2.02.2007

Camino Espiritual de las Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld

Vocación

“Lo que yo busco en este momento no es un grupo de almas que entren en un marco de vida prefijado para llevar estrictamente un género de vida bien delimitado... No, actualmente lo que busco es un alma de buena voluntad, que quiera compartir mi vida, en la pobreza, la oscuridad, sin ninguna regla fija, siguiendo su llamada, como yo sigo la mía...” (Carlos de Foucauld. Dic 3/1905)


1. Las Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld, están llamadas y llamados a reconocer en sus vidas la presencia y la acción misericordiosa de Dios, Señor de lo imposible, capaz de sanar todas las heridas y hacer que los últimos, según las razones humanas, sean quienes más cerca estén de su corazón y ocupen los primeros puestos en el banquete del Reino.

Reconocen la riqueza de vida infinita que han recibido gratuitamente por ser hijas e hijos de Dios, que nada ni nadie les podrá quitar.

Acogen y celebran esa riqueza de vida que gratuitamente se les da y afirmándose en ella, sin hacer ningún caso de sus propios límites y defectos humanos, la ofrecen a los demás, gritándola con toda su vida, para que ellos puedan también reconocerla y ser felices como el corazón de Dios desea que lo sean.

2. La vida escondida que eligió Dios vivir en Jesús de Nazaret, les invita a reconocerse también como habitantes de ese Nazaret santificado por la presencia silenciosa y discreta de Dios encarnado.

3. Acogen el don de su propio Nazaret santificado y lo santifican ellos mismos por su comunión con ese gesto amoroso de Dios en la Encarnación.

4. Se abren al deseo de Dios que quiere vivir en sus corazones los mismos sentimientos que vivó el Corazón de Jesús en Nazaret.

Por eso buscan estar presentes, como Él lo estaría, en medio de todas las situaciones personales, familiares y sociales que les corresponda vivir.

5. Se niegan a sí mismos, como Dios se negó a sí mismo en Jesús de Nazaret, no por debilidad, o piedad, o moralismo, sino para afirmar en ellos la fertilidad de las hijas y los hijos de Dios.

6. Acompañan a su Hermano Mayor, Jesús, en su camino, que no es camino de esclavitud, debilidad y muerte, como puede parecerle a los ojos humanos, sino camino de liberación, de poder y de vida.

7. Y llegan con Él hasta la mesa de su Última Cena, y ofreciendo allí junto con Él el pan y el vino de sus propias vidas, todo lo bueno y todo lo malo que pueda haber en ellas, aceptan pasar por la Cruz y por la Muerte para transformarse en Eucaristía y darle a sus vidas una plenitud y una eficacia divinas.

Los que fuimos sumergidos por el bautismo en Cristo Jesús, fuimos sumergidos en Él para participar de su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con Cristo para compartir su muerte, y así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, también nosotros hemos de caminar en una vida nueva. (Rom 6, 4-5)

8. Las Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld están llamadas y llamados no a “tener” fe sino a vivir de ella:

“El que vive de la fe tiene el alma llena de pensamientos nuevos, de nuevos gustos, de nuevos juicios; son horizontes nuevos los que se abren ante él (...) comienza necesariamente una vida totalmente nueva, opuesta al mundo, al que sus actos le parecen una locura (...) el camino luminoso por donde anda no aparece a los ojos de los hombres, les parece que quiere caminar en el vacío, como un loco...” (Carlos de Foucauld. Nazaret Nov 9/1897)

9. Se esfuerzan por llevar una vida totalmente nueva, opuesta al mundo, por transformar su Ser en Eucaristía, para dar testimonio de que allí donde los límites humanos dicen que no hay nada, hay en realidad un camino luminoso que se puede transitar.

10. No pueden hacer visible el camino por el que avanzan porque sólo se puede ver desde el interior de una experiencia de fe, pero su vida, que puede parecer una locura, si puede despertar en los otros el gusto por algo que está más allá y que hace posible la vida en el centro mismo de la muerte.

11. Para ellas y ellos Ser Eucaristía es la respuesta definitiva de Dios a todas sus búsquedas humanas.

Pero no es una respuesta teórica sino una invitación a ponerse de rodillas, porque lo que Dios les propone no es que “comprendan” sino que asuman, que multipliquen la eficacia eucarística sobre el mundo mediante el ofrecimiento eucarístico de sus propias vidas.

Ámense los unos a los otros como yo los he amado... Jn 13, 34

12. Este ofrecimiento eucarístico de sus vidas los invita a vivir en cada uno de sus encuentros humanos, a la manera de la Virgen María, el gozo de saber que son sus propias entrañas las que acogen y comunican al Salvador.

13. No tratan primero de creer en la eucaristía, ni de adorar la eucaristía, ni de asistir a la celebración de la eucaristía, sino que se esfuerzan por Ser ellos mismos eucaristía.

Por creer en ella, adorarla y celebrarla en su manera de vivir los acontecimientos que la vida les impone, como seres humanos resucitados que han empezado ya una vida nueva.

Participan con gozo y fe, en la celebración y la adoración de la eucaristía que Cristo resucitado vive en su cuerpo místico, la Iglesia.

14. Como hijas e hijos se dejan alimentar por el magisterio de la Iglesia y velan junto con ella haciendo caso de la interpelación de Jesús en el Huerto de Getsemaní: ¿Cómo pueden dormir? Levántense y oren para que no caigan en la tentación. (Lc 23, 46)

15. El fruto que están llamados a dar no es una construcción exterior a ellos mismos. Su seguridad y su felicidad nacen de saber que lo que está sucediendo en sus entrañas es YA el fruto.

16. Se vacían de sí mismos en un gesto de confianza total y colocan toda su vida en las manos de Dios para que sea Él quien les indique su lugar.

Y cuando están allí, en el lugar donde han sido llevados por el Espíritu, dejan que su Ser sea su eficacia, se ocupan de lo fundamental, el Reino de Dios y su Justicia, y esperan que el resto se les dé por añadidura.


Misión

“Nada de raro ni de extraordinario encontrará usted en el padre De Foucauld, sino una fuerza irresistible que empuja, un instrumento duro para una ruda tarea (...) firmeza, deseo de ir hasta el final en el amor y en la entrega, de sacar todas las consecuencias, nunca desánimo, nunca (...) todas las objeciones que se le ocurren, ¡cuántas veces se me han ocurrido¡ Sólo me he rendido ante la experiencia, y tras largas pruebas (...) ¡Déjele ir y vea¡”
(P. Huvelín. Ag 25/1901)

17. Las Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld son llamadas y llamados a ponerse de pie en el Nazaret en el cual la vida los haya criado y anunciar que el Espíritu de Dios está sobre ellos y los ha ungido para llevar buenas noticias a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos, para devolver la vista a los ciegos, para liberar a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19).

18. Viven todos los acontecimientos de su vida personal, familiar y de su pueblo, esforzándose por ser testigos agradecidos de la manera como Dios sana todas las heridas y construye la vida en medio de la muerte.

Pero no sólo se esfuerzan en ser testigos sino que hacen todo lo que pueden hacer, usando al máximo sus talentos humanos, para afirmar y fortalecer esa construcción sanadora y liberadora de Dios, luchando permanentemente contra la tentación de creerse ellos mismos los constructores.

19. No olvidan nunca que como hijos e hijas de Dios son plenamente responsables y deben tomar todas las iniciativas que estén a su alcance para construir un mundo en el que efectivamente los últimos sean los primeros, tal y como sucede en el corazón del Padre, y como debe suceder en su propio corazón de Hermanas y Hermanos Laicos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld.

20. Hacen todo lo humanamente posible pero como su vocación no los llama a una eficacia solamente humana sino eucarística, viven un proceso constante, individual y comunitario, de discernimiento y educación espiritual, que les permita dejarse conducir y modelar por la sabiduría divina.

21. Se abren a las novedades del Espíritu que puede construir, sanar y liberar de formas que a ellas y ellos mismos les pueden parecer humanamente incomprensibles.

22. No buscan intencionalmente ningún tipo de fracaso o de ineficacia humana, pero no evitan en su camino con Jesús de Nazaret el paso doloroso y oscuro de la Cruz, de la semilla que debe morir para dar fruto.

23. Su vocación los empuja a buscar con pasión en cada hecho de su vida personal, familiar y de su pueblo, la forma concreta de vivir su obediencia eucarística, porque saben que es así como pueden participar eficazmente en la construcción del Reino de Dios.

24. Una obediencia eucarística que inevitablemente pasa por la negación de sí mismos, y que los llevará a asumir actitudes que vistas desde fuera de una experiencia de fe pueden parecer negligencias, infidelidades o cobardías.

