4.30.2006

Eficacia

Tenemos que llamar, atraer, si, pero por nuestra calidad, no por nuestra cantidad ni por el ruido que seamos capaces de hacer. ¿Cómo el espíritu le comunica a los otros nuestra calidad? Es imposible saberlo exactamente. Lo cierto es que nuestra desconfianza y temor nos empujan a afirmarnos primero en nuestra cantidad y en nuestros ruidos, porque al verlos y oírlos nos parecen reales, pero estamos llamadas y llamados a insistir en Ser, sobre todo en los momentos y lugares en que esa insistencia parece más estéril y vacía. Es allí donde mejor comulgamos con la aparente esterilidad y vacío de la eficacia eucarística de Jesús resucitado, que ya no hace nada por sí mismo sino que lo delega todo a su cuerpo místico. El contemplativo está llamado a delegarlo todo, mediante su Ser-Hacer eucarístico, de la misma manera que lo hace Cristo resucitado. Esa es su eficacia, su función en la Iglesia.

4.29.2006

Sor Isabel de la Trinidad

Sor Isabel de la Trinidad me fue revelada en Potosí. Y pienso que también nos fue dada como acompañante del Camino Espiritual de las Hermanas y Hermanos Laicos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld.

«Que el peso de su amor nos arrastre hasta esa feliz enajenación de que hablaba el Apóstol cuando exclamaba: “Ya no soy yo quien vivo, sino que Cristo vive en mí”. Ese es el ensueño de mi alma de carmelita (...) Yo no ceso de rogar que lo realice plenamente en nosotros. Seamos para con Él una humanidad suplementaria en la cual pueda renovar plenamente su misterio. Le he pedido que venga a mí como Adorador, como Reparador, y como Salvador; no hallo palabras para expresar la paz que siente mi alma al pensar que Él suple a mis impotencias y que si caigo a cada paso, Él está a mi lado para levantarme y arrebatarme más allá, hasta Él, a lo más hondo de esa divina Esencia en la que moramos ya por la gracia y donde quisiera yo engolfarme en tales profundidades que nada sea capaz de sacarme de allí. Allí me estoy en silencio para adorar a Aquél que de modo tan divino nos amó.»

No saber cómo reaccionar ante la caída a cada paso en las propias impotencias, es lo que nos hace salir del camino. La ciencia está en aceptar la caída y reconocer que Él suple a mis impotencias... Él está a mi lado para levantarme y arrebatarme más allá, hasta Él, a lo más hondo de esa divina Esencia en la que moramos ya por la gracia. Y después, quedarse allí en silencio para adorar a Aquél que de modo tan divino nos amó. Hacerse literalmente a un lado para no ser ya nosotros quienes vivamos en esas impotencias, sino que Cristo viva allí, de manera eucarística, su Ser de Adorador, de Reparador y Salvador. Esa es la única manera de volver a ponernos de pie.

Las Hermanas y Hermanos Laicos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld, están llamadas y llamados a encontrar su lugar, su «Allí», y permanecer en silencio, ignorándose a si mismos, siendo para con Él una humanidad suplementaria en la cual pueda renovar plenamente su misterio.

