7.23.2007

Viajeros...


«Los viajes son los viajeros.

Lo que vemos no es lo que vemos,

Sino lo que somos»




En una pared del centro de Cochabamba alguien escribió este graffiti: «La confusión es clarísima, tenemos que solucionar la crisis». En sintonía con este graffiti y respondiendo al tema de nuestro encuentro: «Ser contemplativo hoy en la realidad de Bolivia», Carlos de Foucauld hubiera podido escribir en una pared vecina su propia versión contemplativa: Es la gracia de Jesús la que lo hace todo, pero, aunque hay que contar con ella, hace falta también encontrar los medios que nos parezcan adecuados.


En este primer párrafo está dicho todo, pero para que los científicos no se sientan ofendidos démosle también la oportunidad de hablar:


«En la última década, ha aparecido un “movimiento” intelectual y académico denominado “transdisciplinariedad”, el cual desea ir “más allá” (trans), no sólo de la unidisciplinariedad, sino también, de la multidisciplinariedad y de la interdisciplinariedad. Aunque la idea central de este movimiento no es nueva, su intención es superar la parcelación y fragmentación del conocimiento que reflejan las disciplinarias particulares y su consiguiente hiperespecialización, y, debido a esto, su incapacidad para comprender las complejas realidades del mundo actual, las cuales se distinguen, precisamente, por la multiplicidad de los nexos, de las relaciones y de las interconexiones que las constituyen.


Las realidades del mundo actual se han ido volviendo cada vez más complejas. A lo largo de la segunda parte del siglo XX y, especialmente, en las últimas décadas, las interrelaciones y las interconexiones de los constituyentes biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales y ecológicos, tanto a nivel de las naciones como a nivel mundial, se han incrementado de tal manera, que la investigación científica clásica y tradicional se ha vuelto corta, limitada e insuficiente para abordar estas nuevas realidades. Han revelado su insuficiencia, sobre todo, los enfoques unidisciplinarios o monodisciplinarios, es decir, aquellos que, con una visión reduccionista, convierten todo lo nuevo, diferente y complejo, en algo más simple y corriente, quitándole su novedad y diferencia y convirtiendo el futuro en pasado. De esta manera, se cierra el camino a un progreso originario y creativo, y se estabiliza a la generación joven en un estancamiento mental.


En las últimas décadas, en efecto, un limitado número de académicos ha enfrentado este problema, en las universidades más progresistas del planeta, iniciando, primero, unos estudios multidisciplinarios, luego, estudios interdisciplinarios y, finalmente, estudios transdisciplinarios o metadisciplinarios; es decir, estudios que ponen el énfasis, respectivamente, en la confluencia de saberes, en su interacción e integración recíprocas, o en su transformación y superación.


El acometer esta tarea no es cosa fácil. Tiene dificultades de muy diversa naturaleza. La primera y más importante de todas es la referida al lenguaje. Las realidades nuevas no pueden ser designadas o nombradas con términos viejos, pues, al hacerlo, se pierde la comprensión y la comunicación de su novedad y, sencillamente, ¡no nos entendemos! Esto es lo que le pasó a los físicos, a principios del siglo XX, al descubrir toda la dinámica de la mecánica cuántica, irreducible a los términos de la física newtoniana anterior. Necesitamos acuñar términos nuevos, o redefinir los ya existentes, generar nuevas metáforas que revelen las nuevas interrelaciones y perspectivas, para poder abordar estas realidades que desafían nuestra mente inquisitiva. Y no sólo los términos para designar partes, elementos, aspectos o constituyentes, sino, y sobre todo, la metodología para enfrentar ese mundo nuevo y la epistemología en que ésta se apoya y le da significado, lo cual equivale a sentar las bases de un nuevo paradigma científico.» [Miguel Martínez Mígueles. Transdisciplinariedad: un enfoque para la complejidad del mundo actual]


¡Quién creyera entonces lo cerca que estamos hoy los contemplativos de los científicos! Aprovechando ese parentesco y aceptando la invitación a abrirnos a nuevos lenguajes y metáforas podríamos afirmar que la espiritualidad de Carlos de Foucauld aspira a ser hoy una espiritualidad transdisciplinaria.