25. A pesar de todas sus inevitables contradicciones y vacilaciones humanas, intentan no quedarse nunca a medio camino. Su obediencia eucarística los empuja, como al Hermano Carlos, a buscar una manera de ir siempre hasta el final en el amor y en la entrega, de sacar todas las consecuencias.

26. Su testimonio, su Ser que busca adecuarse cada vez más al ritmo y a la manera como Dios construye, hace que sin salir del mundo no sean del mundo y con su presencia defiendan de la acción del maligno el corazón de todas las situaciones en las que deban intervenir. (Jn 17, 14-15)

27. Quizá muchas veces la necesidad de sobrevivir y sostener a sus familias les obligue a participar en iniciativas y trabajos humanos que les impidan cualquier forma de expresión de su fidelidad profunda al ritmo y a la manera como Dios construye.

Tal vez tengan que asumir condiciones de trabajo y de vida abiertamente injustas y opresoras, en medio de las cuales no podrán hacer nada distinto a callar y obedecer.

En esas circunstancias extremas están llamados y llamadas a transformar su impotencia en misericordia.

Su respuesta será la misma que la de Jesús de Nazaret ante la cadena de injusticias con las que fue llevado hasta la cruz. Aparentemente se calló, se resignó, no luchó, pero en realidad estaba enfrentando y derrotando al mal, no en sus manifestaciones externas sino en su raíz: el corazón del hombre.

Desde la condición de víctima torturada y condenada injustamente, y ante la ceguera de quienes lo interpelaban diciendo: ya que salvó a otros que se salve a sí mismo (Lc 23, 35) pidió perdón por sus verdugos porque no sabían lo que hacían (Lc 23, 34).

28. Por eso, aún en medio de sus inevitables luchas por obtener para ellos, para sus familias y para su pueblo condiciones de vida más dignas y justas, ofrecen sus vidas para que Dios vuelva a demostrar en ellas, como lo hizo en la vida de Jesús de Nazaret, que el extremo del amor, la justicia, no podrá ser nunca el resultado de cálculos y organizaciones humanas sino el resultado de la misericordia.

29. En el secreto más íntimo de su propio ser, al interior de sus familias y caminando codo a codo con su pueblo, deben tener el coraje de anunciar como Buena Noticia, lo que a los ojos humanos parece ser el silencio y la impotencia de Dios ante el mal del mundo.

30. Pero todo su ser debe también dar testimonio de que su comunión con ese aparente silencio e impotencia de Dios los hace plenamente humanos y felices, aun viviendo en medio de circunstancias profundamente inhumanas y dolorosas.

Pueden llegar a ser destruidos pero no pueden ser alcanzados por la muerte. Su destrucción no es un regreso a la nada ni una claudicación ante el mal. Es el paso de la semilla que con su muerte hace posible la fertilidad.


“El Padre me ama porque yo mismo doy mi vida,
y la volveré a tomar. Nadie me la quita, sino que yo mismo
la voy a entregar. En mis manos está el entregarla, y también el recobrarla...” (
Jn 11, 17-18)

31. Su Misión es defender la vida y la cumplen no porque sean especialmente fuertes, o porque tengan una sabiduría humana que les diga cómo hacerlo, sino porque dejan que en ellos suceda de manera gratuita tal y como Dios lo desea, porque no la estorban, porque son dóciles al camino misterioso que ella usa para circular en medio de la muerte y repetir el milagro de la fertilidad.

32. Perseveran porque saben que:

“En el momento en que Jacob está de camino, pobre, solo, cuando se acuesta en la tierra desnuda, en el desierto, para descansar tras un largo camino a pie, en el momento en que está en esa dolorosa situación del viajero aislado, en medio de un largo viaje en país extranjero y salvaje, sin refugio, en el momento en que se halla en esa triste condición es cuando Dios lo colma de favores incomparables...”
(Carlos de Foucauld)


Oración

“Todo lo que no es la simple adoración del Amado, lo veo de tal modo igual a cero, que se me caen las manos apenas dejo el pie del sagrario”. (Carlos de Foucauld)

33. Las Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld, en su camino de oración están llamadas y llamados a llegar al extremo de percibir con el Hermano Carlos que la simple adoración del Amado es no sólo la fuente que alimenta todas sus acciones, sino la acción humana más eficaz que pueden realizar.

