5.17.2006

Evangelizar

Establecerse de una manera ilógica que le deje a Dios el cuidado de procurarnos los medios, es el establecimiento, la encarnación, que genera comunicación y vida más allá de todas las apariencias forzadas y retóricas de convivencia y solidaridad; es el establecimiento que le da a nuestros actos una eficacia divina. Evangelizar desde Nazaret es crear las condiciones, en todos los campos y niveles de las actividades humanas, que hagan posible la existencia de seres humanos capaces de establecerse en la vida de esta manera, capaces de gastar su vida en un oficio que además de mantenerlos en una angustia e incertidumbre constantes, no les promete prácticamente ninguna eficacia visible: Hay en la Sagrada Escritura una palabra de la que, creo yo, hemos de acordarnos siempre, y es que Jerusalén fue reconstruida in angustia temporum (Daniel). Hay que contar con trabajar durante toda nuestra vida in angustia temporum. Las dificultades no son un estado pasajero que hay que dejar pasar como una borrasca, para volver al trabajo apenas se calma el tiempo. No. Son el estado normal. Hay que contar que toda nuestra vida, para todo lo bueno que queramos hacer, estaremos in angustia temporum (Carlos de Foucauld). Es atreverse a fundar sobre la nada estructuras invisibles que no florecerán antes de mucho tiempo; solamente así este mundo y los seres humanos que somos podremos ser salvados.

Y además tenemos que ser capaces de anunciar esta forma ilógica de establecernos en la vida, pero divinamente eficaz, como lo que es en realidad: una Epifanía, una manifestación de Dios en medio del mundo y de los seres humanos tal como son hoy. Tenemos que explicitar, primero ante nosotros mismos, que ésta es nuestra forma de aportar a la construcción de un mundo y de un ser humano nuevos, una manera que no por ser divinamente eficaz es humanamente ineficaz, sino todo lo contrario, que por ser divinamente eficaz es también la realización más plena posible de nuestro ser de hijos e hijas de Dios. ¿Cómo lo explicitamos? Mediante una fidelidad radical y terca a colocarnos en la vida de tal forma que si Dios no nos da los medios para continuar no podamos hacer nada: Veamos las cosas como son, a la gran luz de la fe, que ilumina nuestros pensamientos con una claridad tan luminosa que nos hace ver las cosas con una visión diferente de la de las pobres almas del mundo. La costumbre de mirar las cosas a la luz de la fe nos eleva por encima de la niebla y el barro de este mundo y nos transporta a otra atmósfera, a pleno sol, a una calma serena, a una paz luminosa, por encima de la región de las nubes, los vientos y las tempestades, fuera de la zona del crepúsculo y de la noche (Carlos de Foucauld).

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