Carlos de Foucauld es un hombre complejo. Pretender negar o atenuar la complejidad de su espiritualidad con la intención de afirmar una supuesta sencillez evangélica es, como lo diría nuestro primo científico: convertir todo lo nuevo, diferente y complejo, en algo más simple y corriente, quitándole su novedad y diferencia y convirtiendo el futuro en pasado. De esta manera, se cierra el camino a un progreso originario y creativo, y se estabiliza a la generación joven en un estancamiento mental. La eficacia del método evangelizador de Carlos de Foucauld, Nazaret, el «apostolado de la bondad», se afirma no en un esfuerzo de rigor moralista sino en una lucidez humana que casi nunca se explicita con la suficiente fuerza: Los indígenas nos reciben bien. Pero esto no es sincero: ceden ante la necesidad. ¿Cuánto tiempo necesitan para que sean reales los sentimientos que simulan? Quizá no los tengan jamás.


Este hecho, este no hacerse ilusiones con respecto a los “buenos sentimientos” que pudieran despertar en los otros todo su esfuerzo de bondad, no le impide establecer con ellos un tipo de comunicación descrita muy bien por su amigo el general Laperrine que se irritaba con quienes lo criticaban por no «evangelizar»: ¿Y sus conversaciones? ¿Y su ropa? Cuando alguien se presenta ante la puerta de la ermita, fray Carlos aparece, con la mirada llena de serenidad y la mano tendida, envuelto en una túnica blanca, en la cual hay cosido un corazón rojo coronado por una cruz. Esa imagen del Sagrado Corazón proclama la fe de ese hombre blanco, y toda su vida pone de manifiesto el Evangelio. Los indígenas no se equivocan. Volviendo a nuestro parentesco con ese limitado número de académicos que está enfrentado este problema de la complejidad en las universidades más progresistas del planeta, podríamos entender en la afirmación del general Laperrine que la espiritualidad de Carlos de Foucauld no sólo tiene términos para designar partes, elementos, aspectos o constituyentes, sino, y sobre todo, es una metodología para enfrentar ese mundo nuevo… lo cual equivale a sentar las bases de un nuevo modelo de espiritualidad.


Partiendo de aquí podríamos afirmar que el énfasis de la manera novedosa que tiene Carlos de Foucauld de evangelizar, su eficacia espiritual (que a nosotros nos gusta llamar «eficacia eucarística»), no está en ser muy riguroso en la explicitación y observancia de determinado código moral, o muy «religioso» en cuanto a actos de piedad o devoción, sino en saberse colocar de tal manera que los otros no se equivoquen. Ésa es su manera de comunicar la Buena Nueva, que en términos cristianos llamamos evangelización. Ésa es también, volviendo a nuestro graffiti inicial, su forma de aportar para solucionar la crisis… aunque quizá nunca logre despertar en los demás unos bonitos sentimientos que le permitan alimentar la ilusión de que no ceden ante él por pura necesidad.


¿De qué sirve una evangelización triunfalista realizada en base a grandes obras sociales o a la multiplicación de sacramentos si al final lo que logramos con todo ese alboroto es que los indígenas se equivoquen…?


Si nos ceñimos a la objetividad del lenguaje es evidente que la confusión es precisamente lo contrario a la claridad. Sin embargo, en la perspectiva de generar nuevas metáforas que revelen nuevas interrelaciones y perspectivas, nuestro graffiti puede afirmar sin ningún pudor que en la Bolivia del año 2007 la confusión es clarísima. No es una afirmación novedosa, es lo mismo que se ha venido repitiendo durante los últimos años refiriéndose, con sus propios condimentos locales, no sólo a la realidad boliviana sino mundial: es la humanidad entera la que atraviesa una confusión clarísima.


