6.29.2006

Lo nuevo

Lo nuevo no parece nuevo. Ni se siente como nuevo mientras se vive porque ni siquiera quien lo vive sabe lo que es. Lo que alcanzamos a vislumbrar en medio de las tinieblas y que señalamos como nuevo, está contaminado por nuestro compromiso visceral con lo viejo, es en gran parte (¿cuánto?) un reflejo distorsionado de nuestra propia imagen. No tiene casi ningún sentido analizar, planear, organizar, lo nuevo en sí mismo es lo único que puede dar testimonio de sí mismo, somos nosotros quienes estamos en sus manos para ser utilizados. A lo más que podemos aspirar es a convertirnos en focos de infección; ofrecer lo que somos para que el tejido de lo nuevo contagie a los demás tejidos, pero sin hacernos la ilusión de que somos los dueños, de que podemos controlar el proceso desatado, porque es esa ilusión la parte más vieja y muerta de nuestra vieja y muerta estructura. Lo nuevo somos nosotros mismos a pesar de nosotros mismos; lo nuevo somos los viejos pero viviendo en posición de resucitados. Basta de tanto alboroto y palabrería estéril: quienes cambian el mundo no son quienes cambian el mundo, aunque efectivamente lo cambien, son quienes se cumplen a sí mismos hasta llegar a la posición de resucitados. A pesar de que ya somos hijos de Dios, no se ha manifestado todavía lo que seremos; pero sabemos que cuando Él aparezca en su gloria, seremos semejantes a Él, porque lo veremos tal como es. Y si es esto lo que esperamos de Él, querremos ser santos como Él es santo… (1 Jn 3, 2-3)

No hay comentarios: