7.23.2007

Viajeros...


«Los viajes son los viajeros.

Lo que vemos no es lo que vemos,

Sino lo que somos»




En una pared del centro de Cochabamba alguien escribió este graffiti: «La confusión es clarísima, tenemos que solucionar la crisis». En sintonía con este graffiti y respondiendo al tema de nuestro encuentro: «Ser contemplativo hoy en la realidad de Bolivia», Carlos de Foucauld hubiera podido escribir en una pared vecina su propia versión contemplativa: Es la gracia de Jesús la que lo hace todo, pero, aunque hay que contar con ella, hace falta también encontrar los medios que nos parezcan adecuados.


En este primer párrafo está dicho todo, pero para que los científicos no se sientan ofendidos démosle también la oportunidad de hablar:


«En la última década, ha aparecido un “movimiento” intelectual y académico denominado “transdisciplinariedad”, el cual desea ir “más allá” (trans), no sólo de la unidisciplinariedad, sino también, de la multidisciplinariedad y de la interdisciplinariedad. Aunque la idea central de este movimiento no es nueva, su intención es superar la parcelación y fragmentación del conocimiento que reflejan las disciplinarias particulares y su consiguiente hiperespecialización, y, debido a esto, su incapacidad para comprender las complejas realidades del mundo actual, las cuales se distinguen, precisamente, por la multiplicidad de los nexos, de las relaciones y de las interconexiones que las constituyen.


Las realidades del mundo actual se han ido volviendo cada vez más complejas. A lo largo de la segunda parte del siglo XX y, especialmente, en las últimas décadas, las interrelaciones y las interconexiones de los constituyentes biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales y ecológicos, tanto a nivel de las naciones como a nivel mundial, se han incrementado de tal manera, que la investigación científica clásica y tradicional se ha vuelto corta, limitada e insuficiente para abordar estas nuevas realidades. Han revelado su insuficiencia, sobre todo, los enfoques unidisciplinarios o monodisciplinarios, es decir, aquellos que, con una visión reduccionista, convierten todo lo nuevo, diferente y complejo, en algo más simple y corriente, quitándole su novedad y diferencia y convirtiendo el futuro en pasado. De esta manera, se cierra el camino a un progreso originario y creativo, y se estabiliza a la generación joven en un estancamiento mental.


En las últimas décadas, en efecto, un limitado número de académicos ha enfrentado este problema, en las universidades más progresistas del planeta, iniciando, primero, unos estudios multidisciplinarios, luego, estudios interdisciplinarios y, finalmente, estudios transdisciplinarios o metadisciplinarios; es decir, estudios que ponen el énfasis, respectivamente, en la confluencia de saberes, en su interacción e integración recíprocas, o en su transformación y superación.


El acometer esta tarea no es cosa fácil. Tiene dificultades de muy diversa naturaleza. La primera y más importante de todas es la referida al lenguaje. Las realidades nuevas no pueden ser designadas o nombradas con términos viejos, pues, al hacerlo, se pierde la comprensión y la comunicación de su novedad y, sencillamente, ¡no nos entendemos! Esto es lo que le pasó a los físicos, a principios del siglo XX, al descubrir toda la dinámica de la mecánica cuántica, irreducible a los términos de la física newtoniana anterior. Necesitamos acuñar términos nuevos, o redefinir los ya existentes, generar nuevas metáforas que revelen las nuevas interrelaciones y perspectivas, para poder abordar estas realidades que desafían nuestra mente inquisitiva. Y no sólo los términos para designar partes, elementos, aspectos o constituyentes, sino, y sobre todo, la metodología para enfrentar ese mundo nuevo y la epistemología en que ésta se apoya y le da significado, lo cual equivale a sentar las bases de un nuevo paradigma científico.» [Miguel Martínez Mígueles. Transdisciplinariedad: un enfoque para la complejidad del mundo actual]


¡Quién creyera entonces lo cerca que estamos hoy los contemplativos de los científicos! Aprovechando ese parentesco y aceptando la invitación a abrirnos a nuevos lenguajes y metáforas podríamos afirmar que la espiritualidad de Carlos de Foucauld aspira a ser hoy una espiritualidad transdisciplinaria.


Carlos de Foucauld es un hombre complejo. Pretender negar o atenuar la complejidad de su espiritualidad con la intención de afirmar una supuesta sencillez evangélica es, como lo diría nuestro primo científico: convertir todo lo nuevo, diferente y complejo, en algo más simple y corriente, quitándole su novedad y diferencia y convirtiendo el futuro en pasado. De esta manera, se cierra el camino a un progreso originario y creativo, y se estabiliza a la generación joven en un estancamiento mental. La eficacia del método evangelizador de Carlos de Foucauld, Nazaret, el «apostolado de la bondad», se afirma no en un esfuerzo de rigor moralista sino en una lucidez humana que casi nunca se explicita con la suficiente fuerza: Los indígenas nos reciben bien. Pero esto no es sincero: ceden ante la necesidad. ¿Cuánto tiempo necesitan para que sean reales los sentimientos que simulan? Quizá no los tengan jamás.


Este hecho, este no hacerse ilusiones con respecto a los “buenos sentimientos” que pudieran despertar en los otros todo su esfuerzo de bondad, no le impide establecer con ellos un tipo de comunicación descrita muy bien por su amigo el general Laperrine que se irritaba con quienes lo criticaban por no «evangelizar»: ¿Y sus conversaciones? ¿Y su ropa? Cuando alguien se presenta ante la puerta de la ermita, fray Carlos aparece, con la mirada llena de serenidad y la mano tendida, envuelto en una túnica blanca, en la cual hay cosido un corazón rojo coronado por una cruz. Esa imagen del Sagrado Corazón proclama la fe de ese hombre blanco, y toda su vida pone de manifiesto el Evangelio. Los indígenas no se equivocan. Volviendo a nuestro parentesco con ese limitado número de académicos que está enfrentado este problema de la complejidad en las universidades más progresistas del planeta, podríamos entender en la afirmación del general Laperrine que la espiritualidad de Carlos de Foucauld no sólo tiene términos para designar partes, elementos, aspectos o constituyentes, sino, y sobre todo, es una metodología para enfrentar ese mundo nuevo… lo cual equivale a sentar las bases de un nuevo modelo de espiritualidad.


Partiendo de aquí podríamos afirmar que el énfasis de la manera novedosa que tiene Carlos de Foucauld de evangelizar, su eficacia espiritual (que a nosotros nos gusta llamar «eficacia eucarística»), no está en ser muy riguroso en la explicitación y observancia de determinado código moral, o muy «religioso» en cuanto a actos de piedad o devoción, sino en saberse colocar de tal manera que los otros no se equivoquen. Ésa es su manera de comunicar la Buena Nueva, que en términos cristianos llamamos evangelización. Ésa es también, volviendo a nuestro graffiti inicial, su forma de aportar para solucionar la crisis… aunque quizá nunca logre despertar en los demás unos bonitos sentimientos que le permitan alimentar la ilusión de que no ceden ante él por pura necesidad.


¿De qué sirve una evangelización triunfalista realizada en base a grandes obras sociales o a la multiplicación de sacramentos si al final lo que logramos con todo ese alboroto es que los indígenas se equivoquen…?