En ese contexto, de lo que se trata, para nosotros contemplativos, es de sabernos colocar en esa realidad de tal manera que quienes toquen a nuestra puerta puedan escuchar aquello que estamos llamados (y obligados) a comunicar, es decir, no se equivoquen, y para ello tenemos que encontrar los medios que sean realmente adecuados. ¿Qué es lo que estamos llamados y obligados a comunicar? Pues que Es la gracia de Jesús la que lo hace todo. Como lo esperaba Carlos de Foucauld de sus posibles compañeros de aventura: …Viéndolos se debe ver en qué consiste la vida cristiana, qué es la religión cristiana, qué es el Evangelio, quién es Jesús… deben ser un Evangelio vivo: las personas alejadas de Jesús, deben, sin libros ni palabras, conocer el Evangelio por su manera de vivir. Estamos llamadas y llamados a mostrarnos, a revelarnos a nosotros mismos. Ésa es nuestra manera eficaz de enfrentar la crisis. Y no son nuestras palabras ni nuestros libros los que nos revelan, es nuestra manera de vivir.


Sin embargo, quien hoy se atreve a vivir con la puerta abierta se halla frente a una realidad que cada día que pasa se hace más compleja, constituida por múltiples relaciones, interconexiones y nexos. Como se afirmaba más arriba: Las realidades del mundo actual se han ido volviendo cada vez más complejas. A lo largo de la segunda parte del siglo XX y, especialmente, en las últimas décadas, las interrelaciones y las interconexiones de los constituyentes biológicos, psicológicos, sociales, económicos, políticos, culturales y ecológicos, tanto a nivel de las naciones como a nivel mundial, se han incrementado de tal manera, que la investigación científica clásica y tradicional se ha vuelto corta, limitada e insuficiente para abordar estas nuevas realidades. Exactamente lo mismo podríamos afirmar en términos religiosos: nuestra espiritualidad clásica y tradicional se ha vuelto corta, limitada e insuficiente para abordar estas nuevas realidades.


¿Cómo hallar una manera de vivir que nos permita ser una revelación viva de la manera como HOY la gracia de Jesús lo hace todo? ¿Cómo desarrollar un lenguaje que de cuenta de la novedad compleja del Evangelio en el centro mismo de una realidad que nos desborda y que se multiplica en todas las direcciones posibles con una rapidez cancerosa?


Esa respuesta no nos la puede dar una palabra, un libro, una doctrina. Sólo una persona que haya sido capaz de hacer de sí mismo la revelación más plena posible de la divinidad en el centro mismo de lo humano podría comunicarnos esa experiencia. Esa persona es para nosotros Jesús de Nazaret, quien a pesar de contar a su favor con el hecho y la gracia de ser Hijo de Dios, tuvo también que encontrar, con sus propios recursos humanos, los medios que le parecieron adecuados. Invitándonos a ese itinerario espiritual, Carlos de Foucauld nos sugiere: Expulsar lejos de nosotros el espíritu militante… leyendo y releyendo sin cesar el Santo Evangelio para tener siempre delante de nosotros el espíritu, los actos, las palabras, los pensamientos de Jesús, para pensar, hablar y actuar como Jesús. Y con su realismo habitual también nos recuerda que: Esto tendrá inconvenientes, pero es mejor obedecer a Dios antes que a los hombres.


La pregunta, en palabras de Carlos de Foucauld, sería ¿cómo pensar, hablar y actuar como Jesús de Nazaret lo haría para vivir el anuncio de la Buena Nueva en medio de la complejidad de la Bolivia de hoy?


Pienso no ser exagerado al afirmar que Bolivia, corazón de América Latina, es un lugar privilegiado para realizar la búsqueda (la investigación) de una manera radicalmente novedosa de vivir. Aquí, desde el punto de vista humano y espiritual, contamos gratuitamente con informaciones que en muchos lugares el mundo ya han sido casi abolidas de la memoria de los seres humanos. Frente a la aparente pobreza de Bolivia y la aparente riqueza el mundo ultra tecnificado, habría que recordar lo que dice el escritor Manuel Vásquez Montalbán:


Inútil escrutar tan alto cielo;

inútil cosmonauta el que no sabe el nombre de las cosas que le ignoran,

el color del dolor que le mata;

inútil cosmonauta el que contempla estrellas para no ver las ratas.


El problema es que desde hace un buen tiempo ya nuestra comprensión de lo que es «radical» y lo que es «novedad» se viene revelando como vieja, caduca, insuficiente. Se habla por ejemplo de cosas como una nueva evangelización pero en realidad lo que se hace es regresar a metodologías que afirman lo más viejo de la vieja evangelización. Se quiere volver a preñar de significado ciertas palabras pero convirtiendo todo lo nuevo, diferente y complejo, en algo más simple y corriente, quitándole su novedad y diferencia y convirtiendo el futuro en pasado.


Gabriel García Márquez pronunció este discurso el 8 de marzo de 1999, en la sesión inaugural del foro América Latina y el Caribe frente al Nuevo Milenio, llevado a cabo en París:


Ilusiones para el Siglo XXI


«El escritor italiano Giovanni Papini enfureció a nuestros abuelos en los años cuarenta con una frase envenenada: "América está hecha con los desperdicios de Europa". Hoy no sólo tenemos razones para sospechar que es cierto, sino algo más triste: que la culpa es nuestra.


Simón Bolívar lo había previsto, y quiso crearnos la conciencia de una identidad propia en una línea genial de su Carta de Jamaica: "Somos un pequeño género humano". Soñaba, y así lo dijo, con que fuéramos la patria más grande, más poderosa y unida de la tierra. Al final de sus días, mortificado por una deuda de los ingleses que todavía no acabamos de pagar, y atormentado por los franceses que trataban de venderle los últimos trastos de su revolución, les suplicó exasperado: "Déjennos hacer tranquilos nuestra Edad Media".


Terminamos por ser un laboratorio de ilusiones fallidas. Nuestra virtud mayor es la creatividad, y sin embargo no hemos hecho mucho más que vivir de doctrinas recalentadas y guerras ajenas, herederos de un Cristóbal Colón desventurado que nos encontró por casualidad cuando andaba buscando las Indias.


(…)


A ustedes, soñadores… les corresponde la tarea histórica de componer estos entuertos descomunales. Recuerden que las cosas de este mundo, desde los transplantes de corazón hasta los cuartetos de Beethoven estuvieron en la mente de sus creadores antes de estar en la realidad. No esperen nada de siglo XXI, que es el siglo XXI el que los espera todo de ustedes. Un siglo que no viene hecho de fábrica sino listo para ser forjado por ustedes a nuestra imagen y semejanza, y que sólo será tan glorioso y nuestro como ustedes sean capaces de imaginarlo.»


Siguiendo el hilo de este discurso, y haciéndolo sonar en el centro mismo de la actual complejidad de la realidad boliviana, podríamos afirmar con Carlos de Foucauld que: Si no somos capaces de que estos pueblos se unan a nosotros, nos rechazarán. Desde luego, nosotros no venimos de afuera, no somos extranjeros, estos pueblos somos nosotros mismos que estamos llamados a ser capaces de unirnos a nosotros mismos, a nuestra propia y rica complejidad, para dejar de rechazarnos, porque Hoy tenemos razones para sospechar que la culpa de ese rechazo es en gran parte nuestra. No es otro el objetivo que hasta ahora ha tenido, y que por siempre tendrá, el proceso de Formación y Vida de la Fraternidad de Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld: Liberar nuestra virtud mayor, la creatividad. La gracia de Jesús que lo hace todo no es otra que nuestra propia gracia de Hijas e Hijos de Dios.


Evo Morales, en su discurso de posesión como presidente, recordaba:


“Quiero decirles, para que sepa la prensa internacional, a los primeros aymaras, quechuas que aprendieron a leer y escribir, les sacaron los ojos, cortaron las manos para que nunca más aprendan a leer, escribir. Hemos sido sometidos, ahora estamos buscando cómo resolver ese problema histórico, no con venganzas, no somos rencorosos.


Estamos acá para decir, basta a la resistencia. De la resistencia de 500 años a la toma del poder para 500 años, indígenas, obreros, todos los sectores para acabar con esa injusticia, para acabar con esa desigualdad, para acabar sobre todo con la discriminación, opresión donde hemos sido sometidos como aymaras, quechuas, guaraníes.”


