6.12.2006

Contar con el otro

Llega un momento en la vida en que hay que tomar la opción de contar o no contar en Verdad con el otro. Suena tonto porque uno tiende a instalarse en la supuesta certeza que da una larga convivencia. No se dice así, pero se sobreentiende, que si vivo con otro, tengo hijos con otro, duermo con otro… etc, etc, el resultado final de esa sumatoria es que cuento con el otro y el otro cuenta conmigo. Error. Craso error. La opción de contar o no contar con alguien va más allá de toda posible sumatoria humana, es una opción que toca los niveles más profundos de nuestro ser espiritual. No podemos contar con el otro en el terreno de sus características y dimensiones humanas, es una ilusión, sólo podemos contar con el otro en el terreno de sus características y dimensiones divinas. Es en Dios donde una convivencia humana puede ir más allá de una simple sumatoria de actos humanos y transformarse en comunión espiritual. Y para que eso sea posible hay que pasar por el trago amargo de soltar, de soltarse completamente a uno mismo y de soltar completamente al otro. Es el suceder del otro en Dios el que me permite llegar hasta él, a través de mi propio suceder en Dios. No existe ninguna forma de convivencia humana, todos los caminos conducen a la castidad entendida como la entrega exclusiva al absoluto de Dios. No hay otra forma de permanecer en nosotros mismos, otra forma de SER. Optar por recorrer el camino que me conduce hasta otro consiste en optar por dedicarme exclusivamente a plenificar mi condición de hijo de Dios, y si en ese camino es voluntad de Dios que llegue hasta un otro que Él haya escogido para mi, voy a ser conducido hasta él. Para decirlo de una manera más práctica: no hay una mirada humana capaz de identificar cuáles son en Dios nuestra esposa y nuestros hijos; los parentescos espirituales, los que cuentan en Verdad, sólo podemos vivirlos al interior del misterio de la Comunión de los Santos. ¡Qué Dios nos de su gracia para transitar esos abismos! Estamos en sus manos (¡es en serio!), no hay de otra. Y la muerte es el paso porque es la única forma de soltarse completamente a uno mismo y de soltar completamente al otro.

Esa muerte que le da paso a la vida espiritual del otro implica inevitablemente una decepción. Es una muerte que se nutre de la aceptación de que es inútil esperar respuesta. Ningún ser humano es capaz de llenar el hueco que ocupa la sed de otro ser humano. Pero es a partir de esa decepción -tan dolorosa como grande sea la sed- que se puede empezar a transitar el camino hacia Dios en la espera de que el otro (el otro que si es capaz de llenar el hueco que ocupa nuestra sed) nos sea dado. Es la Gracia de Dios actuando en el otro la que a través de su realidad humana concreta y limitada me responde, por eso, de lo que tengo que apropiarme para no dejar escapar la respuesta, no es del otro, es de la Gracia que lo ha elegido a él para responderme. Una relación humana tiene sentido espiritual sólo si cada uno asume al otro como canal de respuesta de la Gracia de Dios a las aspiraciones Reales (es decir: divinas) de su SER.

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