Si nos ceñimos a la objetividad del lenguaje es evidente que la confusión es precisamente lo contrario a la claridad. Sin embargo, en la perspectiva de generar nuevas metáforas que revelen nuevas interrelaciones y perspectivas, nuestro graffiti puede afirmar sin ningún pudor que en la Bolivia del año 2007 la confusión es clarísima. No es una afirmación novedosa, es lo mismo que se ha venido repitiendo durante los últimos años refiriéndose, con sus propios condimentos locales, no sólo a la realidad boliviana sino mundial: es la humanidad entera la que atraviesa una confusión clarísima.


En ese contexto, de lo que se trata, para nosotros contemplativos, es de sabernos colocar en esa realidad de tal manera que quienes toquen a nuestra puerta puedan escuchar aquello que estamos llamados (y obligados) a comunicar, es decir, no se equivoquen, y para ello tenemos que encontrar los medios que sean realmente adecuados. ¿Qué es lo que estamos llamados y obligados a comunicar? Pues que Es la gracia de Jesús la que lo hace todo. Como lo esperaba Carlos de Foucauld de sus posibles compañeros de aventura: …Viéndolos se debe ver en qué consiste la vida cristiana, qué es la religión cristiana, qué es el Evangelio, quién es Jesús… deben ser un Evangelio vivo: las personas alejadas de Jesús, deben, sin libros ni palabras, conocer el Evangelio por su manera de vivir. Estamos llamadas y llamados a mostrarnos, a revelarnos a nosotros mismos. Ésa es nuestra manera eficaz de enfrentar la crisis. Y no son nuestras palabras ni nuestros libros los que nos revelan, es nuestra manera de vivir.


Sin embargo, quien hoy se atreve a vivir con la puerta abierta se halla frente a una realidad que cada día que pasa se hace más compleja, constituida por múltiples relaciones, interconexiones y nexos. Como se afirmaba más arriba: Las realidades del mundo actual se han ido volviendo cada vez más complejas. A lo largo de la segunda parte del siglo XX y, especialmente, en las últimas décadas, las interrelaciones y las interconexiones de los constituyentes biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales y ecológicos, tanto a nivel de las naciones como a nivel mundial, se han incrementado de tal manera, que la investigación científica clásica y tradicional se ha vuelto corta, limitada e insuficiente para abordar estas nuevas realidades. Exactamente lo mismo podríamos afirmar en términos religiosos: nuestra espiritualidad clásica y tradicional se ha vuelto corta, limitada e insuficiente para abordar estas nuevas realidades.


¿Cómo hallar una manera de vivir que nos permita ser una revelación viva de la manera como HOY la gracia de Jesús lo hace todo? ¿Cómo desarrollar un lenguaje que de cuenta de la novedad compleja del Evangelio en el centro mismo de una realidad que nos desborda y que se multiplica en todas las direcciones posibles con una rapidez cancerosa?


Esa respuesta no nos la puede dar una palabra, un libro, una doctrina. Sólo una persona que haya sido capaz de hacer de sí mismo la revelación más plena posible de la divinidad en el centro mismo de lo humano podría comunicarnos esa experiencia. Esa persona es para nosotros Jesús de Nazaret, quien a pesar de contar a su favor con el hecho y la gracia de ser Hijo de Dios, tuvo también que encontrar, con sus propios recursos humanos, los medios que le parecieron adecuados. Invitándonos a ese itinerario espiritual, Carlos de Foucauld nos sugiere: Expulsar lejos de nosotros el espíritu militante… leyendo y releyendo sin cesar el Santo Evangelio para tener siempre delante de nosotros el espíritu, los actos, las palabras, los pensamientos de Jesús, para pensar, hablar y actuar como Jesús. Y con su realismo habitual también nos recuerda que: Esto tendrá inconvenientes, pero es mejor obedecer a Dios antes que a los hombres.


La pregunta, en palabras de Carlos de Foucauld, sería ¿cómo pensar, hablar y actuar como Jesús de Nazaret lo haría para vivir el anuncio de la Buena Nueva en medio de la complejidad de la Bolivia de hoy?


Pienso no ser exagerado al afirmar que Bolivia, corazón de América Latina, es un lugar privilegiado para realizar la búsqueda (la investigación) de una manera radicalmente novedosa de vivir. Aquí, desde el punto de vista humano y espiritual, contamos gratuitamente con informaciones que en muchos lugares el mundo ya han sido casi abolidas de la memoria de los seres humanos. Frente a la aparente pobreza de Bolivia y la aparente riqueza el mundo ultra tecnificado, habría que recordar lo que dice el escritor Manuel Vásquez Montalbán:


Inútil escrutar tan alto cielo;

inútil cosmonauta el que no sabe el nombre de las cosas que le ignoran,

el color del dolor que le mata;

inútil cosmonauta el que contempla estrellas para no ver las ratas.


El problema es que desde hace un buen tiempo ya nuestra comprensión de lo que es «radical» y lo que es «novedad» se viene revelando como vieja, caduca, insuficiente. Se habla por ejemplo de cosas como una nueva evangelización pero en realidad lo que se hace es regresar a metodologías que afirman lo más viejo de la vieja evangelización. Se quiere volver a preñar de significado ciertas palabras pero convirtiendo todo lo nuevo, diferente y complejo, en algo más simple y corriente, quitándole su novedad y diferencia y convirtiendo el futuro en pasado.


Gabriel García Márquez pronunció este discurso el 8 de marzo de 1999, en la sesión inaugural del foro América Latina y el Caribe frente al Nuevo Milenio, llevado a cabo en París:


Ilusiones para el Siglo XXI


«El escritor italiano Giovanni Papini enfureció a nuestros abuelos en los años cuarenta con una frase envenenada: "América está hecha con los desperdicios de Europa". Hoy no sólo tenemos razones para sospechar que es cierto, sino algo más triste: que la culpa es nuestra.


Simón Bolívar lo había previsto, y quiso crearnos la conciencia de una identidad propia en una línea genial de su Carta de Jamaica: "Somos un pequeño género humano". Soñaba, y así lo dijo, con que fuéramos la patria más grande, más poderosa y unida de la tierra. Al final de sus días, mortificado por una deuda de los ingleses que todavía no acabamos de pagar, y atormentado por los franceses que trataban de venderle los últimos trastos de su revolución, les suplicó exasperado: "Déjennos hacer tranquilos nuestra Edad Media".


Terminamos por ser un laboratorio de ilusiones fallidas. Nuestra virtud mayor es la creatividad, y sin embargo no hemos hecho mucho más que vivir de doctrinas recalentadas y guerras ajenas, herederos de un Cristóbal Colón desventurado que nos encontró por casualidad cuando andaba buscando las Indias.


(…)


A ustedes, soñadores… les corresponde la tarea histórica de componer estos entuertos descomunales. Recuerden que las cosas de este mundo, desde los transplantes de corazón hasta los cuartetos de Beethoven estuvieron en la mente de sus creadores antes de estar en la realidad. No esperen nada de siglo XXI, que es el siglo XXI el que los espera todo de ustedes. Un siglo que no viene hecho de fábrica sino listo para ser forjado por ustedes a nuestra imagen y semejanza, y que sólo será tan glorioso y nuestro como ustedes sean capaces de imaginarlo.»


