7.05.2006

Rigidez

Vamos de vuelta hacia la rigidez. Es evidente que si para enfrentar el clima contemporaneo no nos colocamos en una posición muy rígida, progresivamente llegaremos a ser insoportables… sobre todo para nosotros mismos. No se trata, claro, de la rigidez obtusa del que intenta negar o escamotear la complejidad de la realidad, sino de una rigidez que consiste en retraer los tentáculos de nuestro ser en un movimiento defensivo. Seguiermos siendo los mismos, seres llenos de brazos empeñados en extenderlos hacia todos los puntos cardinales, pero tendremos que concentrarnos (¿refugiarnos?) en nuestro centro durante un periodo que puede muy bien durar algunos siglos. Hemos ensuciado con excesivo movimiento las aguas que nos sostienen, el fondo arenoso sometido a corrientes permanentes no ha tenido tiempo ni posibilidades de decantarse, por eso flotamos en una turbulencia que no nos deja ver. Necesitamos transparencia y claridad para recuperar el sentido de nuestros movimientos, y la única forma de tenerlas es quedándonos quietos. El noventa por ciento de nuestros problemas actuales no tienen solución, y mientras más intentemos solucionarlos más se agrandarán. Quedarnos quietos, tener paciencia y esperar que se disuelvan en el aire: ése es el camino. Y es el camino (no un escape) porque el noventa por ciento de nuestros problemas no son realmete “nuestros”, no nos corresponden, no son más que distorsiones de una imagen reflejada y vuelta a reflejar, casi hasta el infinito, en ese callejón de espejos en el cual decidimos encerrarnos.

Siempre hay una forma de construir. Entre el “mansos como palomas” y el “astutos como serpientes” hay una variedad infinita de territorios, de posibilidades; los matices, las variaciones, las combinaciones, son inagotables. Diez por ciento de mansedumbre y noventa por ciento de astucia, o setenta y cinco por ciento de mansedumbre y venticinco por ciento de astucia, las proporciones se pueden multiplicar indefinidamente. La sutileza de los ingredientes y la cantidad invertida de cada uno son un abanico dispuesto en el que caben toda clase de acciones, de actitudes, de iniciativas... de silencios. Siempre hay una manera de construir visible o invisible, directa o indirecta, comprensible o misteriosa; los caminos parecen agotarse, los abismos cortan el paso en el momento y en el lugar más inesperado, pero, sin embargo, en las orillas, en los rincones, en las esquinas, hay un sendero que quizá no haya sido transitado nunca y que conduce sorpresivamente hasta el otro lado. A veces ni siquiera hay que buscarlo porque es él quien nos encuentra, suele suceder que lo estamos transitando ya sin darnos cuenta; afuera lo único que nuestra vista reconoce es un desierto, pero, sin saber cómo ni por qué nuestros pasos son conducidos misteriosamente, caminamos sobre el sendero adecuado aunque nos sintamos hundidos en la nada.

Un ser humano a lo largo de toda su existencia está llamado a moverse dos o tres veces, el resto consiste en obedecer. El problema es que tanta obediencia tiende a hacernos sumisos, borregos, lerdos, temerosos, y en eso también está la sabiduría, en saber sacudirse a tiempo, en correr los riesgos adecuados en el momento propicio.

El equilibrio entre lo que se nos da y que estamos llamados a obedecer y la propuesta que se espera de nosotros: un contrapunteo difícil de sostener porque según el lugar, las circunstancias, el tiempo, hay que acentuar uno u otro extremo para poder mantener una posición que nos permita caminar. Hoy por ejemplo estamos frente al hecho de que hemos embarrado tanto las fuentes de lo que se nos da, que por más esfuerzos que hagamos para discernir casi siempre terminamos empantanados en nuestra propia basura. Por eso es hora de proponer, aceptando que dado nuestro actual estado de inevitable ceguera, en algo o en mucho esas propuestas pueden no estar en comunión con aquello que se nos da, pero son el paso pertinente para poder continuar andando y no resignarse a ser idiotas útiles al servicio de lo viejo. No lo niego: sospecho que quizá haya en esto un cierto tinte suceptible de ser calificado como espíritu «sectario».

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