Y es acción porque después de haber amado a los suyos que están en el mundo, son empujados a amarlos hasta el fin, y es en el silencio y en la quietud de la adoración, cara a cara con Dios, sin ningún intermediario, donde pueden llevar a cabo el hundimiento definitivo de su Ser en el misterio de la eficacia del amor divino.

34. La eficacia del amor divino es la que desarrolla su Ser de hijas e hijos de Dios, y los hace capaces de participar eficazmente en la construcción del Reino de Dios y su justicia en el mundo.

“Yo soy muy feliz; no me alejo apenas del Sagrario: ¿Qué puedo desear más y encontrar mejor? La soledad no me pesa para nada, al contrario, me resulta muy dulce, tan dulce que si buscara mi consuelo, no la rompería jamás”. (Carlos de Foucauld)

35. Se alimentan con el cuerpo y la sangre de Jesús que a través de la celebración de la eucaristía en la Iglesia el mismo Jesús les ofrece cada día, y piden allí la gracia de ser fieles a su vocación de ser ellos mismos eucaristía en medio del mundo.

36. En el silencio y en la quietud de la adoración eucarística se realiza en ellas y ellos la misma transformación que se llevó a cabo en Jesús de Nazaret luego de entregarse a sí mismo, su cuerpo y su sangre, para ser comido y bebido por sus discípulos.

Pero no llegan allí por pura creencia o devoción sino que son conducidos por el Espíritu. Él reconoce que ellas y ellos acogen su vocación, y tienen el deseo sincero de ser fieles a la misión a la cual se los envía.

No llegan a ponerse de rodillas ante el Sagrario con las manos vacías, sino llevando su realidad humana de cada día molida, amasada y hecha pan por la fidelidad a su opción de Ser eucaristía.

37. Su oración es una forma de expresar que su manera propia de comulgar con el cuerpo y la sangre de Jesús es haciéndose ellos mismos materia consumible y bebible.

Aceptan dar en la fe ese paso que los hunde en una oscuridad inexplicable, y se vacían de sí mismos para que Dios los utilice como le plazca y sirvan a su proyecto de inundar con misericordia todos los rincones de las realidades humanas, y del universo entero.

38. Quien se vive a sí mismo como eucaristía no puede “hacer” oración: Es oración.

Quien “hace” oración realiza un esfuerzo voluntarioso para salir de sí mismo y dirigirse a un objeto exterior.

En cambio, quien Es oración se acepta plenamente, acepta con gusto su realidad de hija o hijo de Dios, no lucha consigo mismo sino que suelta su humanidad, con absoluta confianza, en las manos de Dios, que espera solamente un si para intervenir y derramar abundante gracia.

Y con la nueva mirada de fe que la gracia recibida despierta en ellas y ellos, saben reconocer en cada realidad, oscura o luminosa, feliz o sufriente, un sagrario que los invita a ponerse de rodillas y adorar.

39. En su oración aprenden a reconocerse y aceptarse a sí mismos, a sus familias, y a su pueblo, como habitantes de ese Nazaret santificado por la presencia silenciosa del Dios encarnado.

Y se disponen para regresar a sus vidas cotidianas a responder amor con amor, dejándose conducir por el Espíritu que quiere que ellas y ellos se encarnen en su propia realidad de la misma manera y con la misma eficacia que Jesús en Nazaret.

40. La unidad entre su fe y su vida es una responsabilidad que toca desde luego todas sus opciones y responsabilidades humanas, pero en última instancia es un misterio que sólo la voluntad de Dios conoce y puede realizar.

Por eso su oración es una solicitud permanente de luz, un esfuerzo de discernimiento, pero también es una forma de aceptación, dolorosa y gozosa al mismo tiempo, de todo aquello que siendo voluntad de Dios contradiga sus luces y sus opciones humanas.






2 comentarios:

Daniel Mercado dijo...

Amigos:
Me alegra mucho haber encontrado su blog. Yo intento mantener el mío en actividad y espero que un día hagamos una rede de blogs católicos. Felicidades.

Jorge Luis Gonano dijo...

Hola bien he leído los comentarios que ponéis y me parecen oportunos y acertados, no asi la eleccion de la plantilla de vuestro blog, a mi entender deberían cambiarla para que sea un poco más atractiva e interesante de mirar, en internet al principio se sigue la imagen, los colores suabes, las formas, etc. Es mi sincera opinión, los coleres están bien, el formato no es el adecuado, incluso para buscar el archivo del blog al final dificulta así el interés por el blog. Saludos amigos. PAX ET BONUM.