Siguiendo el hilo de este discurso, y haciéndolo sonar en el centro mismo de la actual complejidad de la realidad boliviana, podríamos afirmar con Carlos de Foucauld que: Si no somos capaces de que estos pueblos se unan a nosotros, nos rechazarán. Desde luego, nosotros no venimos de afuera, no somos extranjeros, estos pueblos somos nosotros mismos que estamos llamados a ser capaces de unirnos a nosotros mismos, a nuestra propia y rica complejidad, para dejar de rechazarnos, porque Hoy tenemos razones para sospechar que la culpa de ese rechazo es en gran parte nuestra. No es otro el objetivo que hasta ahora ha tenido, y que por siempre tendrá, el proceso de Formación y Vida de la Fraternidad de Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld: Liberar nuestra virtud mayor, la creatividad. La gracia de Jesús que lo hace todo no es otra que nuestra propia gracia de Hijas e Hijos de Dios.


Evo Morales, en su discurso de posesión como presidente, recordaba:


“Quiero decirles, para que sepa la prensa internacional, a los primeros aymaras, quechuas que aprendieron a leer y escribir, les sacaron los ojos, cortaron las manos para que nunca más aprendan a leer, escribir. Hemos sido sometidos, ahora estamos buscando cómo resolver ese problema histórico, no con venganzas, no somos rencorosos.


Estamos acá para decir, basta a la resistencia. De la resistencia de 500 años a la toma del poder para 500 años, indígenas, obreros, todos los sectores para acabar con esa injusticia, para acabar con esa desigualdad, para acabar sobre todo con la discriminación, opresión donde hemos sido sometidos como aymaras, quechuas, guaraníes.”


Como contemplativas y contemplativos podemos asumir plenamente la afirmación de que Estamos acá para decir, basta a la resistencia. El contemplativo es precisamente alguien que en comunión con el gesto eucarístico de Jesús de Nazaret, hace el tránsito de la resistencia al poder. Pero no es un tránsito inocente, políticamente neutro, es un tránsito que se hace desde aquellos a quienes les sacaron los ojos, cortaron las manos para que nunca más aprendan a leer, escribir. Es dentro de esa dinámica, que no es otra que la de la misericordia, que Carlos de Foucauld, aún sabiendo que esto tendrá inconvenientes, busca los lugares perfectos para la toma de contacto, para establecerse en pleno centro de los campamentos. Es así como se explica la eficacia eucarística de su metodología de evangelización: Expulsar lejos de nosotros el espíritu militante… leyendo y releyendo sin cesar el Santo Evangelio para tener siempre delante de nosotros el espíritu, los actos, las palabras, los pensamientos de Jesús, para pensar, hablar y actuar como Jesús.


En el Discurso al Primer Congreso Constituyente de Bolivia, el 25 de mayo de 1826, Simón Bolívar exclamaba:


« ¡Legisladores! Vuestro deber os llama a resistir el choque de dos monstruosos enemigos que recíprocamente se combaten, y ambos os atacarán a la vez: la tiranía y la anarquía forman un inmenso océano de opresión, que rodea a una pequeña isla de libertad, embestida perpetuamente por la violencia de las olas y de los huracanes, que la arrastran sin cesar a sumergirla. Mirad el mar que vais a surcar con una frágil barca, cuyo piloto es tan inexperto.»


La validez y actualidad de sus palabras, dirigidas hoy, 181 años después a la Asamblea Constituyente de Sucre, es evidente. Los dos mismos monstruos desatados: la tiranía y la anarquía, continúan atacándonos a la vez. Seguimos intentando surcar el mar en una frágil barca, y, como se empeñan en remarcar cada día los medios de comunicación: nuestro piloto es inexperto…


Frente a esta realidad que algunos días puede parecer destinada ineludiblemente al caos, caen bien algunas afirmaciones del pensador Edgar Morin:


« ¿Civilizar la Tierra? ¿Pasar de la especie humana a la humanidad? ¿Pero qué esperar del Homo sapiens demens? ¿Cómo ocultar el gigantesco y terrorífico problema de las carencias del ser humano? En todo tiempo, por todas partes, dominación y explotación han predominado sobre la ayuda mutua y la solidaridad; en todo tiempo, por todas partes, el odio y el desprecio han predominado sobre la amistad y la comprensión, por todas partes las religiones de amor y las ideologías de fraternidad han aportado más odio e incomprensión que amor y fraternidad.»


«Debemos superar la repulsión ante lo que no se adecua a nuestras normas y tabúes, y superar la enemistad contra el extranjero, sobre el que proyectamos nuestros temores a lo desconocido y lo extraño. Ello exige un esfuerzo recíproco procedente de ese extranjero, pero hay que comenzar por comenzar...»


«Las únicas resistencias están en las fuerzas de cooperación, comunicación, comprensión, amistad, comunidad, amor, siempre que estén acompañadas por la perspicacia y la inteligencia, cuya ausencia puede, por el contrario, favorecer las fuerzas de la crueldad... Son siempre las más débiles, pero gracias a ellas hay sociedades vivibles, familias amantes, amistades, amores, abnegaciones, caridades, compasiones, entusiasmos y, gracias a ellas, de caos en tumbo, de tumbo en caos, el mundo funciona, caín-sinamente sin verse total y permanentemente sumergido por la barbarie. Estas virtudes comportan en sí mismas crueldad para quien les es exterior, antagonista o simplemente indiferente, pero son ellas las que hacen vivible la vida, no deseable la muerte; son ellas las que, en el nivel de los humanos, mantienen lo que hay de más precioso y que, al mismo tiempo, es lo más mortal y amenazado, y el amor por encima de todo.»


«Estas débiles fuerzas son las que nos permiten creer en la vida, y la vida lo que nos permite creer en estas débiles fuerzas. Sin ellas, sólo habría el horror de la pura coerción, de la destrucción en masa, de la desintegración generalizada. La peor crueldad del mundo y lo mejor de la bondad del mundo están en el hombre.»


«Debemos resistirnos a lo que separa, a lo que desintegra, a lo que aleja, sabiendo que la separación, la desintegración, el alejamiento ganarán la partida. La resistencia es lo que acude en ayuda de esas débiles fuerzas, es lo que defiende lo frágil, lo perecedero, lo hermoso, lo auténtico, el alma. Es lo que puede abrir una brecha en el caparazón de la indiferencia para, de sonrisa en sonrisa, consolar los llantos. Sonreír, reír, bromear, jugar, acariciar, abrazar es también resistir.»


«Resistir, resistir primero a nosotros mismos, nuestra indiferencia y nuestra falta de atención, nuestro cansancio y nuestro desaliento, nuestros malos impulsos y mezquinas obsesiones. Resistir por/para/con amistad, caridad, piedad, compasión, ternura, bondad. La resistencia a la crueldad del mundo debe intentar mantener la unión en la separación, atar lo que es libre dejándolo libre, provocar el arrepentimiento concediendo el perdón.»


«La aventura sigue siendo desconocida. Tal vez la era planetaria se hunda antes de haber podido florecer. Tal vez la agonía de la humanidad sólo produzca muerte y ruinas. Pero lo peor no es seguro todavía, no todo está todavía decidido. Sin que exista por ello certidumbre, ni siquiera probabilidad, hay posibilidad de un porvenir mejor.»


«La tarea es inmensa e incierta. No podemos sustraernos a la desesperanza, ni a la esperanza. La misión y la dimisión son igualmente imposibles. Debemos armarnos de una «ardiente paciencia». Estamos en vísperas, no de la lucha final, sino de la lucha inicial.»


«Proseguir el esfuerzo cósmico desesperado que, en el humano, toma la forma de una resistencia a la crueldad del mundo es lo que yo denominaría esperanza.»