4.27.2006

No hacer nada especial

Quizá el trabajo sea desarrollar una pedagogía contemplativa capaz de propiciar en otros el descubrimiento de que «La contemplación no está ciega, pero no es meramente una visión, un testigo. Es también acción. Es la construcción del templo en el cual se realiza la realidad. Nosotros somos espectadores, actores y autores de la realidad -no cuando estamos solos- aislados, sino cuando somos todos uno, integrados. Un camino hacia esta integración y un resultado de la misma (el upaya anupaya, el “camino sin camino”, el “no hacer nada especial” del Sivaismo de Cachemira) es mirar los pájaros y observar los lirios» (Raimond Panikar). La única manera de Ser realmente quienes somos, es decir, de hacer lo que nos corresponde hacer, es Ser los constructores del templo en el que se realiza la realidad. No somos dioses, no podemos comprender ni manipular lo que sucede en el interior sagrado del templo, pero, irónicamente, nuestra condición de Hijas e Hijos de Dios nos coloca más arriba, nos impone la responsabilidad de construir ese templo. Si no asumimos esa construcción no puede suceder de ninguna manera lo que nos debe suceder, es decir, no construimos nuestro Ser ni aportamos a la construcción de la realidad de acuerdo al proyecto de Dios. Tenemos una dignidad divina, somos responsables de construir aquello a lo que debemos obedecer. No hay contradicción: construimos con nuestros inevitables sentidos divinos y obedecemos con nuestra, también inevitable, realidad humana. El método es no hacer nada especial: Nazaret. Pero transformar nuestra mentalidad maleducada, sanar nuestra visión enferma, desmontar la gran apariencia de nuestros muchos “afanes y quehaceres” para convertirnos al hecho de que no hacer nada especial es el camino que nos lleva a la realización más plena como seres humanos y como Hijas e Hijos de Dios, es una tarea descomunal. Tan difícil como convencer a alguien que no ha abierto nunca sus párpados de que con ese solo gesto descubriría un mundo nuevo, preñado de luz y de colores. Construir, cambiar, hacer una revolución, son actos que sólo puede realizar alguien que es, además de espectador y actor, Autor de la realidad. O sea que, luego de afirmar primero en mí mismo mi propia identidad de Autor, de afirmarla cada día, debería aprender a ofrecerme, mostrarme de tal manera que quien quisiera leer en mí esa Luz tuviera por lo menos un margen aceptable de posibilidades de hacerlo.... A menos que todos aprendamos a recorrer el camino sin camino, el no hacer nada especial, a vivir Nazaret, será completamente imposible ser todos uno, integrarnos. Pero aquí hay algo que aclarar. Desde el punto de vista técnico, digamos, psicológico, es muy sano percibir el valor de no hacer nada especial como base común sobre la cual construir una sana y distensionada convivencia con los otros. Es claro que si desmontamos la coraza con la que nos cubren todas esas cosas “especiales” que se nos ha enseñado que son indispensables para acceder a nuestra plenitud y “desarrollo”, nuestras relaciones con los otros tendrían una posibilidad mucho mayor de no estancarse en estadios agresivos y de competencia. Pero Nazaret no es sólo eso, es algo más, es la revelación del medio ambiente en el cual nos es posible reconocer y vivir nuestra dignidad de Hijos e Hijas de Dios. Es el lugar al mismo tiempo humano y divino donde se nos hace un don, el lugar indispensable en el que la gracia de Volver a nacer del Agua y del Espíritu puede hacerse efectiva en nosotros.

4.26.2006

El peor obstáculo

En el momento en que dejamos que sean nuestros compromisos los que nos decidan, justo ahí, le cerramos las puertas al Espíritu. Sin embargo, el Espíritu no puede darnos vida por fuera de nuestros compromisos. Por eso Él Es y no lo podemos explicar. Nos hace divinos y no simplemente humanos, nos permite pasar por nuestras inevitables esclavitudes sin que eso impida que seamos llevados hasta la libertad que su voluntad desea para nosotros. Por eso es en los ciegos en quienes el Espíritu puede desarrollar mejor los sentidos espirituales más profundos, porque no deben invertir tanto tiempo y energía luchando contra las apariencias que genera el sentido de la vista. Ver es nuestro peor obstáculo.

4.25.2006

El Viento...