Como contemplativas y contemplativos podemos asumir plenamente la afirmación de que Estamos acá para decir, basta a la resistencia. El contemplativo es precisamente alguien que en comunión con el gesto eucarístico de Jesús de Nazaret, hace el tránsito de la resistencia al poder. Pero no es un tránsito inocente, políticamente neutro, es un tránsito que se hace desde aquellos a quienes les sacaron los ojos, cortaron las manos para que nunca más aprendan a leer, escribir. Es dentro de esa dinámica, que no es otra que la de la misericordia, que Carlos de Foucauld, aún sabiendo que esto tendrá inconvenientes, busca los lugares perfectos para la toma de contacto, para establecerse en pleno centro de los campamentos. Es así como se explica la eficacia eucarística de su metodología de evangelización: Expulsar lejos de nosotros el espíritu militante… leyendo y releyendo sin cesar el Santo Evangelio para tener siempre delante de nosotros el espíritu, los actos, las palabras, los pensamientos de Jesús, para pensar, hablar y actuar como Jesús.


En el Discurso al Primer Congreso Constituyente de Bolivia, el 25 de mayo de 1826, Simón Bolívar exclamaba:


« ¡Legisladores! Vuestro deber os llama a resistir el choque de dos monstruosos enemigos que recíprocamente se combaten, y ambos os atacarán a la vez: la tiranía y la anarquía forman un inmenso océano de opresión, que rodea a una pequeña isla de libertad, embestida perpetuamente por la violencia de las olas y de los huracanes, que la arrastran sin cesar a sumergirla. Mirad el mar que vais a surcar con una frágil barca, cuyo piloto es tan inexperto.»


La validez y actualidad de sus palabras, dirigidas hoy, 181 años después a la Asamblea Constituyente de Sucre, es evidente. Los dos mismos monstruos desatados: la tiranía y la anarquía, continúan atacándonos a la vez. Seguimos intentando surcar el mar en una frágil barca, y, como se empeñan en remarcar cada día los medios de comunicación: nuestro piloto es inexperto…


Frente a esta realidad que algunos días puede parecer destinada ineludiblemente al caos, caen bien algunas afirmaciones del pensador Edgar Morin:


« ¿Civilizar la Tierra? ¿Pasar de la especie humana a la humanidad? ¿Pero qué esperar del Homo sapiens demens? ¿Cómo ocultar el gigantesco y terrorífico problema de las carencias del ser humano? En todo tiempo, por todas partes, dominación y explotación han predominado sobre la ayuda mutua y la solidaridad; en todo tiempo, por todas partes, el odio y el desprecio han predominado sobre la amistad y la comprensión, por todas partes las religiones de amor y las ideologías de fraternidad han aportado más odio e incomprensión que amor y fraternidad.»


«Debemos superar la repulsión ante lo que no se adecua a nuestras normas y tabúes, y superar la enemistad contra el extranjero, sobre el que proyectamos nuestros temores a lo desconocido y lo extraño. Ello exige un esfuerzo recíproco procedente de ese extranjero, pero hay que comenzar por comenzar...»


«Las únicas resistencias están en las fuerzas de cooperación, comunicación, comprensión, amistad, comunidad, amor, siempre que estén acompañadas por la perspicacia y la inteligencia, cuya ausencia puede, por el contrario, favorecer las fuerzas de la crueldad... Son siempre las más débiles, pero gracias a ellas hay sociedades vivibles, familias amantes, amistades, amores, abnegaciones, caridades, compasiones, entusiasmos y, gracias a ellas, de caos en tumbo, de tumbo en caos, el mundo funciona, caín-sinamente sin verse total y permanentemente sumergido por la barbarie. Estas virtudes comportan en sí mismas crueldad para quien les es exterior, antagonista o simplemente indiferente, pero son ellas las que hacen vivible la vida, no deseable la muerte; son ellas las que, en el nivel de los humanos, mantienen lo que hay de más precioso y que, al mismo tiempo, es lo más mortal y amenazado, y el amor por encima de todo.»


