5.19.2006

Sur/Norte

Con la tecnología genética actual, el norte tiene la capacidad de llegar hasta las periferias más extremas, hasta los seres humanos y los territorios más alejados de su ámbito de influencia -los menos contaminados por sus propios desechos-, y robar esas pequeñísimas partículas que mantienen escondidos secretos de vida que manipulados de la forma conveniente le pueden permitir correguir muchas de sus enfermedades y adquirir nuevas características que amplien o perfeccionen sus posibilidades de bienestar. Esa nueva expoliación está ya en movimiento con una intensidad que sólo en las próximas décadas mostrará explícitamente su cara. Es un hecho: la tecnología y su disfrute son privilegio del norte, pero la materia viva, el depósito de secretos que necesita conocer y manipular esa tecnología, son en su mayoría privilegio del sur. ¿Qué hacer? En el terreno tecnológico el sur está completamente derrotado, y en el campo “legal” la pelea por la defensa de su depósito de secretos tiene que darla en unas condiciones de inferioridad abismales; aunque patalie, su dependencia y las necesidades de supervivencia lo obligan a bajar la cabeza. Pero las opciones del norte, el costo humano que debe pagar por mantener su “paraiso”, hacen que haya un terreno en el cual el sur tenga cada día una superioridad más grande: el terreno de lo espiritual. En la misma orilla de la magnificencia artificial de la vida, hay una muerte que crece cada día a una velocidad vertiginosa, y es por ahí que el sur tiene que atacar. El problema es cómo. Porque la genética espiritual del sur no puede ser transformada en tecnología, éso sería tomar el mismo camino del norte, romper el equilibrio, la armonía, y optar por la manipulación, algo que, además de conducirla al degeneramiento de su ser, en los términos competitivos prácticos de la realidad actual sería imposible. Pero sin llegar a transformarse en tecnología, o por lo menos en tecnología según el punto de vista del norte, la vitalidad del sur necesita hallar una manera de transformarse en posibilidades prácticas de autosostenimiento y autoafirmación para poder romper la dependencia del norte. Esta encrucijada, gústenos o no, tenemos que enfrentarla sometidos al movimiento vertiginoso del ciclón globalizador. Una realidad que nos impone otra realidad: ni el norte ni el sur pueden pretender, en ningún campo, correguir por sí mismos sus desequilibrios, se necesitan el uno al otro y sólo si son capaces de construir juntos un nuevo proyecto que integre lo propio y lo mejor de cada uno, van a poder, cada uno en su terreno y juntos, manetener viva la esperanza. Pero es tan grande la prepotencia del norte, ha llegado a convertirse en algo tan constituvivo de su ser, que hoy, para los hombres y mujeres del norte, arrancar esa raíz, o por lo menos llegar a reconocerla en su real profundidad -para dialogar en condiciones de igualdad con el sur-, es una tarea prácticamente imposible. El norte permanece esclavizado, oprimido y aplastado por su prepotencia, y en este sentido, irónicamente, vive de alguna manera la misma limitación a que está sometido el sur, esclavizado, oprimido y aplastado por la dependencia. En extremos contrarios, ambos sufren la misma limitación para encontrarse y dialogar con el otro. La imágen superficial, el contraste entre el bienestar material del norte y del sur no puede hacernos olvidar esta “igualdad” de fondo. Si nos fuera dado medir en los dos platos de una balanza la calidad de vida humana, incluso de felicidad, que hay en la existencia dramática de muchos muertos de hambre y en la comodidad monótona de muchos saciados, nos llevaríamos seguramente más de una sorpresa. El sur, aunque tenga que pagar una cuota de sufrimiento inmenso, no se puede limitar a lamentar su pobreza material, tiene que ser capaz, en medio de su lucha dramática por la supervivencia, en medio de sus muertes, de levantar la cabeza, disfrutar y afirmar su superioridad espiritual. Este es el primer paso para la transformación de su vitalidad en posibilidades prácticas de autosostenimiento y autoafirmación, para beneficiarse materialmente de sus “secretos”, utilizando los medios que la realidad de hoy le ofrece y le impone. Si el sur no aprende a moverse, cuéstele lo que le cueste, a pesar de lo desquiciado que pueda parecerle y a pesar de lo ineficaz que pueda ser al principio, afirmando su propia fuerza y creyendo en su propio proyecto, lo único que hará, incluso en medio de los fragores de la guerra, será acatar las órdenes del norte.

El problema, desde el punto de vista personal para alguien del sur, es que aunque permanezca tan esclavizado de su dependencia como lo están sus compadres del norte de su prepotencia, es allí, inexorablemente, en medio de la destrucción que le impone la dependencia, donde tiene que aprender a vivir la afirmación desquiciada y en principio poco eficaz de su vitalidad propia. No dispone de otro punto de partida menos viciado y más propicio, ni tampoco dispone de otra forma de lucha que le ofrezca la posibilidad de triunfar. Si no es lo que es, está muerto. Tiene que vencer una doble tentación: someterse renunciando a su ser, entrando en una vivencia esquizofrénica y subterránea que le permita escasamente sobrevivir; o encerrarse en sí mismo intentando alguna forma de auto-afirmación que no pase por el diálogo y la confrontación con el otro que lo amenaza y lo niega. Cada uno de estos extremos lo conduce a la destrucción. A medida que la globalización avanza, los escenarios en que cada hombre y mujer del sur deben enfrentar esta doble tentación se hacen más complejos, y desgraciadamente la mayoría de veces están allí como actores inconcientes del drama que los convoca, ya sea porque son manipulados desde afuera, o porque no tienen los medios necesarios, o no están dispuestos a transitar el camino que puede convertirlos en los dueños y orientadores de sí mismos. Claro que no existe Un camino, existe la aceptación perpetua de la confrontación, la búsqueda permanente, el reto diario de utilizar la realidad para dar pasos en la dirección escogida: una dirección que casi siempre es insinuada apenas por brevísimos estallidos de luz en medio de las tinieblas. El ser humano del sur no es un técnico ni un científico, es un místico, y debe aceptar lúcidamente su vocación sabiendo que incluso en medio de su propia exhuberancia tendrá que enfrentarse otra vez con la nada, con la no-instalación, porque un místico no está capacitado para conformarse con lo parcial, con lo incompleto, y no deja de moverse hasta ser consumido por el fuego del milagro absoluto. Renunciar a su vocación no lo transforma en otro sino en un monstruo deforme, en una caricatura de sí mismo. No podemos ni siquiera imaginarnos lo que será el mundo cuando sean los místicos quienes estén a la cabeza, cuando quienes estén a la cabeza renuncien a toda forma de estar a la cabeza... sin eludir su responsabilidad. Pero ese día se está construyendo ya.

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