Lo expresado hasta aquí es un buen resumen de lo que hoy en Bolivia estamos llamadas/os a vivir como Fraternidad de Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld. Es nuestro aporte contemplativo. Dicho en otras palabras: un contemplativo es alguien que, mediante la experiencia de su propio ser de Hija o Hijo de Dios, HACE la claridad en medio de la confusión y soluciona la crisis. En palabras de Carlos de Foucauld: Veamos las cosas como son, a la gran luz de la fe, que ilumina nuestros pensamientos con una claridad tan luminosa que nos hace ver las cosas con una visión diferente de la de las pobres almas del mundo. La costumbre de mirar las cosas a la luz de la fe nos eleva por encima de la niebla y el barro de este mundo y nos transporta a otra atmósfera, a pleno sol, a una calma serena, a una paz luminosa, por encima de la región de las nubes, los vientos y las tempestades, fuera de la zona del crepúsculo y de la noche.


El ver del contemplativo no es teoría, su ver es el hecho de implicarse. ¿Implicarse en qué? En todo. ¿Qué es todo? Todo es desde lo más pequeño, cotidiano y aparentemente intrascendente, hasta lo más grande, global y complejo. Desde la forma de cocinar la sopa del día hasta las investigaciones científicas y sociales más especializadas, pasando por toda la gama posible de las creaciones artísticas y técnicas. Para eso no hace falta colocarse en un lugar especial o privilegiado, no hace falta tener colgada en la pared del living una colección impresionante de títulos universitarios, basta con echar raíces en el metro cuadrado de tierra que la vida nos impone. El hecho de implicarse no es señal de ningún tipo de autosuficiencia, de mérito o de seguridad humana. Lo que damos como contemplativos es algo que sólo es real en el momento mismo de darse, de comunicarse. Un paso más allá lo perdemos, volvemos a estar desnudos. El contemplativo no es objeto de nada, no le aporta «peso» a la realidad, no estorba de ninguna manera: La virtud del contemplativo es que dispensa de sus virtudes a los demás; su virtud positiva es a fin de cuentas la de Dios, que él realiza en su visión (Frithjof Schuon). No se implica porque sea o se sienta capaz de dar una respuesta, se implica porque no selecciona, lo acoge y lo acepta todo: se asume como implicado… y ésa es precisamente la respuesta. Mientras menos capacidades humanas tenga para justificarse la intensidad de su eficacia contemplativa será mayor. Su único premio, si es que se puede llamar así, consiste en que, como dice Santo Tomás: Es más perfecto iluminar que ver la luz solamente, y comunicar a los demás lo que se ha contemplado, que sólo contemplar.


En su camino de búsqueda de mejores condiciones de vida para sus mayorías tradicionalmente discriminadas y empobrecidas, Bolivia vive hoy, sin duda, una gran crisis. La solución a esa crisis, de una complejidad enorme, no es nada fácil. En eso todos estamos de acuerdo (aunque es un acuerdo interiormente preñado de desacuerdos). Lo que pasa allí, en el centro de esa crisis es ese Todo al cual somos enviados como contemplativos: nuestro lugar de misión. Dadas las condiciones de globalización que para bien y para mal vive hoy la humanidad, que no podemos evitar de ninguna manera, es un hecho que gran parte de las fuerzas que determinarán nuestro destino en medio de la crisis se nos imponen desde afuera y lo único que podemos hacer es tratar de establecer con ellas una negociación que nos resulte favorable. Es lo que con mayor o menor sabiduría intenta hacer el actual gobierno.


Sin embargo, a pesar de todos los condicionamientos externos disponemos de un ingrediente original que hace parte de ese tesoro que de maneras muy diversas han sabido mantener vivo todos aquellos que han quedado puerta fuera del banquete excluyente de la prosperidad. Los aparentemente vencidos y echados fuera, tejen, la mayoría de veces sin ser concientes de ello, una propuesta distinta de humanidad, un ser humano nuevo. Y a los dueños del poder les interesa que sigan ignorándolo. Para describir ese ingrediente original, nuestra participación en esa semilla de nueva humanidad, vamos a utilizar aquí una expresión de San Juan de la Cruz: una chispa de puro amor es más preciosa ante Dios, más útil para el alma y más rica en bendiciones para la Iglesia que todas las obras piadosas juntas, aun cuando, según las apariencias, uno no haga nada.


Con estas treinta y ocho palabras San Juan de la Cruz nos regala el manual más perfecto posible de eficacia contemplativa. El único objetivo que para nosotros tiene sentido es vivir esa chispa de puro amor. Suena fácil, tendemos muy rápidamente a identificar esa chispa con aquellos sentimientos que consideramos espontáneamente como «amor». Suponemos que por tener una familia, un padre y una madre, una esposa o un esposo, unos hijos, ya está garantizada nuestra experiencia de esa chispa de puro amor. ¡Cuántas veces nuestros bonitos sentimientos hacia los demás, nuestras obras piadosas, nos alimentan esa ilusión! Sin embargo, la verdad es que ninguno de nuestro lazos humanos, sean los que sean, puede llegar a tener esa calidad preciosa ante Dios. El lugar, la manera, las circunstancias, el tiempo en que Dios nos llama a cada una y cada uno a vivir esa chispa de puro amor, son un secreto que sólo Él conoce y comunica. Y Él hace muy poco caso de todas nuestras posibles «familiaridades» humanas. Nada puede ser más fuerte que nuestro propio llamado a la castidad, que no tiene nada que ver con el hecho de ser «laico» o «religioso», o con el hecho de tener o no relaciones sexuales. Nuestro único fin posible es Dios mismo y en medio de nuestra existencia Él siempre halla la manera de cortar nuestros vínculos con todo lo demás, porque es un Dios celoso que no soporta absolutos diferentes a Él.


El contemplativo no es alguien que marche hacia adelante en ese camino, es alguien que regresa. No somos seres vivos ni seres muertos, somos seres resucitados. Ese sentido de resucitados, de hacer parte de un pueblo que regresa después de haber vivido una gran victoria, que es profundamente bíblico y cristiano, es el único fundamento indestructible de la resistencia. En realidad resistir es no resistir porque ya ganamos. Lo que hacemos es volver a tomar posesión de la herencia que nos corresponde. Es de esa conciencia de lo que se habla, y no de otra cosa, cuando se dice: Expulsar lejos de nosotros el espíritu militante…


Gran parte de lo que hoy aparece en la vida de nuestro propio pueblo (de nuestros propios pueblos…) como incapacidad para avanzar en ese camino que se llama «desarrollo» tiene que ver con un tipo de eficacia diferente que sólo puede ser reconocida con la mirada de otros seres humanos: es una chispa de puro amor. Como contemplativos y contemplativas estamos llamadas y llamados a ser esos otros seres humanos que en medio de la crisis son testigos de lo que en realidad está sucediendo, es decir, de los que en Dios está sucediendo. Más que ser o querer ser los protagonistas, los orientadores, somos quienes aprenden a dejarse llevar. Desde luego esa gran parte de eficacia diferente no lo es todo, mucha basura que se ha acumulado en el camino, deformaciones, vicios, errores. Es por eso que nadie, ni siquiera la Hija o el Hijo de Dios que ya somos y que regresa, nos puede liberar de la responsabilidad de discernir, de encontrar los medios que nos parezcan adecuados. Por eso somos misioneros y nos reconocemos implicados en todo.


