8.23.2006

Hoja de Ruta

El Dios vivo que nos habita no cabe ya en las palabras en las cuales lo hemos encerrado y por eso llegamos a ser incapaces de pronunciarlo. Tenemos que ir a buscar en las parcelas inexploradas y relegadas de nosotros mismos, en esos rincones hasta donde la rigidez de las palabras no ha podido llegar: es allí donde nos espera. Pero para llegar necesitamos ser conducidos porque no reconocemos ese camino ni estamos entrenados para recorrerlo. No importa tanto el brillo como la densidad, ni vale tanto lo que se mueve y desarrolla como aquello que permanece y mantiene contacto con las raíces. No tiene sentido confiar en lo que sabemos porque ese saber lo único que logra hoy es ahondar el estancamiento, tenemos que acudir más bien al hecho de que por lo menos hay imágenes de Dios, custodias de su misterio (León Bloy). La puerta de entrada al lugar donde nos espera el Dios vivo está custodiada por imágenes y no por gruesísimos portones, y para atravesar esas imágenes de nada sirve comprenderlas, hacer fuerza, luchar con ellas, o supuestamente a favor de ellas: hay que contemplarlas. Pero para estar en la capacidad real, espiritual, de contemplar, de percibir lo vivo, es necesario romper todo compromiso con aquello que fija ante nuestros ojos lo petrificado y muerto, y concentrar la atención en las imágenes que custodian hoy el misterio. Si se tiene una venda sobre los ojos de nada sirve reemplazarla por otra venda o mover la cabeza en una u otra dirección: aunque se cambie de lugar siempre se estará viendo el mismo y monótono muro de tinieblas. Romper todo compromiso con aquello que fija ante nuestros ojos lo petrificado y muerto es un problema de disciplina, de ascesis; concentrar la mirada en las imágenes que custodian hoy el misterio es un problema de obediencia, de dejarse llevar en la dirección en la cual sopla hoy el Espíritu. Cada uno de nosotros y nosotras tiene que hallar las imágenes que le permitan contemplar la novedad y desarrollar una estrategia, darle a su vida una disciplina que le permita quitarse la venda de los ojos y mantenerse fiel, obedecer… contemplar esas imágenes. Hay que correr el riesgo, creer, dejarse arrastrar por esa corriente aunque según la lógica de nuestra actual ceguera sea un camino condenado al fracaso. Hay fuerzas muy poderosas que esperan las señales propicias para desencadenarse, fuerzas capaces de hacer posible un renacimiento, pero a menos que hayan hombres y mujeres entrenados y fieles al oficio de perforar las tinieblas hasta llegar a ellas, permanecerán para siempre cercenadas de nosotros mismos y no podrán inundarnos, fecundarnos. Los que pierdan su vida en este oficio son los únicos que la ganarán.

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