«Estas débiles fuerzas son las que nos permiten creer en la vida, y la vida lo que nos permite creer en estas débiles fuerzas. Sin ellas, sólo habría el horror de la pura coerción, de la destrucción en masa, de la desintegración generalizada. La peor crueldad del mundo y lo mejor de la bondad del mundo están en el hombre.»


«Debemos resistirnos a lo que separa, a lo que desintegra, a lo que aleja, sabiendo que la separación, la desintegración, el alejamiento ganarán la partida. La resistencia es lo que acude en ayuda de esas débiles fuerzas, es lo que defiende lo frágil, lo perecedero, lo hermoso, lo auténtico, el alma. Es lo que puede abrir una brecha en el caparazón de la indiferencia para, de sonrisa en sonrisa, consolar los llantos. Sonreír, reír, bromear, jugar, acariciar, abrazar es también resistir.»


«Resistir, resistir primero a nosotros mismos, nuestra indiferencia y nuestra falta de atención, nuestro cansancio y nuestro desaliento, nuestros malos impulsos y mezquinas obsesiones. Resistir por/para/con amistad, caridad, piedad, compasión, ternura, bondad. La resistencia a la crueldad del mundo debe intentar mantener la unión en la separación, atar lo que es libre dejándolo libre, provocar el arrepentimiento concediendo el perdón.»


«La aventura sigue siendo desconocida. Tal vez la era planetaria se hunda antes de haber podido florecer. Tal vez la agonía de la humanidad sólo produzca muerte y ruinas. Pero lo peor no es seguro todavía, no todo está todavía decidido. Sin que exista por ello certidumbre, ni siquiera probabilidad, hay posibilidad de un porvenir mejor.»


«La tarea es inmensa e incierta. No podemos sustraernos a la desesperanza, ni a la esperanza. La misión y la dimisión son igualmente imposibles. Debemos armarnos de una «ardiente paciencia». Estamos en vísperas, no de la lucha final, sino de la lucha inicial.»


«Proseguir el esfuerzo cósmico desesperado que, en el humano, toma la forma de una resistencia a la crueldad del mundo es lo que yo denominaría esperanza.»


Lo expresado hasta aquí es un buen resumen de lo que hoy en Bolivia estamos llamadas/os a vivir como Fraternidad de Hermanas y Hermanos del Sagrado Corazón de Jesús de Carlos de Foucauld. Es nuestro aporte contemplativo. Dicho en otras palabras: un contemplativo es alguien que, mediante la experiencia de su propio ser de Hija o Hijo de Dios, HACE la claridad en medio de la confusión y soluciona la crisis. En palabras de Carlos de Foucauld: Veamos las cosas como son, a la gran luz de la fe, que ilumina nuestros pensamientos con una claridad tan luminosa que nos hace ver las cosas con una visión diferente de la de las pobres almas del mundo. La costumbre de mirar las cosas a la luz de la fe nos eleva por encima de la niebla y el barro de este mundo y nos transporta a otra atmósfera, a pleno sol, a una calma serena, a una paz luminosa, por encima de la región de las nubes, los vientos y las tempestades, fuera de la zona del crepúsculo y de la noche.


El ver del contemplativo no es teoría, su ver es el hecho de implicarse. ¿Implicarse en qué? En todo. ¿Qué es todo? Todo es desde lo más pequeño, cotidiano y aparentemente intrascendente, hasta lo más grande, global y complejo. Desde la forma de cocinar la sopa del día hasta las investigaciones científicas y sociales más especializadas, pasando por toda la gama posible de las creaciones artísticas y técnicas. Para eso no hace falta colocarse en un lugar especial o privilegiado, no hace falta tener colgada en la pared del living una colección impresionante de títulos universitarios, basta con echar raíces en el metro cuadrado de tierra que la vida nos impone. El hecho de implicarse no es señal de ningún tipo de autosuficiencia, de mérito o de seguridad humana. Lo que damos como contemplativos es algo que sólo es real en el momento mismo de darse, de comunicarse. Un paso más allá lo perdemos, volvemos a estar desnudos. El contemplativo no es objeto de nada, no le aporta «peso» a la realidad, no estorba de ninguna manera: La virtud del contemplativo es que dispensa de sus virtudes a los demás; su virtud positiva es a fin de cuentas la de Dios, que él realiza en su visión (Frithjof Schuon). No se implica porque sea o se sienta capaz de dar una respuesta, se implica porque no selecciona, lo acoge y lo acepta todo: se asume como implicado… y ésa es precisamente la respuesta. Mientras menos capacidades humanas tenga para justificarse la intensidad de su eficacia contemplativa será mayor. Su único premio, si es que se puede llamar así, consiste en que, como dice Santo Tomás: Es más perfecto iluminar que ver la luz solamente, y comunicar a los demás lo que se ha contemplado, que sólo contemplar.