Cuando San Juan de la Cruz dice que esa chispa de puro amor es más útil para el alma y más rica en bendiciones para la Iglesia que todas las obras piadosas juntas, no está haciendo un ejercicio de piedad poética, está hablando de eficacia en los términos más pragmáticos que se puedan concebir. En el lugar en donde más falta objetiva harían obras piadosas un contemplativo lo que busca es la chispa de puro amor porque sabe que esa chispa guarda el secreto que hará posible que todas las respuestas que se den a las necesidades concretas conduzcan realmente a algo que merezca el nombre de «desarrollo». Evidentemente, aunque les suene mal a unos oídos como los nuestros exageradamente acostumbrados a un lenguaje “piadoso”, el único lugar en que nos resulta posible hallar esa chispa es en nosotros mismos. Y aquí tenemos que recordar que No hay ningún «egoísmo» posible en la actitud del contemplativo, pues su «yo» es el mundo, el «prójimo». Lo que se realiza en el microcosmos irradia en el macrocosmos, a causa de la analogía de todos los órdenes cósmicos. La realización espiritual es una especia de «magia» que se comunica necesariamente al ambiente. El equilibrio del mundo tiene necesidad de contemplativos (Frithjof Schuon).


Sólo quien ha sido dócil a la propuesta vocacional que le hace Dios y ha logrado hallar en sí mismo esa chispa de puro amor (en el lugar y en las circunstancias que le son impuestas), está en condiciones de dar. No de darse a si mismo sino de dar el aporte que la realidad espera de él para construir el Reino de Dios. Sólo así se puede ser padre o madre, o esposo o esposa, o hijo o hermano de alguien. No de ese alguien que nosotros quisiéramos o nos gustaría sino de ese alguien que se nos da. En otras palabras, y para ser más exacto, lo que me permite a mí (como vocación) ser el esposo de mi esposa no es lo que yo haga por ella o sienta por ella, no es que viva con ella durante cincuenta años o que engendremos juntos diez hijos, es que yo cumpla cabalmente la vocación que en el secreto más profundo de mi propia intimidad Dios me regala. Ése es el tipo de parentesco que les corresponde a los Hijos y las Hijas de Dios… sólo así se puede construir familia, humanidad, iglesia.


De todas estas cosas Bolivia, nuestra Bolivia, el Corazón de América Latina, es una excelente maestra… aun cuando, según las apariencias, parezca que no hace nada. Y aquí, en el párrafo final, volvemos al título que le dio a nuestro documento el poeta portugués Fernando Pessoa. El Corazón de América latina está de viaje, pero el viaje son los viajeros, somos nosotros mismos. Muchos, adentro y afuera, quieren que veamos lo que a ellos les parece, lo que creen que está bien. Sin embargo, en medio de la crisis nuestro oficio es resistir: Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.

4.11.2007

Amores Dificiles


Es tal la cantidad de desinformación acumulada en torno a nuestra identidad divina que no sirve de nada pretender llegar a ella utilizando los caminos oficiales y bien pavimentados, tenemos que encontrar un atajo. Y a propósito de atajos he aquí algo que dijo el poeta ruso Joseph Brodsky durante la inauguración de la primera feria del libro de Turín, Italia, en 1988:

«La manera de desarrollar buen gusto en literatura es leer poesía. Si piensan que estoy hablando por partidismo profesional, que estoy tratando de defender los intereses de mi gremio, están equivocados: no soy sindicalista. La clave consiste en que siendo la forma suprema de la locución humana, la poesía no es sólo la más concisa, la más condensada manera de transmitir la experiencia humana; ofrece también los criterios más elevados posibles para cualquier operación lingüística, especialmente sobre papel.

Mientras más poesía lee uno, menos tolerante se vuelve a cualquier forma de verbosidad, ya sea en el discurso político o filosófico, en historia, estudios sociales o en el arte de la ficción. El buen estilo en prosa es siempre rehén de la precisión, rapidez e intensidad lacónica de la dicción poética. Hija del epitafio y del epigrama, concebida al parecer como un atajo hacia cualquier tema concebible, la poesía impone una gran disciplina a la prosa. Le enseña no sólo el valor de cada palabra sino también los patrones mentales mercuriales de la especie, alternativas a una composición lineal, la destreza de evitar lo evidente, el énfasis en el detalle, la técnica del anticlímax. Sobre todo, la poesía desarrolla en la prosa ese apetito por la metafísica que distingue a una obra de arte de las meras belles lettres. Hay que admitir, sin embargo, que en este aspecto particular la prosa ha demostrado ser una discípula más bien perezosa».

La Bolivia que es rehén de la precisión, rapidez e intensidad lacónica de su herencia espiritual indígena, es un excelente atajo hacia cualquier tema concebible. Relacionarse con ella le impone una gran disciplina a la prosa, es decir, a los argumentos contaminados de esa racionalidad occidental tan poco apetente de metafísica y por eso mucho más parecida a las meras belles lettres que a la verdadera obra de arte. Esa Bolivia enseña no sólo el valor de cada palabra sino también los patrones mentales mercuriales de la especie. Es por eso que resultan tan grotescos (y hacen tanto daño) los intentos de los propio bolivianos de interpretarla utilizando no el buen gusto de su poesía sino la verbosidad de un periodismo prosaico mal aprendido y de quinta categoría. Es claro, pero no sobra decirlo, que ser vulnerable al lenguaje poético no tiene nada que ver con refinamientos intelectuales. En poesía no se convence con argumentos eruditos sino con la visión de ese más allá siempre un poco velado al que sólo es posible llegar transitando el atajo que se nos ofrece. Y para utilizar un atajo más vale un buen machete, una cantimplora llena de agua y unas botas impermeables, que un automóvil que sólo sirve para ser usado en lugares previa y largamente domesticados. Pero hay todavía una dificultad anterior y mayor que deben enfrentar quienes se atreven a los atajos: La ley actual no es más que la acumulación de intentos interminables de impedir al hombre que cumpla sus deseos de cambiar la vida por un instante de poesía. Es cierto que los hombres que necesitan ese cambio no son muchos; pero los hay, y es contra ellos que la ley se erige, para degradarlos en lo posible (Yukio Mishima). La espiritualidad indígena sabe que SER consiste en cumplir el deseo de cambiar la vida por un instante de poesía; y ese saber no es espiritualmente democrático sino dictatorial porque impone una sola opción: todo o nada. No hay negociación que logre la tolerancia a permanecer en un punto intermedio. Cualquier punto intermedio mata la poesía. Pero ese saber no puede comunicarse sino mediante la disciplina, el rigor y la condensación del lenguaje poético que ofrece los criterios más elevados posibles para cualquier operación lingüística. Más que lenguaje, en el sentido burdo de lo que hemos llegado a entender como lenguaje, es un hundimiento vertiginoso (ritual) en ese instante de poesía que (se sabe) es el único capaz de cambiarlo todo; y de ese hundimiento surgen las alternativas a una composición lineal, la destreza de evitar lo evidente, el énfasis en el detalle, la técnica del anticlímax.

