5.19.2006

Guía para Turistas


Han dicho que no se sabe por qué este pueblo tomó la decisión de taponar las puertas de sus templos y partió dándole la espalda a la sabiduría acumulada durante siglos y siglos de paciente observación y medición de las estrellas. Corre todavía el rumor de que eran gentes muy poderosas que llegaron a controlar fuerzas secretas y misteriosas de la naturaleza. Los estudiosos no se han puesto de acuerdo pero la hipótesis más plausible es la de la gran hambruna: el clima cambió, las fuentes de agua se secaron y se vieron forzados a partir. Una vez abandonado el centro ceremonial, los clanes vagaron por montañas y desiertos buscando lugares propicios para nuevos asentamientos y al fragor de la lucha inexorable por la supervivencia cotidiana toda su sabiduría se perdió.

Hay sin embargo otra hipótesis a la que yo me atrevo. La que dice que su decisión no fue forzada por ningún elemento externo sino que fue -¡quién lo creyera!- precisamente el culmen más alto de su sabiduría, la forma más plena que llegó a conocer ese pueblo de controlar las fuerzas secretas y misteriosas de la naturaleza. Esta hipótesis implica no sólo un cálculo mental y abstracto de probabilidades antropológicas, sino abrirse a la consideración de que los seres humanos quizá somos radicalmente otros. El hecho de que en determinado momento de nuestra evolución nos hayamos podido parcializar en un sentido equis, no quiere decir que dejáramos de ser una unidad en la que al lado de lo que ahora nos parece perfectamente lógico, se mantienen latentes, querámoslo o no, veámoslo o no, posibilidades de movimiento en sentidos ye o zeta que vistas con la lente de nuestra actual lógica pueden incluso parecer inhumanas o desquiciadas. Abandonar voluntariamente la seguridad y el bienestar de cómodas y macizas construcciones de piedra para vagar por desiertos y montañas, acosados por el frio y el hambre, y vivir ese abandono, con todas sus consecuencias, como un gesto de plena sabiduría, es algo que los seres humanos que somos hoy rechazamos con repugnancia... pero quizá es también algo que ese radicalmente otro que no hemos dejado de ser anhela con una atracción irresistible, no porque sea tan estúpido que le guste vagar por desiertos y montañas pasando hambre y frío, sino porque la vida que lo habita necesita restablecer un equilibrio y una armonía sin los cuales la muerte le copa cada vez más espacios. Los pueblos y los seres humanos que pierden el contacto con la aventura esencial de su supervivencia van camino de la muerte. Así las cosas no resulta tan ilógico partir sin mirar atrás dándole la espalda a la sabiduría acumulada durante siglos y siglos de paciente observación y medición de las estrellas, vagando por montañas y desiertos, soportando hambre y frio buscando lugares propicios para nuevos asentamientos...

La tierra es dura, árida, reseca, las grietas se multiplican como cicatrices, como si el rostro del mundo hubiera sido herido una y otra vez a lo largo de siglos incontables, y como si esas heridas se hubieran ahondado poco a poco buscando a quién sabe qué profundidades ese lugar secreto y azul en el que permanece dormida la madre de las aguas. Pero los habitantes de ese gesto silencioso, los hombres y mujeres que cosechan su pan en esos surcos, los testigos pacientes del milagro, saben, como solamente pueden saber aquellos a quienes se les ha negado la palabra, es decir, con sus entrañas, que lo que sucede en realidad no es muerte sino vida. Sepan hombres y mujeres de estas tierras, que son ustedes parte de la vanguardia, la luz de nuestra raza extraviada...

• Frank Michel, en Le Monde Diplomatique:

En la bolsa de los turistas encontramos de todo. Hasta esos «reality tours» que consagran el éxito de un turismo políticamente correcto. De moda, sobre todo en Estados Unidos, comercian con la miseria. Como Global Exchange, una asociación de San Francisco que se ha especializado en los viajes a los lugares de explotación y de conflicto del planeta. Su catálogo propone, entre otras, una exploración californiana por los centros de detención de menores; otra en las llanuras del centro donde pueden encontrar trabajadores «que garantizan la cestita de fresas y se ven afectados por la toxicidad de los pesticidas. Las secuoyas del norte de California, y la deforestación que amenaza al ecosistema, son objeto de otra investigación». En cuanto al programa «Beyond Borders», se trata de «tres días en la frontera mexicana que, por 500 dólares, permiten contactos directos con la población local, los inmigrantes clandestinos, la patrulla de fronteras, las organizaciones de derechos humanos. Sin olvidar la visita a las maquiladoras, esos talleres de confección situados en la frontera, y sin dejar a un lado tampoco la evocación de los problemas de contaminación».

Turismo malsano en el que los más miserables no son quizá los que se piensa... Esto me recuerda las palabras de un norteamericano que conocí en Mexico en 1987. Mientras me encontraba en Chihuahua, se supo la muerte de varios mexicanos clandestinos asfixiados en un vagón de tren transfronterizo. Y un turista estadounidense, sentado a la mesa de un restaurante, dejó escapar: «No se viaja gratis. Yo he pagado mi billete de avión para llegar hasta aquí».

• El turista comete el error de hacer amargos los sabores exóticos con su presencia molesta. Circulando, transportándose, se ve acusado de banalizar el mundo y de mitigar el deseo de recorrerlo. Llegaría, según sus detractores, hasta asesinar el sentido profundo del viaje, a fuerza de desacralizarlo...

• La mayoría de los turistas-viajeros tiene sed de horizontes nómadas y llevan buenas intenciones. Aunque a veces no sepan nada de lo que hacen, ignoran las consecuencias dramáticas de sus actos y subestiman el impacto de las huellas que deja su breve paso por aquella aldea retirada del planeta.

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