lo que nos hunde personal y socialmente en el desorden, en el sufrimiento, en la desarmonía. Sin ser raros ni extraordinarios, una fuerza irresistible nos empuja, somos instrumentos duros para una ruda tarea, pero utilizar los medios necesarios es un problema de opción.

De eso se trata este libro: «Monjes somos todos».



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