Ahora que, cuando la poesía ha sido reprimida brutalmente y obligada a negarse a sí misma para que un cuerpo humano pueda sobrevivir, cuando la conciencia de su propio valor le ha sido arrancada de su memoria, las dos vertientes de su ofrecimiento, su todo y su nada, se profundizan tanto que terminan siendo dos atajos que desembocan directamente en el cielo o en el infierno. No hay territorios intermedios, es cierto, pero el cielo y el infierno tienen mucho que ver el uno con el otro, no están tan separados como suponemos, se incluyen entre si. Allí, en medio de ese drama la poesía alcanza su nivel más alto. Desde el punto de vista del crecimiento interno que necesita una vocación poética, un lugar y unos seres humanos en los que haya sucedido eso, son ideales por el rigor que imponen; siempre y cuando, claro, se esté en condiciones de ser vulnerable a la poesía que se esconde (a una gran profundidad) tras una apariencia de máscara rígida y monótona. Si se toma el atajo de la poesía el lugar al que se llega es siempre la propia poesía; en ella la experiencia de lo otro se da de forma radical pero en un proceso de toma profunda del propio territorio. No se sale, se entra para llegar a un fondo en el que todos los fondos confluyen y se hacen uno. Por eso es la forma suprema de la locución humana, la formulación de la eterna pregunta:
¿Por qué no se permite a algunos llevar a cabo lo que es hermoso mientras lo feo y lo repugnante, que se cumple con el único fin de obtener dinero, se halla libremente tolerado e incluso encuentra estímulos? (Yukio Mishima).


Pero la propia poesía, la de todos, vengamos de donde vengamos, también ha sido de muchas maneras reprimida brutalmente y obligada a negarse a sí misma. Quizá no hasta el extremo de arrancar de su memoria la conciencia de su propio valor, pero si hasta el extremo de lograr una docilidad a La ley actual que no es más que la acumulación de intentos interminables de impedir al hombre que cumpla sus deseos de cambiar la vida por un instante de poesía. Esa ley puede mantenerse mientras logre que nuestra expresión humana se mantenga limitada a los términos de una prosa sin ese apetito por la metafísica que distingue a una obra de arte de las meras belles lettres. Por eso el cambio, y me refiero al cambio en los términos más concretos y materiales posibles, sociopolíticos, no puede nacer sino del reencuentro del ser humano, de todo el ser humano, con su propia poesía. No sirven de mucho los análisis, la concientización, los consensos: los únicos que nos pueden llevar a eso diferente que no es más que nuestra propia realidad divina son los atajos.

2.13.2007

¿No es éste el hijo del carpintero?


Según la tradición más comúnmente aceptada, Jesús vivió treinta años de su vida en Nazaret y dedicó sólo sus tres años finales a la llamada «vida pública». Eso quiere decir que vivió el noventa y uno por ciento de su vida en Nazaret, y apenas el nueve por ciento lo dedicó al anuncio más o menos explícito de lo que ahora los cristianos llamamos Evangelio, Buena Nueva. Y aún en esos tres años finales, el Evangelio nos dice que muchas veces intentó pasar desapercibido, buscó los lugares apartados y solitarios, evadió el acoso de las multitudes.

La manera como Jesús vivió esos treinta primeros años no le dejó entrever a sus vecinos nada extraordinario. Fue tan común y corriente, tan parecido a lo que vivían todos los hombres de su pueblo y de su misma condición social, que cuando lo ven retornar a su patria precedido por una gran fama, exclaman escandalizados: ¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto? (Mt 13, 54-56).

La reacción de sus vecinos deja ver claro lo seguros que estaban de que alguien como ellos, que viviera en sus mismas condiciones, que tuviera las mismas carencias y oportunidades en la vida, no podía de ninguna manera llegar a ser alguien importante y reconocido. Estaban destinados a ser para siempre unos don nadie y punto, ahí terminaba su historia. Ni se les ocurría la posibilidad de que pudiera ser de otra manera.

Sabían bien que el poder que mostraba su vecino no se lo daba ningún privilegio hereditario, social, religioso o académico. No era uno de esos afortunados que por tener muñeca con algún poderoso hubiera logrado matricularse en una escuela especial. Tampoco era alguien que hubiera establecido algún tipo de relación que le permitiera escalar social o religiosamente. Era simplemente el hijo del carpintero y el hecho de que su familia viviera en una casa igual a la de todos, y tuviera que trabajar como las demás para poder sobrevivir, les daba derecho a sospechar y descalificarlo.

Aún hoy en pleno siglo XXI la mayoría de los cristianos siguen considerando este tiempo vivido por Jesús en Nazaret como una simple “preparación” de los que realmente serían importantes: sus últimos tres años de fama y poder que lo convirtieron en un personaje. Aún hoy la valoración que se hace de lo que vivió Jesús en Nazaret tiende a quedarse en un plano más bien superficial, se considera como un gesto de “buena voluntad” de Dios, una manera de congratularse con nosotros, como cuando un rico va de visita y se disfraza de pobre para que el pobre no se sienta avergonzado de su pobreza.

No tenemos por qué extrañarnos: hemos optado por construir un mundo y un tipo de ser humano para el cual lo que vale es lo que se hace, lo que se dice, lo que se ve, no lo que se es. El que vale es el que tiene títulos, amigos con influencia, estructuras que lo respalden, cargos de poder social o político o religioso que lo hagan aparecer como importante. Nuestra manera de percibir a Dios no puede ser ajena a las orientaciones más profundas de nuestro ser.

Sin embargo, lo que vive Jesús en Nazaret no es un teatro, es una opción por el ser. No por cualquier ser sino por el ser humano más plenamente desarrollado en todos sus sentidos posibles. Asumir que la Encarnación del Hijo de Dios fue un mero disfraz, o un puro gesto de buena voluntad, le quita a nuestra fe todo su sentido y la convierte en un discurso humano que sirve para justificar “religiosamente” nuestra opción por las apariencias.

El Hijo de Dios no hace teatro: nace como hombre en el lugar y en las circunstancias en las cuales es posible desarrollarse más plenamente como ser humano a imagen y semejanza de su Padre. En Nazaret Jesús no es un Dios que “parece” hombre, es Dios siendo plenamente hombre y plenamente Dios. Pero atreverse a Ser en lugar de parecer es un camino demasiado riesgoso porque en él podemos descubrir que nuestro verdadero desarrollo humano nos quiere conducir a algo que no nos gusta, que nadie valora como importante: ser un simple hijo de carpintero.

Jesús, Dios encarnado, que nace en las condiciones humanas en las cuales nació, no busca parecer muy bueno, o muy débil, o muy tierno, para obtener nuestra adhesión sentimental. Nace como el primero de los Hombres Nuevos de una Nueva Creación. Está empezándolo todo otra vez, no sintiendo lástima, ni juzgando. Y lo que nos dicen sus primeros treinta años de vida es que la forma de participar como seres humanos Nuevos en esa Nueva Creación pasa por la obediencia a Nazaret. En eso consistió la aventura espiritual del Hermano Carlos de Foucauld, del beato Carlos de Jesús, en aprender a obedecer a Nazaret.

Obedecer a Nazaret porque las riquezas están aquí, no hay que ir a buscarlas a ninguna parte. Parece no haber nada, parece que la arena gris e insípida de lo cotidiano lo cubre todo, parece una realidad tan cercana y familiar que a nadie se le ocurriría esconder justamente allí un tesoro. Pero es verdad, lo que tanto anhelamos lo tenemos al alcance de la mano todos los días. ¿Cómo entender y asimilar ésto?