En su camino de búsqueda de mejores condiciones de vida para sus mayorías tradicionalmente discriminadas y empobrecidas, Bolivia vive hoy, sin duda, una gran crisis. La solución a esa crisis, de una complejidad enorme, no es nada fácil. En eso todos estamos de acuerdo (aunque es un acuerdo interiormente preñado de desacuerdos). Lo que pasa allí, en el centro de esa crisis es ese Todo al cual somos enviados como contemplativos: nuestro lugar de misión. Dadas las condiciones de globalización que para bien y para mal vive hoy la humanidad, que no podemos evitar de ninguna manera, es un hecho que gran parte de las fuerzas que determinarán nuestro destino en medio de la crisis se nos imponen desde afuera y lo único que podemos hacer es tratar de establecer con ellas una negociación que nos resulte favorable. Es lo que con mayor o menor sabiduría intenta hacer el actual gobierno.


Sin embargo, a pesar de todos los condicionamientos externos disponemos de un ingrediente original que hace parte de ese tesoro que de maneras muy diversas han sabido mantener vivo todos aquellos que han quedado puerta fuera del banquete excluyente de la prosperidad. Los aparentemente vencidos y echados fuera, tejen, la mayoría de veces sin ser concientes de ello, una propuesta distinta de humanidad, un ser humano nuevo. Y a los dueños del poder les interesa que sigan ignorándolo. Para describir ese ingrediente original, nuestra participación en esa semilla de nueva humanidad, vamos a utilizar aquí una expresión de San Juan de la Cruz: una chispa de puro amor es más preciosa ante Dios, más útil para el alma y más rica en bendiciones para la Iglesia que todas las obras piadosas juntas, aun cuando, según las apariencias, uno no haga nada.


Con estas treinta y ocho palabras San Juan de la Cruz nos regala el manual más perfecto posible de eficacia contemplativa. El único objetivo que para nosotros tiene sentido es vivir esa chispa de puro amor. Suena fácil, tendemos muy rápidamente a identificar esa chispa con aquellos sentimientos que consideramos espontáneamente como «amor». Suponemos que por tener una familia, un padre y una madre, una esposa o un esposo, unos hijos, ya está garantizada nuestra experiencia de esa chispa de puro amor. ¡Cuántas veces nuestros bonitos sentimientos hacia los demás, nuestras obras piadosas, nos alimentan esa ilusión! Sin embargo, la verdad es que ninguno de nuestro lazos humanos, sean los que sean, puede llegar a tener esa calidad preciosa ante Dios. El lugar, la manera, las circunstancias, el tiempo en que Dios nos llama a cada una y cada uno a vivir esa chispa de puro amor, son un secreto que sólo Él conoce y comunica. Y Él hace muy poco caso de todas nuestras posibles «familiaridades» humanas. Nada puede ser más fuerte que nuestro propio llamado a la castidad, que no tiene nada que ver con el hecho de ser «laico» o «religioso», o con el hecho de tener o no relaciones sexuales. Nuestro único fin posible es Dios mismo y en medio de nuestra existencia Él siempre halla la manera de cortar nuestros vínculos con todo lo demás, porque es un Dios celoso que no soporta absolutos diferentes a Él.