El viento sopla donde quiere y tú oyes su silbido;
pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.
Así le sucede al que ha nacido del Espíritu
(
Jn 3, 8)

La gran tentación de quien ha nacido del Espíritu es renunciar a su propia incertidumbre, instalarse. No saber de dónde viene ni a dónde va lo condena a vivir sometido permanentemente a la acción de vientos cruzados e inclementes que le van tallando un rostro nuevo cada día. En su metamorfosis cotidiana atraviesa muchas veces la etapa de monstruo, pero son monstruosidades necesarias, son lo que se espera de él en ese momento. No sabe muy bien para qué, y no tiene mucho tiempo para averiguarlo, porque cuando intenta responder ya ha sido empujado y comienza a ser otro. Los seres humanos y los pueblos necesitan monstruos para despertarse. Y en el campo de las sociedades espirituales sucede lo mismo, los santos y santas son esos monstruos necesarios que despiertan al ser espiritual de su letargo. El santo debe ser en todo lugar una fuente de gracia, es decir, su sola presencia debe bastar para que las puertas y ventanas se abran y el viento que no se sabe de dónde viene ni a dónde va pueda entrar con ímpetu y desordenarlo todo... restablecerlo todo. La medida de nuestra santidad es la medida de nuestra eficacia, pero como esa medida es la medida de un don que no podemos apreciar nosotros mismos, siempre cabe esperar que el Espíritu esté haciendo en nosotros un trabajo mejor que nuestras mejores evidencias. Esperar y soltarse, ofrecerse; esperar y estar ahí sin perder la conciencia de la santidad a la cual hemos sido llamados y llamadas. El santo está condenado a creer en el vértigo que lo empuja y debe dejarse conducir con los ojos cerrados sin abrigar la ilusión de que algún día, en alguna parte, le será concedido el reposo. Su único reposo es su caída y el equilibrio posible para él debe buscarlo mientras su propio peso lo hunde más y más en el vacío. La santidad no se gana tanto en las batallas como ocupando con confianza los espacios vacíos; el santo es un hombre o una mujer ciento por ciento de acción, pero su acción se desarrolla justamente en los lugares de la realidad que no son accesibles a los ojos humanos. Halla su lugar en alguna cueva profunda del misterio humano y jamás lo abandona, lo lleva a todas partes como un signo inscrito con fuego en el centro de su frente; es esclavo de la mirada que le es posible desde allí, se repite incesantemente, tiende a llenar el universo con el secreto que le fue revelado en esa cueva donde se le dio la oportunidad de volver a nacer. Es el único que puede ser también la otra mitad de sí mismo, por eso es el único que ofreciendo tinieblas es luz, y ofreciendo luz es tinieblas.

Potosí: La Anunciación

La niña violada rompe para siempre el corazón de Dios, por eso, al entrar Cristo al mundo dice: tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, sino que me has preparado un cuerpo. (Hb. 10, 5) Es en el cuerpo donde el Hijo debe saber y reparar. Tiene que bajar a los infiernos. ¿Y qué puede hacer cuando llega, cuando sabe, cuando se le permite saber en carne propia?
Nada.
Nada.
Nada.
Callar y ofrecerse.
No lo sabe en realidad, no puede saberlo.
Tiene que morir y morir es no-saber,
ser arrancado de todo.

Los ojos de la niña violada llaman a Dios sin mirarlo de frente,
y a Él le da vergüenza.

Quiere renunciar a sí mismo para ejercer el derecho a la venganza,
pero la venganza no le sirve de nada a la niña de la cual se ha enamorado.

Ella lo mira y se esconde.

¿Qué puede hacer con los pedazos de su corazón?
Quiere ponerse de rodillas y decirle algo,
pero ella tiene tanto miedo,
tanto miedo,
tanto miedo...

Tiene que salirle al paso a ese dolor insoportable que lo llama, encarnarse.

Él ama a esa niña y quiere que sea su Madre,
pero no puede,
ni siquiera a Él se le permite anular un dolor tan grande.

Ten misericordia, le dice,
perdóname,
pero ella siente que su culpa es tan grande
que no tiene derecho a perdonar a nadie,
ni siquiera a Él que no ha cometido ningún pecado
y que jamás lo cometerá.