La encarnación del Hijo de Dios fue un hecho real lleno de consecuencias dentro de las cuales vivimos inmersos. ¿Acaso vemos el aire que respiramos? ¿Acaso alguien que se hunde en el océano puede ver la totalidad de la masa de agua que lo está envolviendo? Lo mismo sucede con la vida y su mensaje, lo perdemos de vista por estar sumergidos en él de cuerpo entero y porque muy pocas veces tenemos la oportunidad de apreciar desde afuera la intensidad real de la existencia en medio de la cual somos acogidos permanentemente.

El peso y el misterio que tiene para Jesús el tiempo vivido en Nazaret, es el mismo peso y el mismo misterio que tiene para todo ser humano su propio ser. Es fácil conocer lo que una persona hace, o dice, o piensa, pero no es fácil saber lo que una persona es. No es fácil ni siquiera para la propia persona. Más allá de los límites de nuestra intimidad más profunda, todos representamos un cierto papel social. Hacemos, pensamos, hablamos, y con todo eso creamos y sostenemos una imagen que nos permite ocupar determinado lugar, mantener ciertos privilegios. Por eso, quienes se exaltaron con lo que Jesús hacía, o decía, pero no se dejaron tocar por el misterio más profundo de lo que Él era más allá de todas sus inevitables imágenes, vivieron la cruz como el final de una ilusión.

En esa hora crucial Jesús hubiera podido afirmarse en alguna de sus apariencias: de reformador social y político, de profeta, de gran sanador, de hombre muy sabio, y parado allí hubiera movido fuerzas a su favor y tal vez impedido su muerte. Sin embargo, la fidelidad a su ser más profundo lo llevó a renunciar a esa lucha para no mentirse a sí mismo, para no quedarse a medio camino; no se vendió a ninguna de las apariencias que sus propios talentos humanos le ofrecían, no traicionó el lugar en el cual se formó como persona a imagen y semejanza de su Padre: no renunció a ser el hijo del carpintero de Nazaret. Y fue esa opción, ese fracaso en términos humanos, el que le dio a su aventura espiritual una eficacia capaz de atravesar los siglos encarnándose nuevamente en todas las situaciones humanas.

Hoy sabemos que esa eficacia es una eficacia eucarística y que está al alcance de cualquier ser humano que como Él decida ser fiel a su identidad de hijo o hija de Dios. Es de eso mismo de lo que nos da testimonio el fracaso humano y la eficacia eucarística del hermano Carlos de Jesús.

No son nuestros afanes, nuestras construcciones y nuestros argumentos, es nuestro ser de hijos e hijas de Dios el que le anuncia a los pobres la Buena Nueva, proclama la liberación a los cautivos, devuelve la vista a los ciegos, da libertad a los oprimidos y proclama el año de gracia del Señor. Por eso es lógico que sea precisamente en Nazaret, el lugar donde Jesús aprendió a ser, que se explicite a sí mismo y anuncie la unción que el Espíritu del Señor ha hecho sobre Él (lc 4, 18-19).

Sin embargo, la novedad que su gesto y su mirada implican es tan radical que haría falta que sus vecinos nazarenos nacieran de nuevo para que pudieran comprenderlo. Frente al rechazo, seguramente muy doloroso, de quienes con su convivencia cotidiana y su propio ser le han enseñado a formarse tal y como es, Jesús se repite el refrán: médico, cúrate a ti mismo, y comprende mejor lo que su misión le exige: ofrecer la posibilidad de volver a nacer de nuevo.

Admirar el camino espiritual del Hermano Carlos de Jesús, o encontrar en él referencias que nos animen en nuestro propio caminar, no quiere decir que seamos sus seguidores, somos en realidad seguidoras y seguidores de Jesús de Nazaret. Pero lo que nos enseña Jesús de Nazaret con la totalidad de su ser y no sólo con las “enseñanzas” que podamos entresacar, o incluso “inventar” nosotros mismos manipulando sus muchas y a veces conflictivas imágenes, es que seguirlo a Él no consiste en seguir a otro distinto de nosotros mismos.

Jesús de Nazaret nos remite a nuestra propia identidad de Hijas e Hijos de Dios y hace efectiva toda la riqueza de vida humana y divina que se esconde allí mediante su opción por una eficacia eucarística. Lo admirable de una experiencia espiritual es reconocer en ella la manera como un hombre o una mujer entra en comunión profunda con su ser de Hija o Hijo de Dios, la forma como Dios brilla y se revela plenamente a sí mismo encarnándose en una identidad humana particular. Pero no se puede hacer de esa admiración el intento de vivir una experiencia espiritual propia usando el camino de otro, ni siquiera el camino de Jesús de Nazaret.

Es decir, en el camino de nuestro seguimiento Jesús de Nazaret no es otro, somos nosotros mismos, cada una y cada uno de nosotros. Y seguirlo a Él no consiste en “imitarlo”, consiste en ser lo que Él nos revela que somos. Los daños que puede causar un falso sentido de la imitación, los muestra bien el gran escultor Miguel Ángel cuando le preguntaron lo que pensaba acerca de los escultores que buscaban “imitarlo” y respondió: «Mi estilo está destinado a hacer muchos imbéciles».

En su sentido verdadero, la imitación de la que tanto habla el Hermano Carlos habría que explicarla más bien como lo hace la mística carmelita Isabel de la Trinidad: «Seamos para con Él una humanidad suplementaria en la cual pueda renovar plenamente su misterio». Fue éso lo que hizo el Hermano Carlos de Jesús con la totalidad de su vida, más allá de las muchas imágenes que a lo largo de su caminar espiritual él mismo pudo entender y proponer a veces como definitivas.

Carlos de Foucauld no terminó siendo el ser humano que le pareció que su vocación religiosa le exigía, no terminó siendo el ser humano que su propia voluntad, o inteligencia, o devoción, quiso que fuera: terminó siendo el ser humano que Dios necesitaba para «renovar en él plenamente su misterio». Y para lograrlo tuvo que abandonar en el camino, tal como lo hizo Jesús de Nazaret, todas las imágenes en las que sus límites humanos pretendieron encerrarlo, hasta morir completamente solo en medio del desierto, dando con su propio fracaso humano el paso hacia el interior de la eficacia eucarística.

«Cuando el grano de trigo que cae en tierra no muere, queda solo, si muere, da muchos frutos. Yo no he muerto, por eso estoy solo. Recen por mi conversión, para que muriendo dé fruto».

A partir de aquí vale la pena que acompañemos un poco al hermano Carlos en su lectura de Santa Teresa:

«… para comenzar con algún fundamento se me ocurrió considerar nuestra alma como un castillo todo de diamante o cristal muy claro, en el que hay muchas habitaciones, así como en el cielo hay muchas moradas. Si bien lo consideramos, hermanas, no es otra cosa el alma del justo sino un paraíso donde Dios tienen sus deleites.

Pues ¿cómo será la habitación donde un rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan lleno de todos los bienes, se deleita? No hallo yo cosa con la cual comparar la gran hermosura de un alma, y su gran capacidad. Nuestro entendimiento, por agudo que fuera, no logra comprenderla, porque Dios mismo nos dice que nos crió a su imagen y semejanza…

No es pequeña lástima y confusión que por nuestra culpa no nos entendamos a nosotros mismos, ni sepamos quiénes somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que le preguntaran a uno quién es y uno no se conociera, ni supiera quién fue su padre, ni su madre, ni cuál es su tierra?

Pues si esto sería gran bestialidad, es mayor aún la que hay en nosotras cuando no intentamos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos en nuestros cuerpos, y sólo porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos que tenemos alma. Pero sin considerar los bienes que puede haber en esa alma, y quién está dentro de ella, y su gran valor. Por eso tenemos tan poco cuidado en conservar su hermosura, todo se nos va en cuidar nuestra apariencia y lo que hay fuera del castillo…

(…) Hemos de ver pues cómo podemos entrar en tan hermoso y deleitoso castillo. Parece que digo un disparate, porque si este castillo es nuestra propia alma, claro está que no necesitamos entrar en él porque nosotros mismos somos el castillo. Igual desatino parecería decirle a alguien que entrara en una habitación estando ya dentro.

Pero tenemos que entender que va mucho de estar a estar. Hay muchas almas que se quedan en las afueras del castillo, donde sólo viven los guardianes. Y no les importa nada entrar, ni saben qué hay en tan precioso lugar, ni quién está dentro, ni cuántas habitaciones tiene.

… son las almas que no tienen oración como un cuerpo paralítico o tullido, que aunque tiene pies y manos no los puede mandar. Hay almas tan enfermas y acostumbradas a estarse en cosas exteriores, que no tienen remedio y parece que no pueden entrar dentro de sí mismas. Tienen tanta costumbre de tratar con las sabandijas y bestias que están en las afueras del castillo, que ya parecen una de ellas. Su naturaleza es muy rica y pueden tener conversación nada menos que con Dios, pero no lo entienden.

Si estas almas no procuran remediar su gran miseria, se quedarán hechas estatuas de sal por no volver la cabeza hacia sí mismas. Y, hasta donde yo puedo entender, la puerta para entrar en ese castillo es la oración.

…pensar que hemos de entrar en el cielo y no entrar en nosotros, conociéndonos y considerando nuestra miseria y lo que debemos a Dios y pidiéndole muchas veces misericordia, Es desatino…»

Carlos de Foucauld vivó su obediencia a Nazaret en dos direcciones complementarias. Una, que podríamos señalar como volver la cabeza hacia sí mismo: la entrada en el castillo interior de su propio ser. La expresa de esta manera: «Se hace el bien, no en la medida de lo que se dice o se hace, sino en la medida de lo que se es, en la medida en que Jesús vive en nosotros». Y la otra, que lo llama a vivir una solidaridad radical con los más pobres: «Yo creo que no hay palabra del Evangelio que me haya impresionado tanto y transformado más mi vida que ésta: «todo lo que hacen a uno de estos pequeños, es a mí que lo hacen».

Tal como él lo vivó, el camino hacia la solidaridad real y radical con los pequeños pasa no por la medida de su propia voluntad o deseo o lucidez humana, sino por la medida en que Jesús vive en él. Y ése es un proceso complejo y difícil que no se da de una sola vez y para siempre sino que construye en una lucha diaria, en una búsqueda permanente. Descubrir lo que Jesús, viviendo en él, haría frente a cada circunstancia de la vida, no es un interrogante que pueda responder repitiendo siempre una misma fórmula. Necesita, como en el Evangelio, saber sacar de él mismo, cada día, cosas viejas y cosas nuevas.

Todo esto podría tomarse como pura especulación espiritual, castillos en el aire. Sin embargo, si lo contemplamos con el telón de fondo de la actual realidad de nuestro país podemos percibir las dimensiones del llamado que se nos hace. El resultado de las últimas elecciones revela el deseo, la necesidad y la esperanza que tiene Bolivia de volver a comenzar de nuevo como país, corrigiendo las injusticias y deformidades de los últimos quinientos años de su historia. Un reto nada fácil teniendo en cuenta los enemigos internos y externos que deberá vencer en ese camino.


Los enemigos externos son fácilmente reconocibles porque forman un bloque muy bien organizado. El sistema económico neoliberal, las empresas transnacionales, el gran imperio del norte con sus poderosísimos medios tecnológicos y militares. También sabemos con claridad que sus armas incluyen la manipulación, el bloqueo, el engaño, la corrupción y la compra de conciencias, las imposiciones económicas desiguales, y en último caso el uso directo de su aplastante poderío militar.

Respecto a nuestros enemigos internos no podemos hacernos ilusiones fáciles. La esperanza de cambio, si no se sostiene en hombres y mujeres capaces de transformarse a si mismos, no pasará de ser una ilusión, un reacomodo superficial del escenario que a pesar de las buenas intenciones de algunos no logrará generar un desarrollo sostenible que mejore efectivamente las condiciones de vida de los más pobres.

Releyendo a Santa Teresa, junto con el Hermano Carlos, desde la realidad boliviana de hoy, podríamos decir que “sería desatino pretender entrar en el cielo de un país nuevo, sin entrar en nosotros para conocernos y considerar seriamente lo que debemos cambiar para ser mujeres y hombres nuevos, capaces de construir y sostener un nuevo país”.

No con el ánimo de ser aguafiestas, ni con el ánimo de ser profetas pesimistas, pero sí dejándonos iluminar por el caminar de otros cristianos en momentos y circunstancias pasadas de nuestra historia latinoamericana, es pertinente recordar aquí las palabras del sacerdote jesuita Xavier Gorostiaga, que participó directamente en todo el proceso de la revolución sandinista. Haciendo un repaso de las causas del fracaso de la revolución, y luego de reconocer la gran incidencia que tuvo la agresión y el bloqueo económico norteamericano, termina diciendo:

«…Sin embargo, considero que fue la inconsecuencia ética con los valores promulgados por la revolución popular sandinista, los que hicieron fracasar el intento: las luchas internas por el poder dentro de la dirección nacional; el personalismo de los dirigentes que buscaban el éxito de sus propios proyectos más que la consolidación de un proyecto alternativo; la lejanía creciente del pueblo y de los cuadros medios que provocó un aburguesamiento de la cúpula revolucionaria; la ideologización trasnochada en algunos dirigentes que no aceptaban el mercado como una realidad económica… la falta de respeto a las identidades campesina, indígena, y de la mujer y a la religiosidad popular…».

Al interior de la Familia Espiritual de Carlos de Foucauld, la Fraternidad de Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón busca ofrecer instrumentos que le permitan a quienes sean llamados por Dios a esa vocación, crecer de forma integral en una doble dirección.

Por un lado, ayudarlos a penetrar en la belleza y riqueza de su propio castillo interior, para reconocer y asumir gozosamente la hermosura de su alma, y su gran capacidad. Y, al mismo tiempo, permitiendo que Jesús viva en ellas y ellos, vivir una solidaridad eficaz con los pequeños, con los más pobres. Una solidaridad que no pueda ser derrotada de ninguna manera. Ese proceso de educación humana y espiritual pasa, en nuestro caso, por la obediencia a Nazaret.

Una obediencia que en contra de todas las lógicas humanas termina desembocando en la mayor de las libertades:

«Estoy siempre preparado. Vivo al día. Haré aquello que me parezca lo mejor, según las circunstancias. Vayamos ahora a donde podamos ir; cuando las puertas se abran en otra parte, allá iremos: a cada día le basta su pena; hagamos en el momento presente lo que mejor podamos hacer».

Sólo recorriendo ese camino podremos vencer en nosotros…la inconsecuencia ética… las luchas internas por el poder…el personalismo… la búsqueda del éxito de los propios proyectos más que la consolidación de un proyecto alternativo… la lejanía creciente del pueblo… el aburguesamiento… la ideologización… la falta de respeto a las identidades campesina, indígena, y de la mujer y a la religiosidad popular...