4.25.2006

Potosí: La Anunciación

La niña violada rompe para siempre el corazón de Dios, por eso, al entrar Cristo al mundo dice: tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, sino que me has preparado un cuerpo. (Hb. 10, 5) Es en el cuerpo donde el Hijo debe saber y reparar. Tiene que bajar a los infiernos. ¿Y qué puede hacer cuando llega, cuando sabe, cuando se le permite saber en carne propia?
Nada.
Nada.
Nada.
Callar y ofrecerse.
No lo sabe en realidad, no puede saberlo.
Tiene que morir y morir es no-saber,
ser arrancado de todo.

Los ojos de la niña violada llaman a Dios sin mirarlo de frente,
y a Él le da vergüenza.

Quiere renunciar a sí mismo para ejercer el derecho a la venganza,
pero la venganza no le sirve de nada a la niña de la cual se ha enamorado.

Ella lo mira y se esconde.

¿Qué puede hacer con los pedazos de su corazón?
Quiere ponerse de rodillas y decirle algo,
pero ella tiene tanto miedo,
tanto miedo,
tanto miedo...

Tiene que salirle al paso a ese dolor insoportable que lo llama, encarnarse.

Él ama a esa niña y quiere que sea su Madre,
pero no puede,
ni siquiera a Él se le permite anular un dolor tan grande.

Ten misericordia, le dice,
perdóname,
pero ella siente que su culpa es tan grande
que no tiene derecho a perdonar a nadie,
ni siquiera a Él que no ha cometido ningún pecado
y que jamás lo cometerá.