El contemplativo no es alguien que marche hacia adelante en ese camino, es alguien que regresa. No somos seres vivos ni seres muertos, somos seres resucitados. Ese sentido de resucitados, de hacer parte de un pueblo que regresa después de haber vivido una gran victoria, que es profundamente bíblico y cristiano, es el único fundamento indestructible de la resistencia. En realidad resistir es no resistir porque ya ganamos. Lo que hacemos es volver a tomar posesión de la herencia que nos corresponde. Es de esa conciencia de lo que se habla, y no de otra cosa, cuando se dice: Expulsar lejos de nosotros el espíritu militante…


Gran parte de lo que hoy aparece en la vida de nuestro propio pueblo (de nuestros propios pueblos…) como incapacidad para avanzar en ese camino que se llama «desarrollo» tiene que ver con un tipo de eficacia diferente que sólo puede ser reconocida con la mirada de otros seres humanos: es una chispa de puro amor. Como contemplativos y contemplativas estamos llamadas y llamados a ser esos otros seres humanos que en medio de la crisis son testigos de lo que en realidad está sucediendo, es decir, de los que en Dios está sucediendo. Más que ser o querer ser los protagonistas, los orientadores, somos quienes aprenden a dejarse llevar. Desde luego esa gran parte de eficacia diferente no lo es todo, mucha basura que se ha acumulado en el camino, deformaciones, vicios, errores. Es por eso que nadie, ni siquiera la Hija o el Hijo de Dios que ya somos y que regresa, nos puede liberar de la responsabilidad de discernir, de encontrar los medios que nos parezcan adecuados. Por eso somos misioneros y nos reconocemos implicados en todo.


Cuando San Juan de la Cruz dice que esa chispa de puro amor es más útil para el alma y más rica en bendiciones para la Iglesia que todas las obras piadosas juntas, no está haciendo un ejercicio de piedad poética, está hablando de eficacia en los términos más pragmáticos que se puedan concebir. En el lugar en donde más falta objetiva harían obras piadosas un contemplativo lo que busca es la chispa de puro amor porque sabe que esa chispa guarda el secreto que hará posible que todas las respuestas que se den a las necesidades concretas conduzcan realmente a algo que merezca el nombre de «desarrollo». Evidentemente, aunque les suene mal a unos oídos como los nuestros exageradamente acostumbrados a un lenguaje “piadoso”, el único lugar en que nos resulta posible hallar esa chispa es en nosotros mismos. Y aquí tenemos que recordar que No hay ningún «egoísmo» posible en la actitud del contemplativo, pues su «yo» es el mundo, el «prójimo». Lo que se realiza en el microcosmos irradia en el macrocosmos, a causa de la analogía de todos los órdenes cósmicos. La realización espiritual es una especia de «magia» que se comunica necesariamente al ambiente. El equilibrio del mundo tiene necesidad de contemplativos (Frithjof Schuon).


Sólo quien ha sido dócil a la propuesta vocacional que le hace Dios y ha logrado hallar en sí mismo esa chispa de puro amor (en el lugar y en las circunstancias que le son impuestas), está en condiciones de dar. No de darse a si mismo sino de dar el aporte que la realidad espera de él para construir el Reino de Dios. Sólo así se puede ser padre o madre, o esposo o esposa, o hijo o hermano de alguien. No de ese alguien que nosotros quisiéramos o nos gustaría sino de ese alguien que se nos da. En otras palabras, y para ser más exacto, lo que me permite a mí (como vocación) ser el esposo de mi esposa no es lo que yo haga por ella o sienta por ella, no es que viva con ella durante cincuenta años o que engendremos juntos diez hijos, es que yo cumpla cabalmente la vocación que en el secreto más profundo de mi propia intimidad Dios me regala. Ése es el tipo de parentesco que les corresponde a los Hijos y las Hijas de Dios… sólo así se puede construir familia, humanidad, iglesia.


De todas estas cosas Bolivia, nuestra Bolivia, el Corazón de América Latina, es una excelente maestra… aun cuando, según las apariencias, parezca que no hace nada. Y aquí, en el párrafo final, volvemos al título que le dio a nuestro documento el poeta portugués Fernando Pessoa. El Corazón de América latina está de viaje, pero el viaje son los viajeros, somos nosotros mismos. Muchos, adentro y afuera, quieren que veamos lo que a ellos les parece, lo que creen que está bien. Sin embargo, en medio de la crisis nuestro oficio es resistir: Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos.